La futura presidenta de la Generalitat, Laura Borràs, se comprometió ayer mismo ante los electores catalanes a activar la declaración de independencia si se alcanza el 50% de los votos. Cuando dice la "declaración de independencia", Borràs se debe referir al texto que firmaron (no votaron) la totalidad de los diputados independentistas el 27 de octubre del 2017 y que acaba con el siguiente redactado: "En virtud de todo lo que se acaba de exponer, nosotros, representantes democráticos del pueblo de Catalunya, en el libre ejercicio del derecho de autodeterminación, y de acuerdo con el mandato recibido de la ciudadanía de Catalunya, CONSTITUIMOS la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social." Como sabe todo el mundo, la supuesta validez política y jurídica de esta conclusión duró ocho segundos y fue unilateralmente suspendida (sin votación) por el presidente Carles Puigdemont.

Abusando de la paciencia del lector, me gustaría que todo el mundo volviera a leer el párrafo precedente, aunque sea para recordar dos cosas bien sencillas: primero y en sentido estricto, que la constitución de la República Catalana nunca fue votada en el Parlamento y, segundo, que la supuesta DUI a la qué Borràs se refiere fue rota sin ningún tipo de mediación parlamentaria por el presidente 135. Eso segundo, a su vez, es especialmente relevante, ya que el presidente Puigdemont suspendió la declaración prometiendo un diálogo con el estado y un arbitraje internacional que nunca se produjo y porque, insisto, lo hizo sin ningún tipo de aprobación de la cámara catalana. Dicho esto, como todo el mundo sabe, Carles Puigdemont es el número uno de una lista y el valedor de una candidata, Laura Borràs, que promete resucitar aquellos ocho beatíficos segundos de independencia.

Cuando Laura Borràs reivindica activar el texto del 27-O, en definitiva, no sólo está prometiendo resucitar una declaración meramente política (así lo expresaron la mayoría de sus autores en el Tribunal Supremo ante el juez Marchena), sino que lo hace al lado de un político, el presidente 135 en el exilio, que si alguna cosa ha demostrado es que la validez de esta declaración depende del beneplácito molthonorable de turno. En consecuencia, para apelar al levantamiento de la hibernación del 27-O no habría que poner ninguna condición electoral (que se alcance el 50% de los votos, que España permita la aprobación parlamentaria de este texto o que los tomates bajen repentinamente de precio), porque la DUI que activó la brevísima República Catalana no es un texto constitutivo de nada; activarlo, en definitiva, sería exactamente idéntico a proclamar de nuevo las Bases de Manresa.

Dicho de otra forma y para entendernos mejor; cuando Laura Borràs promete activar el 27-O no está diciendo nada, está proclamando una proclama, deseando un deseo, anhelando un anhelo y, sobre todo, apelando a un texto político susceptible que Puigdemont o ella misma puedan suspender en cualquier momento (si no fuera el caso, dudaría que Borràs compartiera listas con el antiguo presidente que ya lo hizo). Que Borràs emita esta desiderata no tiene nada extraordinario, dado que la mayoría de parlamentarios del 2017 incumplieron aquella resolución y ninguno de ellos ha dimitido ni ha pedido disculpas a los ciudadanos. Pero que lo haga rodeada de las urnas del 1 de octubre, por el sacrificio corporal que representan para muchos de los votantes de un referéndum que el Parlamento había prometido de autodeterminación y vinculante, no sólo es un insulto a la decencia política, sino un escarnio total de la historia más reciente del país.

Borràs ha hecho la promesa rodeada de unas urnas que el líder en el exilio de su formación ya ignoró y rodeada de unos presos políticos que han pagado (injustamente, y lo he defendido siempre) la represión de un estado que no ha tenido ningún tipo de problema en romper la ley y decencia para recoser su unidad a la fuerza. Pero que haya habido represión, cosa innegable, no da a nadie el derecho de mantener una mentira y una levantada de camisa. El hecho de que la prisión de alguno de aquellos protagonistas sea injusta, que lo es, no regala el derecho a reafirmar unas declaraciones de independencia falsas y un cesarismo presidencialista antidemocrático que son justamente lo opuesto al 1-O. Pero todo eso que os escribo es un esfuerzo inútil, ya lo sé, porque en Catalunya recordar los hechos y las promesas más elementales de los políticos estorba la militancia del común y hace venir demasiadas ganas de cavilar.

Pues eso, que perdona las molestias, pero que Borràs miente, lo sabe,  lo sabemos tú y yo, lo sabe todo dios, y aun así no será ningún inconveniente para que algún día, el 14-F de febrero o más adelante, sea la nueva presidenta de la tribu. Así lo votaréis, y así se escribirá.