Laura Borràs es la única política del país que tiene bastante fuerza y genera un fervor popular equiparable a los protagonistas de la política catalana que se vieron dispuestos a impulsar el 1-O. Cuando los diputados de los partidos independentistas escarnecen los orgasmos que la antigua presidenta del Parlamento genera en la esfera tuitera de la tribu, su voracidad en el arte de consolar a una multitud indómita con abrazos y besos, y su piel imantada a la hora de atraer guardaespaldas (masculinos y femeninos), en el fondo, muestran un tipo de envidia muy particular. No sienten celos del estallido entusiástico que provocan sus performances; simplemente les fastidia que Borràs sea igual de cínica que todos ellos (ha crecido políticamente gracias al 155 y, hasta el final, siempre ha acabado acatando la ley enemiga), aun manteniendo una conexión de autenticidad con el electorado independentista.

Eso es especialmente visible en la mayoría de políticos de Esquerra, un partido que siempre se ha regido por el resentimiento contra los convergentes. Los republicanos llevan años intentando impostar un perfil de político autonomista serio pero con demasiados aires de oficinista (así la más alta instancia del país), una imagen de líder que ya era ridícula cuando la exprimió Artur Mas antes de tomarnos el pelo con las estructuras de estado. La mayoría de políticos catalanes intentan refugiarse en paradigmas del pasado, inconscientes de que las vestimentas ancestrales que el país tenía guardadas en el armario ya no se ajustan a sus barrigas corruptas. En un entorno de banalidad consciente y de políticos sin personalidad, Borràs no molesta porque todavía apueste de boquilla por la vía unilateral, sino porque encarna todas las mentiras del procés en una versión dionisiaca, risueña y de gran musculatura.

El odio contra el deseado cadáver político de Borràs ha comportado que fenómenos que habitualmente habrían pasado del todo desapercibidos (como el asunto Dalmases contra la muñeca de una periodista del FAQS o los insultos que una madrina profirió contra la única diputada del Parlamento que, después de un diálogo honesto y de ti a ti con su Dios particular, ha decidido taparse la azotea con un velo) cobren una importancia informativa digna de un incendio en el Amazonas. Pero en un entorno de espectáculo y frivolidad, Borràs todavía puede prosperar porque ningún independentista o ciudadano sensato la puede culpar directamente de haber manchado la dignidad del Parlamento, una de aquellas frases hechas que se utilizan en Catalunya y que no tiene ningún sentido desde el momento en que convergentes y republicanos se cagaron en el respeto a la cámara catalana cuando incumplieron la ley de transitoriedad y del referéndum.

Borràs no molesta porque todavía apueste de boquilla por la vía unilateral, sino porque encarna todas las mentiras del procés en una versión dionisiaca, risueña y de gran musculatura

Si tiene paciencia y juega bien con los tiempos, independientemente de una posible condena, Borràs podrá sobrevivir la mayoría de gusanos que han osado enterrarla. A estas alturas todo va a toda prisa, y las engañifas propuestas con gran pompa en las mesas de diálogo organizadas por el PSOE y ERC se desmienten casi antes de llegar a las respectivas ruedas de prensa. También es notoriamente extraño el hecho que Esquerra esté trabajando por aquello que los cursis denominan "desjudicialización de la política" mientras se tragan una acusación que, por una supuesta creatividad en las adjudicaciones, pide los mismos años de prisión que le han caído al andaluz Griñán por haber defraudado casi 700 millones de euros. Pero la presencia de Borràs también alimenta el cinismo de Junts, que si creyera en todo aquello que predica habría abandonado el Gobierno el mismo día en que se cargaron a su líder.

Sea o no condenada por el trapicheo del que la acusan, Borràs tendrá que escoger si seguir exprimiendo el martirologio que ha convertido en esperpentos figuras como el presidente Puigdemont y Quim Torra o aprovechar la conexión que tiene con la gente para iniciar un camino inaudito en la política catalana consistente en decir la verdad. Si Borràs dijera que la mayoría de miembros de su partido, como los de Esquerra, no tienen ningún tipo de intención de hacer la independencia y ayudara a terminar con la élite del procesismo, todo eso de los contratos, de los amiguis y del puñetero FAQS le sería rápidamente perdonado. Corruptelas siempre hemos tenido y, al fin y al cabo, un político también necesita tener los amigos contentos (además, ahora todo el mundo es feliz con cuatro duros). Yo pensaba y pienso que Borràs haría bien en resistir y violentar la siesta permanente de nuestra política. Como ves, Laura, siempre escribo a favor tuyo.