A medida que pasan los meses, el desconocimiento de Pablo Iglesias de la realidad catalana se hace más pavorosamente preocupante. El discurso, fresco y potente, con el que se hizo brillantemente un hueco en las pasadas elecciones europeas de mayo de 2014, y que suponía todo un terremoto en el lenguaje político español, ha ido mutando hacia el populismo y la vacuidad. Hace unos meses ya fue de un gran desconocimiento de la realidad catalana criticar al diputado de las CUP David Fernández por abrazarse en público a Artur Mas tras la jornada electoral del 9-N. En aquel gesto de complicidad no había otra cosa que el objetivo compartido de haber puesto las urnas en la calle. Se tuvo que disculpar tras el torpedo que lanzó al líder de la CUP, pero añadió: 'A mí nunca me verán abrazarme ni con Rajoy ni con Mas'.

Su entrada en la campaña del 27-S también ha sido inquietante. Incluso para afines suyos. Pedir el voto a los hijos de andaluces y extremeños no deja de ser chocante en un líder de izquierdas, cuando aquí nadie se avergüenza de sus orígenes. Primero, porque los hijos de aquella inmigración de los años 60 ya peinan canas y tanto ellos como sus hijos se consideran legítimamente catalanes. Segundo, esta inmigración no vive en el extrarradio como Iglesias dice, con una terminología, quizás, más propia de Madrid. Los nuevos ayuntamientos democráticos catalanes, fundamentalmente de izquierdas en el área metropolitana de Barcelona, trasformaron a partir de 1979 aquellas inhóspitas y grises ciudades en poblaciones modernas y abiertas, en muchos casos, no tan diferentes de Barcelona. Denominarlas “extrarradio” suena, aquí y ahora, como un anacronismo gigantesco, solo explicable por una idea tan centralista que se aplica también a la comprensión de la realidad urbana y metropolitana.

Su último desliz es periodístico y da idea de una soberbia alarmante. Publicar un artículo en El País con su firma titulado “El Pablo Iglesias británico” tras la elección de Jeremy Corbyn como nuevo líder laborista es llamativo. Él ha matizado que el título que mandó al diario era “Porque todos hablan del ‘Pablo Iglesias’ británico”. No veo mucha diferencia. El mismo artículo de Iglesias aparece en The Guardian con un título mucho menos vanidoso: “Bienvenido Jeremy Corbyn, caminemos juntos”. Quizás el líder de Podemos está acabando por ser todavía más humo del que algunos pensábamos.