Días atrás Crónica Global publicó una noticia típica de este periodismo de chiquipark que se produce en Catalunya explicando que yo le había dicho "rata" a Manuel Trallero, uno de sus colaboradores estrella. Enseguida Sociedad Civil Catalana se hizo eco del tema con entusiasmo, y el mismo Trallero me respondió con una pregunta que quería ser ingeniosa pero que ponía en evidencia cómo es el universo mental de gran parte del unionismo: ¿“A las ratas se las extermina, verdad, Enric”?

Como se podía leer en el mismo tuit, el texto que yo publiqué muy conscientemente, a propósito de un artículo suyo, fue: “Qué asco Manuel Trallero. Pudiendo ser grande, ser una rata”. El matiz es importante. No es lo mismo deshumanizar a alguien por su condición o su ideología que reprocharle que escriba como una rata teniendo la capacidad de escribir con grandeza. Tampoco es verdad que el artículo de Trallero fuera una crítica al nacionalismo lingüístico. Era una deformación mezquina de la historia y de las intenciones del grupo Koiné. 

Los discursos victimistas del españolismo tienen una tradición más larga incluso que el pujolismo. En 1963, el presidente de la Diputación valenciana y catedrático de ciencia política en la universidad franquista Diego Sevilla Andrés, ya llamó nazi a Joan Fuster a propósito de su libro Nosaltres els valencians. Nada no pone tan en evidencia que Catalunya es un país ocupado y que la Constitución de 1978 es un texto aprobado bajo la amenaza de la fuerza como el éxito que, en el debate político español, tienen los discursos victimistas relacionados con la violencia, de la clase que sean. 

Hace dos días el tonto de Miguel Ángel Rodríguez echó una mano a Ciudadanos tratando a Inés Arrimadas de “hembra joven y atractiva”. Victimizándola como mujer, ayudaba a destruir un poco más las posibilidades de abordar dos cuestiones de fondo, a saber: primero, que la jefa de la oposición en el Parlament tiene un conocimiento de Catalunya folclórico y superficial que difícilmente pasaría los estándares en ningún país libre; y segundo, que su físico tiene una tirada electoral constatada en las encuestas, hasta el punto de que la política se está sensualizando con una insensatez a veces muy grosera.

Andrea Levy aseguraba el otro día, en el programa de Jordi Basté, que estaba orgullosa de militar en un partido que tiene muertos por atentados de ETA. La respuesta venía de una pregunta escandalosamente sectaria de Gemma Galdón. Pero el tema es que la reaparición de Arnaldo Otegi ha vuelto a poner el terrorismo vasco en el centro del imaginario del PP. Ahora que Otegi ha salido de la prisión y se quiere presentar a las elecciones quizás sería la hora de que los defensores más jóvenes de la Constitución intentaran comprender el dolor que los pactos de la Transición causaron a muchos catalanes, muchos vascos y muchos republicanos.

Los políticos que pretenden que las víctimas de Fraga o de Martín Villa son menos importantes que las víctimas de Otegi tendrían que recordar cómo acabaron los líderes del llamado antifranquismo. Hacerse la víctima no sirve de nada, a la larga no impide que el mundo avance. Se ha visto con el famoso procés y se ve con Convergència. Cuando Trallero trata la normalización lingüística de comedia o hace pasar por racistas a los firmantes del manifiesto Koiné sobre todo perjudica a los sectores de población que dice defender. Debilitar el catalán sólo servirá para que los hijos de la inmigración que no se han integrado tengan más dificultades para encontrar trabajo. 

En países como Dinamarca i Noruega, el idioma del país sirve de filtro laboral y de dique contra la precariedad que promueve la globalización. La lengua del país protege a los catalanes desfavorecidos de tener que competir, en su propia casa, con un mercado de más de 500 millones de hablantes. Los políticos y los intelectuales que trabajan para hacer ver que la cultura castellana está perseguida en Catalunya, tienen la suerte de que no necesitan competir por trabajos poco agradecidos con los inmigrantes de Sudamérica o de otras partes del mundo. 

Madrid y el puente aéreo no solo utilizan a los catalanes que se sienten españoles para mantener la unidad del Estado, lo más grosero es que también los utilizan para enriquecerse sin ningún escrúpulo, apelando a los fantasmas del nazismo. Evidentemente, se puede discutir el manifiesto del grupo Koiné. Ahora bien: nadie puede negar que, en la Europa del siglo XX, no hay ejemplos como el catalán de integración de una masa tan numerosa de foráneos sin violencia. A ver si Trallero encuentra otro pueblo europeo que haya resistido sin desintegrarse la llegada de un contingente humano de otra cultura proporcionalmente tan numeroso. 

No es casualidad que Barcelona brille en tantos aspectos y que, en cambio, tenga una vida financiera tan patética en relación al resto de ciudades importantes del continente. Las finanzas piden poder político y mucho dinero, es decir, gente que manufacture en condiciones precarias para que los especuladores hagan negocio. En Catalunya los que hacen este trabajo suelen ser personas que hablan castellano y que hasta hace poco han masivamente a los responsables de la burbuja financiera. La evidencia es tan descarada que incluso Ciudadanos ha tenido que rebajar los ataques a la normalización lingüística y al discurso del déficit fiscal. 

A medida que el independentismo tensiona la política se va viendo como ETA y la inmigración siguen siendo los dos pilares de la España constitucional. El único inconveniente es que ni ETA ni la inmigración son ya un problema político; son un fantasma del pasado que cada día importa menos. Los defensores de la unidad de España están cayendo en el mismo abismo de mentira y desmemoria que ha llevado a Francia a la decadencia. En toda Europa hizo falta que pasaran unos 40 años para que algunos países empezaran a reconocer oficialmente su participación en el Holocausto y en otros crímenes menores, además de dar voz y dignidad a minorías represaliadas o estigmatizadas a causa de la guerra.

En Francia, hasta junio de 1999, la guerra de Argelia se trató oficialmente como una operación policial y así les va con el islam y con Le Pen. En España, mientras que las víctimas del terrorismo de ETA exigen que el Estado defienda la memoria de las víctimas, los efectos de la guerra civil y la represión franquista se siguen tratando con sordina. Como he escrito otras veces las élites españolas son las únicas de toda Europa que no perdieron ninguna guerra decisiva en el siglo XX. Incluso los ingleses tuvieron que hacer autocrítica. Eso hará que avanzar sea más duro, pero no impedirá que el País Vasco y Catalunya aplicando el derecho a la autodeterminación.

Para evitarlo Madrid tendría que haber evitado la integración europea. No es que Catalunya pueda esperar ningún apoyo de Bruselas, aunque la ONU haya pedido dos veces que el Estado español derogue la ley de punto final de 1977. Sencillamente entrar en la Unión Europea como si nada hubiera pasado fue un error, desde el punto de vista de las metáforas de hámster que utilizan al señor Trallero y sus amigos de Crónica Global. Sólo hay que ver a Arrimadas disfrazandose de Rociera como si estuviéramos en la Cataluña de Pujol y Loquillo añorando la Barcelona underground del postfranquismo mientras hace anuncios para un banco.

Quizás si el grupo Koiné pidiera una reparación política y económica para todos los catalanes vivos que no han podido estudiar en la lengua del país por culpa de Franco o de Primo de Rivera, algunas cosas se comprenderían mucho mejor. Claro que con esta actitud no haría falta porque ya seríamos independientes. Y España se podría regenerar de verdad.