Esta es una expresión que muchos de nosotros utilizamos, bien cuando alguien llora sin sentimiento, de forma hipócrita o vacía, bien cuando un niño llora con llagrimones sin demasiada razón de fondo más que la impotencia cuando le negamos algún capricho. Es una expresión que ya se conocía en el antigüedad, haciendo énfasis en la pretendida "pena" de los cocodrilos del Nilo cuando salían cerca del río para devorar su presa mientras les caían lágrimas de los ojos. La referencia más antigua que tenemos está, probablemente, en la recopilación de proverbios de Plutarco (un reconocido historiador y filósofo moralista grecorromano que vivió a inicios de nuestra era) y que mencionaba la hipocresía del luto o pena de algunos políticos y sacerdotes en determinadas circunstancias, cuando deseaban la muerte de un oponente y después lloraban su muerte. La frase ha hecho fortuna a través de varias obras literarias durante la Edad Media, por ejemplo, en un maravilloso libro de viajes y fantasía en inglés antiguo, The Voyage and Travels of Sir John Mandeville, Knight (finales del siglo XIV) donde hay una ilustración de un cocodrilo llorando profusamente mientras se zampaba a personas. Ahora esta expresión ya forma parte de la cultura común europea.

Los vertebrados terrestres fabricamos lágrimas para humedecer la superficie de la córnea de los ojos y la conjuntiva (la piel que recubre el párpado en el interior). En los ojos tenemos diferentes tipos de glándulas, entre las cuales las glándulas lacrimales, que secretan un líquido transparente, formado por agua, electrólitos (sales) y proteínas. La solución lacrimal tiene una función protectora, antiséptica y lubricante. Cuando no tenemos bastante solución, decimos que los ojos se nos secan (y es una sensación muy desagradable, más frecuente con la edad avanzada), y cuando fabricamos en exceso, rebosa de los ojos, se derrama en forma de lágrimas y lloramos. Hay diferentes circunstancias en que lloramos y fabricamos más cantidad de solución lacrimal: cuando hay mucha sequedad ambiental, cuando nos entra un cuerpo extraño o una solución irritante (como cuando pelamos una cebolla) que irrita la conjuntiva, pero también cuando hacemos un gran esfuerzo o cuando sentimos emociones, no solamente de tristeza, también de ira. La composición de la lágrima varía en las diferentes circunstancias y, evidentemente, varía entre diferentes especies.

Hasta ahora, se habían estudiado las composiciones de las lágrimas de humanos y otros mamíferos, como perros, gatos y vacas. Las lágrimas secretan sodio y cloro (como en el sudor), pero también hierro unido a lactoferrina, y lisozim, una enzima que puede romper las paredes de ciertas bacterias, por lo cual tienen una función antiséptica que evitaría el crecimiento bacteriano. Justamente esta semana se acaba de publicar un estudio comparativo de la composición de la solución lacrimal de varias aves y reptiles, entre los cuales estaban la tortuga marina y el caimán. Y sí, aunque la composición es ligeramente diferente —por ejemplo, la lágrima humana contiene muchas más proteínas, y la de tortuga muestra la adaptación al medio acuático—, en conjunto, la composición de las lágrimas de los vertebrados es muy similar. Por lo tanto, las lágrimas de los cocodrilos son parecidas a las humanas.

Os podéis preguntar si realmente los cocodrilos lloran cuando comen, y la respuesta es que sí, es cierto. Sería una doble respuesta al ambiente más seco terrestre con respecto al de dentro del río, al hecho de que los esfuerzos por comer hagan salir aire caliente de la respiración por los senos nasales, provocando la secreción lacrimal, o también podría ser que los esfuerzos mandibulares por comer y engullir la presa hicieran que los músculos del ojo aprieten las glándulas lacrimales de estos reptiles, vaciándolas en forma de lágrimas. Como curiosidad, querría comentar que hay una enfermedad humana en que, de manera similar a lo que pasa con los cocodrilos, las personas afectadas lloran cuando comen. Esta enfermedad se llama síndrome de Bogorad, y se da cuando hay una parálisis facial, por sección del nervio o por una parálisis de causa desconocida del nervio facial intermedio. Este fenómeno se explicaría porque en la regeneración de este nervio intermedio, en lugar de inervar las glándulas salivales, la inervación sería derivada erróneamente hacia las glándulas lacrimales, de forma que en lugar de salivar cada vez que hay comida y se nos hace la boca agua, estas personas lloran.

Tenemos tan asumido que las lágrimas son una señal de dolor o tristeza, que podemos producir casi a voluntad, que no le damos más importancia y no nos damos cuenta cuando hay personas que no pueden llorar. Hay varias enfermedades minoritarias (enfermedades raras de herencia genética) en que el primer síntoma claro de la enfermedad es el alácrima, es decir, que el bebé no llora, nunca produce lágrimas, tenga frío o calor, tenga hambre o miedo, o le duela alguna parte del cuerpo. Hay padres que acuden al pediatra con fiebres inexplicables de su bebé, con problemas de alta temperatura del niño, tiene dificultades de respiración, prurito en la piel, pero el bebé nunca llora. Muy probablemente, el bebé tiene displasia ectodérmica hipohidròtica, una enfermedad que afecta múltiples órganos, en los que las glándulas de la piel no se forman correctamente, ni las sebáceas, ni las del sudor, ni tampoco las lacrimales. Presentan otros problemas con la coloración y consistencia de la piel, el pelo, los dientes y el desarrollo del cráneo. Otra enfermedad diferente, en que además de no llorar, el niño presenta problemas hormonales y de formación del estómago, es el síndrome de la triple A (Alacrima-Achalasia-Addison), en que la mutación afecta a un gen que produce una proteína con un nombre de cuento, Aladin, de función todavía poco conocida.

Así que ya veis lo importante que es tener lágrimas y ser capaces de llorar. Y sobre todo, de llorar libremente cuando tenemos ganas.