He visto "La Turra" sobre el 'Catalan dream' y he pensado que sueño un país en el cual elogiar un programa de televisión como este no se entienda únicamente como un quedabien. Un país donde sea natural trasladar a un artículo el "tio, te tengo que hacer una confesión inesperada: eso de la Riera y la Gumes mola" que le dije a un amigo ayer por la mañana, antes que él me respondiera "no te parece demasiado frívolo"?. Un país en que tener argumentos para rajar del enésimo intento de la Corpo para hacer alguna cosa rompedora y en catalán no dé la misma vergüenza que confesar sufrir morenas. Un país donde, a la vez, los columnistas culturales tengamos la valentía valerosanmartinista de criticar en un artículo y con argumentos lo mismo que cobardemente solo nos atrevemos a decir en los grupos privados de WhatsApp o los círculos verdes de Twitter, excepto la buena gente de LaLectora.cat. Un país, en definitiva, en que un programa de televisión cojonudo sobre tendencias culturales hable sin complejos de por qué somos un pueblo todavía demasiado acomplejado.

Sueño un país donde una invitada pueda hacer befa de Ricard Ustrell desde un programa hecho por la productora de Ricard Ustrell o denunciar desde un espacio televisivo emitido por la CCMA los sesgos salariales de género que sufrió en un espacio radiofónico de la CCMA. Un país en que sea lógico decir que hace dos años que nos encontramos a Alba Riera incluso en la sopa, pero que si eso pasa no es porque sea una nepobaby 'hija de...', sino más bien porque es de calle la presentadora con más talento para comunicar de Catalunya. Un país donde no resulte extraño criticar a Andrea Gumes por leer libros de Irene Solà con un diccionario al lado porque están escritos en 'catalán de payés', pero un país donde no haga falta su tuit pidiendo disculpas pàra poder valorar que una urbanita confesa lea con un diccionario por la sola voluntad de aprender un léxico que, por los motivos que sea, le suena desconocido. Un país, ya que estamos, donde alguien como ella se aventure a cerrar una etapa laboral de éxito en castellano en Ràdio Primavera Sound presentando Tardeo y dé el salto a un programa en catalán en qué, además, en el segundo episodio se debate si es posible triunfar en catalán en Catalunya o si, en caso contrario, para lamer éxito hay que pasar por Madrid.

Sueño un país, ya puestos, donde a los sabelotodo que claman en el cielo diciendo que 'turra' no sale al diccionario se les seque la lengua, podrida y anacrónica, de tanto que la malgastan diciendo que el programa tendría que llamarse "La llauna", "La tabarra" o "La murga". Un país donde mis colegas filólogos que critican todo el santo día que el año 2023 la chavalada no hable o cante como el año 1983, guardianes de la pureza fabriana, dejen de actuar como predicadores de televisión local a las dos de la madrugada y se den cuenta de que también en los ochenta había carcamales criticando que los jóvenes no hablaran como en 1913. Un país donde los The Tyets expliquen en una tertulia que alcanzar quince millones de reproducciones en Spotify con una canción que tiene por título un barbarismo es una locura, pero un país, sobre todo, donde sea más valioso darse cuenta de que tristemente hay quince millones de personas que han escuchado una sardana contemporánea cantada por dos jóvenes que no dejan de ir en cercanías de Mataró a Barcelona, por conciencia ambiental y porque petarlo en Catalunya no es sinónimo de ser rico.

Sueño un país, pues, donde ser artista de renombre no quiera decir ser bueno haciendo un hobby que gusta a la gente, sino ganarse la vida haciendo aquello que cautiva a los otros y no tener que trampearlo con mil trabajos más con el fin de poder crear con libertad. Un país, también, donde no duela denunciar que para ser alguien culturalmente en Catalunya lo más importante no es lo que hagas o dejes de hacer, sino el post de Instagram dando gracias a Estrella Damm por la cerveza especial que te han enviado. Un país, si puede ser, donde no haya que tener casi cuarenta años por tener una primera oportunidad en la televisión, la radio o las columnas del diario y un país en que los programas con tertulias donde el mayor tiene treinta y cinco años no sean una anomalía. Un país, vaya, en que las ideas audiovisuales de Albert Lloreta no sean un hilo de Twitter sino formados televisivos bien pagados que enganchen a los jóvenes con la lengua y un país donde se puedan hacer series como Autodefensa sin tener que hacer equilibrios presupuestarios de producción a fin de que no parezcan un trabajo de fin de grado. Un país donde humoristas como Marc Sarrats no se rindan después de que TV3 les tumbe un programa piloto como el fallido "Benzina" y cuatro años más tarde consigan que 3Cat les grabe un programa en directo con el espectáculo Alta Flipamenta, la próxima semana. Un país donde la envidia hacia el otro se convierta en ambición hacia uno mismo, como bien él dice.

Sueño un país en el cual sea normal desayunar cada día leyendo la columna de Joan Burdeus, de quien soy fiel lector y por el cual siento una profunda envidia sana desde el día que haciendo un Vichy en la Laie me dijo que vive de escribir. Sueño un país, sin embargo, donde no necesitar una chuleta para saber a qué medio diferente publica cada día de la semana Bernat Dedéu, donde los artículos de opinión de Júlia Ojeda, Montserrat Dameson, Júlia Bacardit, Laia Mauri o Júlia Viejobuno fueran tan valorados por los editores de diarios como lo son los de Pilar Rahola o Mònica Terribas y un país, claro está, donde Miquel Bonet tuviera una tribuna diaria que fuera tan natural de leer a primera hora como hacer una meadita de buena mañana. Sueño un país donde no haga falta escribir, cantar o filmar en castellano para conquistar el mundo, tal como han hecho Eva Baltasar, Carla Simón, Manel, Elena Martín, Zoo o Albert Serra. Un país en el cual entendamos que es posible triunfar en Nueva York, Berlín o París con una obra que hable de Banyoles, Alcarràs o la Safor, ya que los catalanes no necesitamos hacer las españas si queremos ser alguien en el mundo, sino recordar que hemos pintado algo en el mundo solo cuando nos hemos querido igualar a Europa y no a la meseta.

Sueño un país, por lo tanto, en qué ver el segundo capítulo de un programillo de Youtube como "La Turra" no sea sinónimo de deprimirse, sino de fortalecer la esperanza. Sueño un país que no se olvide de que el país es alguna cosa más que Barcelona, para bien que un país donde presentaciones de libros como el de Anna Pazos llenen librerías, podcasts en directo a Paral·lel 62 como el de La Sotana tengan la platea llena a tope o conciertos en el Apolo como el de Figa Flawas hagan sold out al cabo de pocas horas de poner las entradas en venta. Sueño un país con preestrenos de alfombra roja que no parezcan la fiesta de aniversario de Jaume Collboni o el centenario del Círculo del Liceo, un país donde los artistas no vayan a las galas vestidos como si bajaran a comprar un cartón de leche al paki de la esquina y un país donde escritoras como Laura Calçada concedan entrevistas donde hablan sin tapujos y luciendo outfit de diva -gafas de sol incluidas- para demostrar que el brilli-brilli y barricadas no es patrimonio solo de una enfant terrible tan necesaria como Juana Dolores. Un país, vaya, dónde escribir nombres concretos en negrita dentro de un artículo no sea una temeridad, sino un acto tan normal como todas las cosas normales que llenan este texto, una turra de columna escrita por alguien que no sabe si existe el 'catalan dream' y es solo un 'catalan dreamer' que sueña un país normal dónde hacerlo realidad.