Uno de los jóvenes más desvelados e inteligentes que conozco me escribe diciéndome que la izquierdavergència le ha ofrecido un cargo de confianza en la administración por el cual cobrará un sueldo cuatro veces superior a lo que le pagan en la pequeña empresa donde trabaja. Mi amigo todavía compagina la vida laboral con los estudios y le ha bastado emplear una parte ínfima de su talento para sobresalir en la carrera mientras hace mella en el tertulianismo y el análisis político tribal (un asunto que en Catalunya, ya lo sabemos, pide poco más que escribir el propio nombre sin faltas de ortografía). La situación de este joven no es nueva; es la de muchos chiquillos de veintipocos años que han pasado rápidamente de exprimir su talento en las redes a raholizarse en los medios de la Corpo y acabar engullidos en la rueda del procesismo como las rameras zentennials que necesita el poder político para acabar de anestesiar cualquier ambición en el país.

Ni falta hace decir —pero lo digo— que mi joven amigo conoce sobradamente el espíritu autonomista de la actual administración catalana, ha asumido el engaño del 9-N y el 1-O sin caer en el chantaje emocional de antiguos presos y mártires, y entiende perfectamente que el gobierno de Pere Aragonès es igual de independentista que la sectorial del PP almeriense. En el fondo, los dilemas vitales nos asustan porque aquello que escogemos siempre es de una claridad meridiana, por mucho que disfracemos nuestras dudas de arabescos y filosofadas de morondanga. Este joven sabe que no se encuentra en la disyuntiva de ganar más o menos pasta, ni de prosperar en el mundo de la política versus la empresa privada, sino que está a punto de decidir si se garantiza su espacio de libertad, por precario que sea, o si por el contrario se vende el alma y la libertad para entrar en la garganta del procesismo político y no salir nunca más.

Muchos chiquillos de veintipocos años han pasado rápidamente de exprimir su talento en las redes a raholizarse en los medios de la Corpo y acabar engullidos en la rueda del procesismo como las rameras zentennials que necesita el poder político para acabar de anestesiar cualquier ambición en el país

Respondo al mensaje de mi amigo con la claridad y la exigencia con la que siempre he intentado dignificar la amistad que nos une: "ya sabes los pros y los contras, mientras tengas claro que entras en la rueda, tu criterio es el que cuenta; pero mi obligación es recordarte que entrarás en la rueda y no saldrás nunca más." Acordamos vernos la semana que viene y empiezo a teclear este artículo mientras anochece en el Empordà y contemplo el cuerpo de Alba, que se estira en la mecedora mientras las piernas se le redondean carnosas al ritmo de los versos nietzscheanos que lee. Enciendo otro purito y pienso en las balanzas que deben pasar por la cabeza de mi querido joven: por un lado, la satisfacción de ir a dormir tranquilo y poder decir lo que le dé la gana, y de la otra la paguita del sistema, con el consecuente pisito en el Eixample, gin-tonics en abundancia en la calle de Bellafila y la sombra de las chicas en flor.

Los dos sabemos que leerás este artículo y que hay poco más que decir. Tú me has visto sobrevivir a la rueda que te quiere chupar, has sido testigo del precio que pide luchar por la libertad y, seguramente, ahora pienso que debes haber entendido mejor que nadie las heridas y los excesos a los cuales me he sometido para mantenerme derecho. He podido equivocarme, acertar o caminar directo al abismo, sin embargo, ya fuera incinerándome los ojos en la biblioteca o agotando las noches de la sordidez dejando atrás a cualquier rival posible en el arte de la caza, siempre he escogido el camino dispuesto a dejar la tierra quemada a mi paso. Puedo ser un titán, ir cojo a veces y respirar cansado cuando subo una escalera poco empinada: pero conservo intacto el sueño y escribo cada palabra sabiendo que me brota de los ojos. Hasta ahora has hablado mucho de la libertad; ahora te ha llegado el momento de realizarla y, sobre todo, de ponerle precio.

Si todavía tienes dudas, mira a tu alrededor y fíjate en cómo la paguita ha transformado a tus coetáneos en caricaturas casi perfectas de todo aquello que desprecias. Yo no tengo la verdad, ya lo sabes, solo poseo la palabra. Pero es mía, solo mía. Y eso no tiene precio, te lo garantizo.