Leo en nuestro diario que los socios de la ANC se han desmarcado de la dirección de la entidad, rehusando así la opción de abstenerse o votar nulo en las próximas elecciones españolas. La noticia me parece sorprendente, en primer término porque me habían contado que la Assemblea tenía como misión auditar a los partidos independentistas, alejarnos de las miserias de las contingencias del autonomismo y presionarlos de cara a su teórico objetivo; en definitiva, cualquier cosa menos teledirigir la opción de voto (o de abstención) de los ciudadanos, lo cual debería ser fruto de su personal e intransferible deliberación. Pero más allá del resultado y del hecho de que la propuesta de la dirección haya sido desestimada, lo realmente sorprendente es el hecho de que la abstención haya sido la respuesta más palpable al llamamiento de Dolors Feliu: solo han votado 3.773 de los 40.000 socios con potestad a opinar sobre el tema.

Los socios de la ANC empiezan a estar hasta la coronilla de legitimar juegos de niños

Por mucho que la mayoría de participantes de esta mandanga interna decida que la entidad llame a votar el 23-J, la gracia del asunto es que una inmensa mayoría de los socios de la ANC ya no consideren esta agrupación como un instrumento práctico. En este sentido, sorprende que la Assemblea haya comunicado que seguirá con la táctica de "confrontación con el Estado", cuando lo que habría que confrontar de verdad es el pactismo infructuoso de los partidos independentistas con Madrid. De todo ello, se derivan algunos cambios. Ante todo, y querría insistir, que los socios de la ANC empiezan a estar hasta la coronilla de legitimar juegos de niños que solo conducen a reforzar la partitocracia actual. En este sentido, y es una buena noticia, el fantasma de la abstención (a saber; la opción de que el pueblo recobre el poder a los partidos y a las entidades que estos controlan) es precisamente lo que ha convertido la ANC en irrelevante.

Después de la derrota de esta consulta interna, entiendo que Dolors Feliu —a pesar de tener la cultura democrática de una funcionaria convergente— debería presentar su dimisión; no únicamente por haber perdido el plebiscito en cuestión, sino porque esto demuestra que no tiene ningún tipo de autoridad ni conocimiento de su propia base. Al fin y al cabo, que la mayoría de socios votantes se haya abstenido (y que muchos de los votos a favor de votar el 23-J provengan del entorno de Junts) es la prueba fehaciente de que la mayoría de los independentistas más activos está buscando vías de acción política renovadas que no pasen por el control de las élites del país. En Òmnium son tan demócratas que esto de votar o abstenerse no lo han ni consultado con la masa social; pero que lo haya hecho la ANC muestra como, en definitiva, esto de la democracia siempre acaba destruyendo los inventos de bombero. Lentamente, decíamos, todo se aclara.

En este sentido, las próximas elecciones son un salto al vacío no porque Catalunya se enfrente al fascismo ni tonterías por el estilo, sino porque son los primeros comicios en los que los independentistas urdirán un contrapoder a los virreyes del estado en Catalunya. Yo felicito a los socios de la entidad que se han quedado en casa, porque son la muestra más fehaciente de que a menudo lo mejor para destruir el estado de cosas imperante es no hacer nada. Así actuaremos también el 23-J, un día magnífico para holgazanear en la playa o dondequiera que nos plazca. Afortunadamente, la ANC no solo está ayudando muchísimo a los abstencionistas. También lo están haciendo los partidos que, de momento, nos han presentado unas estrategias de campaña diseñadas por gente de un carácter próximo a la inframentalidad; el estreno de Francesc-Marc Álvaro como tiktoker en Esquerra o el uso de un Pedro Sánchez virtual en Junts dan buena cuenta de ello.

Este será quizás el último artículo que dedicaré a la Assemblea. Le tengo que agradecer muchos años de diversión y manifas muy curradas. También políticos de altísima talla como Carme Forcadell o Jordi Sánchez, en remunerada jubilación. También la pobre Dolors Feliu, que muy pronto dejará de existir como heroína secesionista y quien sabe si nos la encontraremos en una taquilla cualquiera, amable y diligente, al renovarnos el DNI.