Aquel momento que va desde que te acuestas hasta que te duermes. Aquella semiconciencia en que repasas el día vivido y los momentos que vendrán. Aquellos minutos en que la cabeza toma vida propia y se va donde quiere, dando vueltas, y tú pierdes por completo el control y pasas a ser un simple instrumento, un canal de comunicación. Ya no conduces tú, eres un mero pasajero. Tenías otros planes y, desarmados, se rinden. Y es que el aspecto más apasionando del proceso creativo es que sorprende al propio creador.

Crear una canción, un texto, de noche, de madrugada, entregarte a la inspiración que no te deja dormir. ¿Que tú cierras los ojos? Ella te golpea el cerebro. ¿Que tú abres la mente y la luz de la mesilla de noche? Ella te saca de la cama para ir, sonámbula, a buscar la guitarra, porque parece que con papel y lápiz no tiene bastante, la chica. ¿Tus párpados se rinden? Ella, la inspiración, te pellizca la mejilla. Y te entregas a una batalla perenne con ella, que también eres tú, porque aunque se asocia el proceso creativo a la soledad del individuo, ya lo decía Vicente Aleixandre: "No hay poeta solitario, la comunicación supone al menos dos personas: el poeta y el al que se dirige". Y allí estamos las dos, hablando, debatiendo, intentando tener la razón, dos mochuelas en plena batalla, pegándole martillazos al reloj (¡ríete tú de las negociaciones para formar gobierno en Catalunya!). Te vence el sueño por unos instantes fugaces y al volver a despertar, medio somnolienta, quieres reanudar la conversación justito allí donde la habías dejado, pero, ¡ay niña!, te dice que nanay. Y le das la vuelta a la almohada y te revuelves entera como un pez, como si volviendo allí donde estábamos pudiéramos siempre volver a aquellos mismos y exactos pensamientos de donde venimos. A menudo no lo consigues y el recuerdo se esfuma. Y a veces tienes suerte y la vida está de tu parte. Ahora bien, nada es casual. "Que la en inspiración me encuentre trabajando", explicaba Picasso.

Y te estás durmiendo, quieres descansar pero la obsesión de crear no te deja. Porque desengañémonos: la inspiración no existe. Es obsesión, es constancia, es voluntad de crecer. Pasión por mejorar, por escuchar la voz interior, obstinación en crear de la nada, en acabar lo que quizás otros han dejado a medias tantas veces y tú recoges unos días (o unos siglos) más tarde. Soy testaruda, sí, lo reconozco. Y mientras dentro de ti la musa y el sueño se pelean ("Dios y el diablo se han declarado la guerra y el campo de batalla es el corazón del hombre", escribía Dostoyevski), mientras la lucha es fratricida, notas como a medida que avanza la oscuridad de la noche crece en tu interior más claridad, son vasos comunicantes. Sientes cómo te anticipas a la musa (¡le estás ganando la partida!), unas milésimas de segundo antes de que ella te lo dicte, tú ya lo estás escribiendo. No es verdad que sea la luz la más veloz de las energías, las ideas a menudo viajan a más de 300.000 kilómetros por segundo. Lo único que te puede ocurrir al acabar el viaje es que salgas un poco centrifugado, nada que un buen rato tendido al sol y un poco de sal no solucionen. Siempre la luz del sol y el agua del mar. Siempre la persistencia: "Me siento al piano a las nueve de la mañana cada día y las señoritas musas han aprendido a ser puntuales a la cita", afirmaba Chaikovski. Escribir y componer también son una cita y tienes que acudir a ella con el mejor de tus perfumes.

Y te levantas al día siguiente, atarantada y estragada, con la sensación de: "dirás que yo estaba haciendo algo" (como cuando sales de casa pensando: "me olvido no sé el qué" y revuelves el bolso mil veces). Con las legañas todavía colgando vas corriendo a buscar la libreta rogando que sea verdad, que no sea un sueño más, pidiendo que las palabras y melodías que parías en somnolencia sean ciertas ("Son ciertas las palabras que nos dijimos, cierta la primavera de tu cuerpo". Sí, amigo Gerard Vergés, ciertas). Apartas las sábanas y... ¡allí está!, esperándote para que le des los buenos días. Abres los ojos y te la encuentras: aquella canción, aquella persona. Encuentras el amor que te mira al día siguiente de la batalla, después de haberlo dado todo, de haber creído siempre. El mundo es de los luchadores románticos. Y sabes que estás viva. Arañada, adormecida, exhausta. Sí, sí, todo lo que queráis, pero viva. No hay sueño que se resista a la luz. Crear es amar.