Es imposible retomar el rumbo sin saber dónde estás. O negándote a saber dónde estás. O lo que todavía es peor: jugando a la ficción para explotar la frustración como arma arrojadiza en una confrontación cainita que solo siembra el desconcierto y alarga la resaca.

Marta Rovira se ha atrevido a decir que el independentismo no ha ganado. Y como desdichadamente era previsible, las órdenes twitteras —muchos de ellos luciendo banderas belgas— han reaccionado con todo tipo de improperios.

Aunque Rovira no ha dicho en absoluto nada de nuevo. Cuando escribió un libro a cuatro manos con Oriol Junqueras —y ya hace días— lo dejó clarísimo. Quizás es el único ensayo sincero que se ha hecho reflexionando sobre aquellos días. Y entonces Rovira ya dejaba meridianamente claro que, si bien el 1 de Octubre fue extraordinario y de una fuerza y mística acaparadoras, fue insuficiente. No ya para hacer la independencia, sino para sentar al estado a negociar. Tornarem a vèncer (i com ho farem) era y sigue siendo un análisis riguroso de todo lo que sucedió. Claro. Frío. Desacomplejado. Honesto. Y, viendo como va todo, valiente. Además de ser una propuesta diáfana para retomar el rumbo. Lo sintetizaba muy bien un epígrafe cuando positivizando decía que "a veces se gana, y a veces... se aprende". Nada que ver con ninguna letanía de reproches que habría respondido o emulado otros libros del periodo de duelo post 1 de Octubre.

Después del 18 de julio de 1936, el desgraciado Lluís Companys tomó una decisión que evidenciaba la superación del marco estatutario y del marco constitucional republicano en medio del caos de la guerra. El presidente dictaminó que nada en Catalunya que no se publicara en el Diario Oficial de la Generalitat de Catalunya (DOGC) tendría carácter oficial.

Rovira ya dejó meridianamente claro que, si bien el 1 de Octubre fue extraordinario y de una fuerza y mística acaparadora, fue insuficiente

Ni remotamente después del 1 de Octubre nadie se vio con coraje para tomar una decisión equivalente. De hecho, todo lo contrario. La presidenta Carme Forcadell fue quien se atrevió a leer la Declaración de Independencia. Ella, sí. Pero el Govern decidió que en ningún caso se publicaría en el DOGC. Y también se renunció a cualquier tipo de gesto simbólico, como arriar la bandera española del Palau de la Generalitat ante la multitud que llenaba la plaza de Sant Jaume aquel 27 de octubre.

Que no se había ganado, lo estaban narrando los hechos. La cautela, en el mejor de los casos, fue la compañera de viaje esos días. El 155 cayó sin ningún tipo de oposición. Ni gubernamental, ni ciudadana. Rajoy convocó elecciones y todas las formaciones políticas decidieron concurrir. Si alguien había ganado, no se puede en absoluto decir —al menos sin sonrojarse— que había sidoel independentismo.

La honestidad de Marta Rovira lleva a preguntarse por qué no ha sido secundada por los otros actores principales de la gesta del 1 de Octubre. ¿Por qué hay quien ha preferido seguir tocando el timbal aunque los hechos son incontestables?

¿Por qué motivo hay quien prefiere recrearse en la construcción de una autobiografía épica que contrasta con todas y cada una de las decisiones tomadas cuando se estaba jugando la partida? ¿Por qué la narrativa es de una agresividad que da pavor mientras en paralelo se apuesta por (citando a Gaziel) pavonear de una fuerza que no se tiene y que —al menos de momento— no se ve venir por ningún sitio?

El 155 cayó sin ningún tipo de oposición. Ni gubernamental, ni ciudadana

El principal problema del independentismo es no ser capaz de construir una estrategia común y abusar de un tacticismo tan tronado como exasperante que recurre a hacer volear esteladas y a una retórica que ahora ya es más contraproducente que estéril.

El drama no es que Marta Rovira haga una lectura honesta. El drama tampoco es la reacción furibunda de unos pocos —cada vez menos. El drama es la negativa deliberada de otros —con altísimas responsabilidades políticas— a hacer un análisis sincero. Hasta que eso no pase, salir del callejón sin salida quizás no es una quimera. Pero lo hace muy difícil.