Desde un punto de vista humano y universal, lo más importante del año que empieza será continuar vivos y sanos y superar la pandemia con vacunas y con el dinero que hagan falta para hacer frente a las secuelas sociales y económicas. Hay otro punto de vista distinto al estrictamente humano como es el político y una vez aclarado que Donald Trump dejará la Casa Blanca, ahora y aquí lo más interesante serán las elecciones catalanas, que pueden ser el 14 de febrero o más adelante si nos encontramos con la enésima ola de la Covid.

En todo caso, las elecciones al Parlamento serán importantes porque marcarán un antes y un después, no sólo en Catalunya sino al conjunto de España y con alguna repercusión en la Unión Europea, porque lo que decidirán los catalanes será si el procés soberanista sigue desafiando al Estado y determinando la política española como lo ha hecho los últimos diez años o se pasa página y la cuestión soberanista queda relegada al recuerdo o la reivindicación inofensiva de unos cuantos románticos de la periferia.

La apuesta socialista con la irrupción del ministro Salvador Illa como candidato a la presidencia de la Generalitat demuestra que el Gobierno se toma muy seriamente la batalla para acabar de una vez por todas con el procés soberanista. De hecho, esta y ningún otro es su bandera.

Es difícil hacer previsiones, pero si el 2017 Inés Arrimadas consiguió la victoria a base de aglutinar la mayoría del voto antisoberanista, no se puede descartar que lo consiga Salvador Illa, ahora que Ciutadans se ha convertido en un partido casi irrelevante. Además no hay que decir que Illa tendrá todo el apoyo del establishment financiero, empresarial y mediático, que esta vez jugará fortísimo poniendo toda la carne a la parrilla para conseguir el cambio político.

No es necesario mencionar que, de las opciones con posibilidades para ganar, sólo hay una empeñada al mantener una actitud de resistencia, mientras que todas las otras expresan sin ambages su deseo de volver a hacer política convencional como antes, convencidos o interesados al hacer ver que la gente está muy harta de tanta reivindicación.

Carles Puigdemont seguirá liderando el movimiento de resistencia agitando la bandera de la dignidad colectiva contra la represión del Estado, cargándose de razones con los argumentos que el mismo Estado y singularmente el Poder Judicial alimentan cada día con su ensañamiento contra los represaliados y la persecución sistemática de todo lo que huele a independentismo.

Es obvio que Puigdemont y su movimiento de resistencia que en el interior pedido Laura Borràs no tiene bastante potencia para tumbar el Estado, pero es igualmente obvio que el presidente exiliado se ha convertido en el enemigo público número 1 del Reino de España cuando lo que menos necesita este Reino son altavoces que hagan divulgación internacional de su decadencia moral y política. Puigdemont quiere mantener vivo el conflicto y precisamente por eso es el adversario a batir por parte del resto de formaciones políticas, ya sean rivales directos como Esquerra Republicana o la CUP, ya sean oponentes nacional-ideológicos como el PSC. Todo el mundo tiene claro que nada cambiará y no se podrá normalizar la situación política en Catalunya ni en España mientras Puigdemont mantenga el apoyo de la voluntad democráticamente expresada por los catalanes.

El gran argumento de los partidos que quieren volver a hacer política convencional es la gobernabilidad. Admiten o sostienen que el procés es un factor de bloqueo y como ven imposible (o no quieren) que el Estado rectifique plantean una rectificación unilateral por parte del independentismo que desbloquee la situación, que baje del burro y facilite la interlocución con el Estado, la administración de la Generalitat y la gestión de los intereses cotidianos de los catalanes. Es una actitud, si se quiere, más pragmática, de adaptación a las circunstancias. Aceptando que el Estado siempre tendrá las de ganar se aplica la teoría que dice que de aquello perdido saca lo que puedas. En este planteamiento, desde posiciones diferentes o incluso opuestas, coinciden Esquerra Republicana, PSC y los Comunes. Y en este sentido, la irrupción de Salvador Illa se quiere presentar como el voto útil que permitiría una relación más fluida y fraternal con el Gobierno de Pedro Sánchez.

Hay sin embargo, ideas latentes en este planteamiento que habría que aclarar. De entrada, se percibe en los medios convencionales un interés a presentar la aspiración soberanista como si fuera incompatible con la capacidad de gobernar. Y, efectivamente, hay políticos independentistas bastante mediocres, pero si por eso se debe descartar que haya gobernantes independentistas, tampoco podría haber gobernantes unionistas, porque incompetentes y corruptos hemos encontrado de todos los colores, tanto en el PP como el PSOE. Ya hace tiempo que ha quedado demostrado que la competencia de un político no depende de su ideología.

Sin ir más lejos, ahora mismo el PSC aprovechará la imagen de Salvador Illa de político, que, a diferencia de otros, ha sabido transmitir serenidad en un momento de angustia colectiva. Sin embargo de lo que no podrá presumir Illa es de la gestión de la pandemia que ha hecho el Gobierno Sánchez, cuando España se sitúa en la cola de Europa en los rankings sanitarios, en los económicos y en los sociales.

Pero hay algo latente todavía más peligroso —por antidemocrático y quizás algo más grave— cuando se acepta como si nada que un gobierno independentista en Catalunya es un factor de bloqueo por él mismo. ¿Quién es que bloquea? Por muy independentista que sea, el Govern de la Generalitat será el que decidan los ciudadanos y sus miembros tendrán las capacidades que tengan para gobernar, pero no para bloquear. Quien tiene el poder de bloquear, de ahogar financieramente, de controlar la distribución de recursos de todo tipo, de negar infraestructuras necesarias... sólo es el Estado. Obsérvese que leyendo algunos publicistas del establishment el mensaje latente viene a decir "tengamos juicio, seamos pragmáticos porque si volvemos a votar por independentista continuará el bloqueo". En tiempos como los que corren, a eso se le llama amenazar.