Los políticos del PP han abierto las fronteras del Madrid independiente para que una legión de jovencitos franceses se emborrache sin mascarillas en la calle. Este es el rumor histérico que brota del kilómetro cero y que medios y tuiteros españoles de apariencia progresista han amplificado con reportajes fotográficos y memes donde se ven a los tataranietos de Voltaire postineando en el exterior de los bares (unas imágenes repetidas ad nauseam en las cuales los barbilampiños en cuestión no superan los treinta o cuarenta bípedos y que yo mismo he podido ver en el paseo del Born o en multitud de fiestas privadas de Barcelona sin que los puritanos de casa se nos enfaden tanto). Pero vivimos en la era de la campaña permanente y la farra madrileña afrancesada es solo la misse-en-scène de una curiosa dicotomía entre la derecha permisiva (venid, herederos de la liberté, que en Madrit pimplaréis a gusto) y una izquierda cada día más beata que a pesar de haber gestionado la pandemia con los pies ahora va y tiene los santos cataplines de explicar a los ciudadanos cómo se tiene que ser cauto y responsable.

De la misma forma que pasó con la fiesta rave de Llinars, aquí lo que cuenta menos es la salud de los vecinos del norte que maman xibeca en la calle o los cuatro duros que ganarán los bares vendiendo cerveza caliente a los gabachos. Tampoco tienen en cuentan los datos, que en ningún caso certifican una llegada masiva de turistas a Madrid y Barcelona (las últimas cifras del INE certifican que la capital recibió a 45.559 turistas internacionales el pasado enero, un 10,5% del total del estado, lejos del 19,9% de las Canarias o el 19,6% de nuestra santa patria). A pesar del aumento de los meses posteriores, da igual que nadie haya podido demostrar una llegada masiva de borrachos galos, porque aquí lo importante es cómo afronta cada uno el arte de gestionar multitudes. "Ya no hay protagonistas, solo hay coro", lamentaba el plomo de Ortega y Gasset cuándo veía la turba ocupando el espacio público. Pero eso de ahora es diferente. Aquí no hay avalanchas de ebrios contagiando la Covid a mansalva, sino políticos que utilizan cuatro fotografías como último recurso para salvarse.

La clave de todo es que quede patente que las cosas importantes, como la gestión de la masa, se hacen en la capital y que aquí, como siempre, solo nos estamos discutiendo por quién ocupará la conselleria de boletaires y calçots

De momento, Díaz Ayuso ha conseguido que la izquierda madrileña tenga un ataque de franciscanismo propio de los comunistas de la Transición. A Gabilondo se lo ve perdido en el mundo de la mediocridad reivindicando su carácter de político sosaina mientras que Pablo Iglesias ha tenido que largarse del Gobierno a toda prisa para que la sucursal madrileña (y por lo tanto, nacional) de Podemos no se hunda. Puede parecer muy risible, pero a la presidenta de Madrid se la ve encantadísima de haberse conocido ironizando sobre el alarmismo de sus rivales y presumiendo sobre el hecho de que los franceses vayan a Madrid porque, a diferencia del Louvre, si hace falta les abrirá el Prado toda la noche para que puedan magrearse ante las pinturas negras de Goya. Da lo mismo si los franceses se contagian entre ellos en la calle o en fiestas privadas, mientras lo hagan en burbuja y el lunes se larguen de la capital, pues para Ayuso la clave es que la política española gire en torno al debate madrileño. Y, de momento, la presidenta lo está consiguiendo con un éxito rotundo y atronador.

Fijaos si es así que, ante la vía madrileña de la farra controlada, los asuntos de la formación del Gobierno en Catalunya parecen una cosa de cuatro tenderos que no se ponen de acuerdo con cuál será el horario de abrir el puesto. La clave de todo es que quede patente que las cosas importantes, como la gestión de la masa, se hacen en la capital y que aquí, como siempre, solo nos estamos discutiendo por quién ocupará la conselleria de boletaires y calçots. La farra madrileña es un acto de campaña, y de momento la nueva lideresa del PP lo está rentabilizando de maravilla. Los franceses se marcharán, Madrid continuará espléndida, y a la oposición social-comunista se le quedará aquella cara de mala leche del gruñón que sueña con cerrar fronteras. Eso sí es una jugada maestra.