Las cosas claras, la extrema derecha ya tiene partido. Mejor de esta manera que no haciendo toda clase de subterfugios que engañan a la gente y al votante. A partir de una ideología excluyente, instan a la violencia, van contra la libertad de expresión, con nocturnidad y alevosía, y es lógico que Cs sea punto de llegada de todos los radicales del españolismo anticatalán.

No nos confundamos sin embargo: a más ruido, más gritos, más presencia mediática en torno a la confrontación verbal o de actos contra la libertad de pensamiento en la calle. Arrancando lazos amarillos, atacando contra la prensa o disfrazándose para hacerse anónimos se consiguen menos votos, menos simpatías, menos apoyo social. Aquí y en España.

La extrema derecha, cuanto más radicales hace salir a la calle, menos peso tiene en democracia. No es un movimiento de masas, sino que está en un conflicto abierto (caso de las Camisas Negras italianas, las S. A. alemanas o la Falange española).

Un perfil claro de extrema derecha tiene otro efecto importante: permite marcar de forma más nítida la derecha española de perfil más democrático. Es posible que el PP, hoy por hoy, hasta que no haga la travesía por el desierto mientras gobierne el PSOE, no sepa distanciarse lo suficiente de la opción radical de la extrema derecha chillona. Es posible que, con el actual liderazgo de Pablo Casado, hombre afín a un exaltado Aznar, el PP haga sólo un seguidismo más ligero de los Rivera y Arrimadas, pero si son un poco inteligentes —en el PP no todo son cuatro cabezas calientes, hay gente inteligente— verán que tienen una oportunidad de oro de comerse de nuevo los votos que fueron a Cs hasta que el capital financiero español vio el peligro que suponía su extremismo descontrolado en las calles que ponía en riesgo el día a día español, tanto en el aspecto político como el económico.

A modo de ejemplo es bueno recordar que la clave de la moción de censura contra Rajoy y el PP, con el subsiguiente gobierno del PSOE de Sánchez, fue fundamentalmente sostenido por el PNV, que no podía de ninguna manera dejar que Cs pudiera llegar al gobierno del Estado. Hay que recordar que el afán centralista del españolismo exacerbado de los naranja en contra del Concierto vasco, caso que hubieran ganado las elecciones como mucha gente creía, hubiera provocado un problema de consecuencias imprevisibles, removiendo sin ningún tipo de duda todavía más los conflictos territoriales del Estado Español.

Muchos analistas políticos decían que una España de débil democracia no tenía ningún tipo de lógica social sin que hubiera un partido de extrema derecha. No son ninguna rareza, son la consecuencia lógica. Y más en un país donde nunca han sido depurados los legados y las responsabilidades del franquismo.

El peso del franquismo que se resiste a morir definitivamente, la estafa de la Transición Democrática, la nula voluntad de dar un paso de verdad hacia la separación de poderes, el no respetar el derecho de las minorías (cómo dice el artículo 2 de la Unión Europea), ha dado alas a un neocentralismo español ciego que ni el PP, ni parece que el PSOE tampoco, quieren cortar de una vez por todas. El PSOE se equivoca gravemente al abandonar el concepto supremo de la palabra socialismo, haciendo recordar aquel que pactó de forma vergonzante con la Dictadura de Primo de Rivera, un error a consecuencia del cual se ha fortalecido una nostalgia hacia el pasado próximo de carácter autoritario. No siembran ni hacen crecer valores democráticos.

Y no, el pasado no vuelve, ni volverá. El peso de la democracia se acaba imponiendo en todos los países que quieren vivir bajo este concepto político, y es impensable por otra parte una España moderna fuera de la UE. Más hora que tarde, España tendrá que plantearse lo que de forma mayoritaria, democrática y electoral han dicho los catalanes a las urnas. Querer votar por|para sí mismos, decidir su futuro.

Todo hace creer que, con la falta de visión de Estado que han demostrado los políticos españoles, no frenarán el poder omnímodo de unos jueces que harán pagar con represión, sea prisión, sea exilio, a los políticos catalanes que posibilitaron el referéndum de octubre. La actuación falsaria que aprueban PSOE y PP es la prueba más evidente de la debilidad de un estado que no sabe atraer, pactar, dialogar, negociar con los catalanes y los políticos que han escogido.

La opción de comprar voluntades con inversiones por atenuar las tensiones del estado con Catalunya está destinada al fracaso. Llegan tarde, hay demasiada violencia de por medio, demasiado desprecio, demasiada memoria colectiva de la máxima "A miedo ellos". El papel triste de los del 155, con el Rey al frente, con las amenazas de Sánchez al gobierno catalán —que demuestran que es más torpe de lo que se pensaba—, incrementan el descrédito de un sistema que en Catalunya no ofrece nada lo bastante consistente.

La extrema derecha, al ir contra la democracia, o se impone o la fortalece. La extrema derecha, en una democracia libre y pacífica, nunca ha esta un movimiento de masas, por mucho que grite, atemorice o intimide. Es un movimiento que vive en la marginalidad política.