Tiene cierta gracia observar a través de los diarios la capacidad que Puigdemont Mad Horse tiene para poner nervioso al Estado español. Puigdemont es un pujolista clásico, un patriota astuto que aplica la estrategia de la piedra escondida en la faja, pero en clave independentista. Como explicaba Xavi Barrena ayer a El Periódico, cuando ERC y PDeCAT se preparaban para abandonar la estrategia de la confrontación con Madrid, Puigdemont se puso a alborotar el corral por sorpresa.

Hoy por hoy, el presidente exiliado es la única figura política que se interpone en el camino de la restauración borbónica. La república se declaró de forma tan retórica que las prisiones están llenas de dirigentes independentistas, pero el Estado no puede pasar página mientras los catalanes tengan la posibilidad de votar a algún representante de orden que la reivindique y la defienda. Así se da la paradoja que Puigdemont se ha convertido en el principal obstáculo contra la normalización de la resignación y el realismo de estar por casa.

Mientras que el unionismo radical predica la idea de que Catalunya no está preparada para gobernarse, La Vanguardia i El Periódico miran de conseguir que el catalán corriente vuelva a la idea de que la independencia es imposible sin un nivel de violencia inasumible. Para tratar de neutralizar a Puigdemont y allanar el camino de retorno al autonomismo, El Periódico utiliza el estilo amarillo y anticonvergente de los viejos tiempos, mientras que La Vanguardia exhibe otra vez aquel estilo sibilino que le permite criticar el poder de Barcelona y de Madrid a la hora.

Después de meses de hooliganismo desatado, el diario del Godó parece que ha recuperado la personalidad. Los artículos legitiman la violencia del Estado y, al mismo tiempo, piden compasión y entendimiento. Algunos reculan|retroceden hasta la historia de Roma. Otros pretenden presentar las declaraciones de los políticos encarcelados como la quintaesencia del realismo. También hay quien se sorprende de la reacción sectaria del Estado como si fuera una cosa nueva y no tuviera nada que ver con el camino que llevó al independentismo hacia la vía unilateral.

Los ataques más duros y que, a la larga, más daño podrían hacer a Puigdemont, no vienen de ninguno de los diarios de gran tirada. La propaganda imprimida hace tiempo que sólo sirve para atrincherar y consolidar las posiciones hegemónicas. Como en los tiempos de la consulta de Arenys, para bien o para mal el desbloqueo de la situación política vendrá de la periferia, de blogueros y articulistas estrañitos, que muy a menudo viven lejos de Catalunya.

Ni que sea tímidamente, los últimos artículos que Borja Vilallonga ha colgado en su bloc o la columna que la Àstrid Bierge publica en El Món, escrita desde su retiro en Argentina, apuntan en esta dirección. Cuando la derrota está por encima de tus posibilidades, la esperanza ya sólo puede venir de fuera. Sea o no por motivos justos, fracasar es relativamente fácil; morirse, en cambio, es bastante más difícil. La vida siempre pone resistencia —a veces, una resistencia épica; otras una resistencia completamente grotesca y torpe.