Ignorantes, imbéciles e intolerantes, los habrá toda la vida y dado que, contra el catalán, esta ha sido una tendencia española secular, nadie puede sorprenderse de la estupidez de una enfermera retratándose con estas tres características al mismo tiempo. El "p. C" de catalán es la metáfora de siglos de intolerancia trabajada legalmente, promovida intelectualmente y defendida políticamente, hasta el punto que la catalanofobia es socia fundadora de España.

Es evidente que debemos indignarnos (y defendernos, en la medida que sea posible) ante una funcionaria pública que insulta y publicita en las redes su desprecio a nuestro idioma, olvidando su obligación como servidora pública. Pero no nos equivoquemos de objetivo, porque esta chica solo es un patético ejemplo del relato anticatalán que se cultiva en todos los estamentos del Estado, desde los judiciales y políticos, hasta los mediáticos e intelectuales. ¿Qué queremos que piense esta enfermera de Cádiz sobre el catalán, si vive en un Estado que nunca le ha enseñado a apreciar la pluralidad lingüística, ni respeta los derechos de sus ciudadanos catalanohablantes, ni tampoco le ha enviado ninguna pedagogía de la tolerancia plurinacional, aparte de respirar una permanente animadversión hacia el catalán en la mayoría de medios que escucha? ¿Tiene que ser más tolerante y más comprensible la enfermera de Cádiz que los eurodiputados españoles que acaban de hacer un aquelarre vomitivo e intolerable contra el catalán en la comisión de peticiones del Parlamento Europeo? ¿Cómo esperamos que respete nuestro idioma, si españolistas catalanes como Dolors Montserrat mienten, ensucian, distorsionan y agreden el catalán desde sus tribunas privilegiadas? ¿Cómo esperamos comprensión, si sus representantes españoles utilizan a los niños como instrumentos perversos de su guerra contra el catalán?

No nos engañemos. Enfermeras de Cádiz hay muchas, muchísimas, porque el Estado hace tres siglos que las fabrica minuciosamente, a través de las leyes que secularmente han echado el catalán de todos los estamentos públicos, a través de los discursos abiertamente catalanófobos que se han perpetrado desde todos los partidos españoles, a través de las prohibiciones más abruptas en las épocas más duras. Y ahora, desde que tenemos democracia, las enfermeras de Cádiz se van fabricando gota en gota, en miles de discursos políticos, en tertulias furibundamente anticatalanas, en leyes que regulan, acotan, limiten e incluso expulsan el catalán de la normalidad cotidiana, en sentencias de los jueces ideológicos, en los aquelarres anticatalanes parlamentarios que montan sobre montañas de mentiras y estiércol.

Es esto lo que bebe, come y digiere la enfermera de Cádiz: una lengua desterrada por las instituciones que la representan, sometida a control permanente, considerada sospechosa en el mismo Estado donde debería ser protegida, y sin ningún relato favorable que lo suavice a la gente que no la conoce. Y encima, sin ninguna utilidad práctica, porque el catalán es un idioma pario que, a estas alturas, leyes en mano, nadie necesita conocer, ni hablar.

Podemos hacer muchos aspavientos con la enfermera de Cádiz, pero no nos engañemos. Su gesto de intolerancia catalanófoba, no solo no recibirá ningún rechazo social en España, sino que será convertida en heroína de la “dictadura catalana” por parte de los partidos que trabajan insistentemente para destruir nuestra identidad. La maquinaria mediática ya ha empezado a trabajar el relato de la “víctima” y la maquinaria política ya ha empezado a reclamar más restricciones contra el catalán, no vaya a ser todavía sirva para algo.

Buscan la irrelevancia de nuestro idioma, su inutilidad, y, con las leyes actuales, lo conseguirán, perfectamente sabedores que, destruyendo el idioma catalán, destruyen la nación catalana. Esta es la cuestión central, el estrés permanente al cual se somete el catalán, desde todos los poderes y ámbitos de influencia, para debilitarlo definitivamente y convertirlo en una simple peculiaridad regional. La enfermera catalanófoba no es la excepción en España, sino la normalidad, y el problema no lo tenemos en esta pobre chica incapaz de darse cuenta del ridículo que hace, sino en una situación de vulnerabilidad que no para de aumentar. No deja de ser una triste coincidencia que, cuando hemos descubierto que el catalán es todavía más antiguo de lo que imaginábamos (probablemente, sus orígenes se remontan al siglo IV), es también el momento histórico en que puede quedar herido de muerte. O volvemos a combatir para “salvar els mots" [salvar las palabras], o toda la resistencia de generaciones enteras que han persistido en el idioma habrá sido en balde.