La resistencia de Puigdemont Mad Horse ha plantado el germen de una discusión europea que tiene todos los números para acabar como la Guerra de Sucesión, dividiendo el continente entre burocracias cortesanas y países comerciales. Aunque es casi imposible que la ola creada por el presidente exiliado llegue a ser lo bastante fuerte para desbordar el Estado, de momento ya ha servido para herir de muerte al Tribunal Constitucional y para empujar España hacia el falangismo.

El crecimiento de Ciudadanos pone en riesgo la democracia española porque va contra la esencia del imperio, que es justamente lo que los defensores de la autodeterminación miran de preservar de la antigua unidad. Con la ayuda de los partidos procesistas, Madrid está metiendo España en un pozo de demagogia. Como si se hubiera intoxicado con el miedo de sus víctimas, la cultura española va degenerando y los discursos cada vez son más demenciales.

A la vez que el Estado reprime a los dirigentes independentistas, también limpia la política de las ambigüedades que habían sostenido el autonomismo. En Madrid van descubriendo que los interlocutores que tenían en Catalunya no pintaban mucho, a la hora de la verdad. Las declaraciones de Jordi Sànchez confesando que había hablado con Enric Millo y que esperaba que el 1 de octubre sería una especie de 9-N, harían reír si la situación del presidente del ANC no hiciera llorar.

España castiga a sus interlocutores inútilmente, porque las naciones no se pueden borrar del mapa a voluntad. Los catalanes siempre perdonan los engaños de sus líderes nacionales y eso se presta a confusiones y hace que algunos políticos los tomen por idiotas. Como muchos creen que basta con no cambiar su identidad para destruir, poco a poco, las mentiras que han articulado España, han podido votar Puigdemont sabiendo que no cumpliría la promesa de volver a Catalunya.

Después de haber tomado el pelo a sus electores, los dirigentes de ERC y PDeCAT se encuentran, pues, en una situación terrible: o bien morirán defendiendo la independencia o bien morirán traicionándola. Los españoles quieren que mueran después de traicionarla porque una vez lo hayan hecho les será más fácil convocar elecciones con cualquier excusa e intentar, otra vez, que gane el unionismo. El Estado necesita que Ciutadans gobierne en Catalunya para establecer una dialéctica con el PP que contenga su crecimiento en el resto de España.

Por eso la investidura de Puigdemont es importante y hacer a un gobierno autonómico no tiene ningún sentido, como mínimo de momento. Todavía tenemos margen para dejar que el ogro español se emborrache más con su propia bilis, y para que la debilidad que los líderes processistes han demostrado ante el Estado despierte un poco más el odio contra Catalunya. Mientras nuestro PIB suba más que el de España, sólo tenemos que vigilar que no nos quemen las fábricas, sobretodo cuando vean que ellos se hunden y nosotros no.