El junio pasado el actual jefe de Estado cumplió cinco años de mandato y, ante la falta de encuestas ad hoc del CIS (da igual quien gobierne, ya saben la sustancial semejanza entre los españoles de derechas y los españoles de izquierdas) la empresa IMOP Insights realizó para la revista Vanitatis una encuesta en la cual se le preguntó a la gente por la elección entre monarquía y república.

Los resultados le dan una ligera ventaja en el ámbito estatal a los monárquicos (50,8%) enfrente de los republicanos (46,1%). En mi país los resultados se invierten: 51,6% de gallegos por la república enfrente del 45,6% monárquicos. Los resultados muestran una grandísima brecha territorial: 70,6% vs 24,7% para los vascos y 74% vs 21,6% para los catalanes, siempre a favor de la república. En el País Valencià empatan a 50%, mientras que en Andalucía, en Madrid y en el resto de comunidades autónomas los porcentajes de seguidores de la monarquía suben a 75,1%, 62% y 56%, respectivamente.

Sin ánimo de hacer de estos datos dogma de fe, es evidente que la Corona no es una institución percibida como neutral por las mayorías sociales

La brecha también es generacional: en los menores de 45 años gana ampliamente la república y en los mayores de esta edad, la monarquía. Y también ideológica: absoluta hegemonía de republicanos en los simpatizantes de Podemos, IU y fuerzas soberanistas enfrente de una absoluta hegemonía de monárquicos en los seguidores del PP, Vox y Cs. En los simpatizantes socialistas hay mayoría republicana (51,6% vs 44,5%).

Sin ánimo de hacer de estos datos (parecidos, eso sí, a alguna encuesta del 2018) dogma de fe, es evidente que la Corona no es una institución percibida como neutral por las mayorías sociales. Y después de cinco años de mandato de Felipe de Borbón parece que el principal factor de filias y fobias monárquicas (sin despreciar problemas de legitimidad de origen evidentes como el origen franquista de la reinstauración de 1975 o la falta de una decisión popular independiente respeto exclusivamente de la institución en el referéndum constitucional de 1978) es el propio discurso, explícito e implícito, emanado de los actos del Rey.

Y en este ámbito es en el cual se explican los datos de la encuesta y la terrible brecha territorial, ideológica y generacional entre seguidores y detractores de la monarquía. Porque el discurso del 3-O situó al jefe de Estado fuera de su función arbitral y enfrente de, como mínimo, más de la mitad de la ciudadanía catalana. Y porque su mensaje, también implícito, en este quinquenio le dibujó como garante de los privilegios de los cuales componen el deep state en lugar de un árbitro facilitador de soluciones más democráticas a los problemas de exclusión social, desigualdad económica y parálisis política.