Cuando la joven Remei Oliva tuvo que abandonar su casa, en Badalona, tenía veinte años y no podía saber de ninguna manera que tardaría más de veinticinco en volver a pisar su país, su tierra. Era enero de 1939. Ni se imaginaba que sería una prisionera en el campo de concentración de Argelers. Confinados a la fuerza, decían también algunos. Pero si apenas cruzar la frontera, sin haber cometido ningún crimen —y con el único delito de las ideas— te embuten en una playa rodeada de alambres, te humillan y no te dejan salir durante meses, eres prisionera, aunque una de las paredes de la celda sea el mar.

En una playa de 3 kilómetros de largo por 500 metros de ancho malvivieron unas 75.000 personas durante meses, en pleno invierno. Remei es una de las supervivientes. Fue con sus padres, su marido y alguna familia más, como hermanos, cuñadas y tías. Hoy en día, pasearse por la playa de Argelers da pavor por dos motivos: primero por  imaginarse cómo debió ser un día a día en el exilio de aquellas personas republicanas tratadas como ganado por las autoridades francesas y segundo porque casi no queda ni rastro del triste capítulo que allí se vivió. La desmemoria es uno de nuestros peores enemigos. Campings y más campings cerca del mar no dan ninguna pista de aquella realidad camuflada. Solo un monolito en medio de la población —inaugurado en 2019, por el 80.º aniversario— da fe. Poca cosa más.

Entre las escasas pertenencias que ella tuvo tiempo de atrapar al vuelo antes que la aviación fascista bombardeara Catalunya había una caja de hilos. Era modista. De hecho, todavía lo es. Cose y pinta. Retratos de Picasso o de Frida Kahlo cuelgan de las paredes de su casa, en Occitania, cerca de Quilhan, donde vive en una casita en la montaña, con uno de sus hijos y donde nos recibió con una sonrisa diáfana y una memoria insobornable. En septiembre cumplirá 104 años y es la última madre viva que parió en la Maternidad de Elna. Rubèn, su primer hijo, nació en este antiguo castillo —recuperado por la enfermera suiza Elizabeth Eidenbenz— donde entre 1939 y 1944 nacieron cerca de 600 criaturas. Remei vivió la mayor parte del embarazo pasando penurias en el campo de concentración. De los objetos de aquella época conserva como un tesoro las agujas de ganchillo que su marido, Joan, le hizo con trozos de la alambrada que les robaba la libertad y con las que pudo crear la primera ropita de Rubèn.

Para contribuir al recuerdo, el Memorial Democrático acaba de reeditar —en catalán— el libro de memorias de Remei Oliva. La chica de la caja de hilos, se titula, en referencia a las pequeñas pertenencias de costura que se llevó durante la Retirada. Se trata de un testimonio imprescindible y emotivo, escrito en primera persona y que transporta el lector a unas décadas que algunos, ahora, quieren borrar y que otros querrían repetir. Remei describe su vida. Ella, que por los altavoces de la plaza mayor de Figueres, ya en plena retirada, oyó la voz del president Companys dirigiéndose en directo a la población diciendo que era necesario resistir, cuando Barcelona ya había caído y los ánimos desfallecían.

Hoy en día, la Maternidad es un museo de memoria que revive aquella historia de justicia y democracia, un patrimonio conservado gracias a la gran tarea del ayuntamiento (que resiste el embate de la extrema derecha en la Catalunya del Nord) y a la labor de la asociación de Descendientes y Amigos de la Maternidad de Elna (DAME) que se encarga de hacer actividades divulgativas y mantener vivo el legado, y que este mismo fin de semana ha homenajeado a la enfermera suiza, con la presencia de dos ancianos que nacieron allí, Cèlia y Perceo, que a sus 81 años plantaron un rosal a los pies del edificio que oyó su primer llanto, porque a la vida, a pesar de todo, se la mira con esperanza.

Redescubrir la catalanidad del Roselló y de su gente es un ejercicio que los de la Catalunya Sur tendríamos que ir haciendo de vez en cuando y recordar que por los mismos caminos del exilio por donde tuvieron que huir nuestros antepasados, llegaron las urnas del 1 de octubre que nuestros compatriotas salvaron. No hay Elna sin Argelers. Fue la luz dentro de la oscuridad. Elizabeth y Remei. Dos mujeres que con su testimonio vital han llenado de dignidad nuestra historia colectiva. Dos heroínas que cosieron con hilo irrompible la red de humanidad, agradecimiento y compromiso que hoy todavía perdura entras los pueblos que hablamos la misma lengua.