Los medios de comunicación y las redes sociales han dado esta semana una dosis de circo romano especialmente sórdida y sucia. La desgracia de una chica que fue violada en una portería por cinco chicos enfermos de sexo ha servido para atizar, una vez más, el deseo de venganza de unos sectores sociales que no pierden la ocasión de utilizar el dolor ajeno para sacar rendimientos ilícitos de causas nobles.

No sé si los políticos y los tuiteros que han atizado la indignación contra los jueces y contra los agresores se han parado a pensar si de verdad hacían un favor a la víctima real de los hechos. A pesar de la insistencia de las televisiones, no he visto que la víctima se paseara por ningún plató, los últimos meses, ni que sus declaraciones a la policía y en los tribunales rezumaran la rabia desbordada que se ha extendido a las redes y a la calle.

La bondad y la empatía no se pueden defender a través de chivos expiatorios. Cuando una idea buena se contrapone a un mal concreto enseguida queda subyugada y pervertida. El camino hacia la libertad es pesado y doloroso y la historia nos enseña que, cuando una sociedad busca chivos expiatorios para poder soportarlo mejor, se sitúa rápidamente en una autopista de degradación.

La inteligencia y el amor se tienen que mantener siempre a la altura de la libertad que hemos conquistado, si no nos queremos hundir con ella. Sería una lástima que, después del camino hecho, tuviéramos que ver cómo las mujeres pasan de reivindicar el amor libre a sufrir por si los hombres las miramos demasiado. El machismo se tiene que superar por elevación, entendiendo que las relaciones entre los hombres y las mujeres serán siempre conflictivas.

Igual que siempre habrá caraduras dispuestos a utilizar el dolor ajeno al favor suyo, las relaciones entre los hombres y las mujeres siempre estarán marcadas por estas zonas de peligro en las cuales la realidad y la fantasía se confunden y los bajos instintos se mezclan con la voluntad de poder. Los climas de costureros en la Place de la Concorde pueden ser televisivos, pero la indignación no ha ayudado nunca a resolver ningún problema.

Cuando un sistema es inestable, tiende a favorecer el alarmismo y la polarización porque el miedo sirve para controlar a la gente. También es verdad que la justicia española ha perdido tanto crédito y está tan desconectada de la sociedad que ahora cualquier sentencia es susceptible de crear un drama. Aun así, si la prisión tiene que servir para rehabilitar a los criminales, no puede servir para llevar a cabo ninguna venganza o castigo ejemplar.