Me lo tendrían que explicar muy poco a poco, de forma muy clara y comprensible, y sobre todo añadiendo algún argumento más. Quizás soy yo, que me cuesta. O son ellos, los de Junts per Catalunya, o Carles Puigdemont, que no se explican lo suficientemente bien. O tal vez lo que sucede es que, efectivamente, las razones para autoexcluirse del Pacte Nacional per la Llengua, firmado el martes, no son lo suficientemente sólidas, ni tienen demasiada fuerza. El caso es que permanezco perplejo, estupefacto, ante el rechazo de Junts per Catalunya al Pacte, que supone, de entrada, 255 millones para este año para intentar revertir la tremenda crisis que día a día empequeñece más y más el catalán. Una crisis que tiene muchas dimensiones —ahora no es el momento de profundizar en ellas—, pero que en todo caso es una crisis como una catedral, una crisis de fondo, con causas estructurales muy complejas y difíciles, muy difíciles, de combatir y, aún más, de revertir. El futuro de nuestra lengua y, por extensión, en buena parte, de lo que entendemos como la Catalunya nación, se presenta abrupto y lóbrego. Que, ante todo esto, Junts, el principal partido nacionalista, soberanista e independentista del país, decida, por obra y gracia de Puigdemont, descolgarse del Pacte es una mala noticia. Muy mala. Y también un movimiento, como decía, difícil de explicar y de entender. De explicar —quiero decir— para que no parezca lo que parece. ¿Y qué parece? Pues el sacrificio de los intereses del país, de la lengua, ni más ni menos, en el altar de la politiquería, de la miopía táctica y de la pulsión partidista.

¿Qué dice Junts sobre el Pacto? Que no y que no. Que no lo piensa firmar, que no le da su apoyo. ¿Y por qué? Según ha explicado el propio Puigdemont desde Waterloo, por dos razones. La primera de ellas, no sé si la más importante o no, es que todavía no se ha logrado que el catalán sea oficial en la Unión Europea. Eso depende de si el Gobierno consigue convencer al resto de gobiernos. Lo que no es nada sencillo. Probablemente, Pedro Sánchez podría hacer más, priorizarlo más. A lo mejor sí. La próxima cita es el día 27, durante la reunión del Consejo de la UE. Pero, sea como fuere, esto no tiene nada que ver con luchar por el catalán en Catalunya, en nuestras calles y plazas, en las escuelas, en los hospitales, en los medios, en las redes, en internet, etcétera. ¿Que el catalán se encuentre con obstáculos en la UE tiene que llevar a boicotear el Pla Nacional per la Llengua? ¿Cómo se come eso? Es un poco como el niño que en medio de una rabieta empieza a golpear la pared con la cabeza hasta que se hace una brecha y sangra. A la contrariedad inicial suma la autolesión gratuita y furiosa.

Junts habría podido reclamar más y mejores medidas, más dinero, un calendario detallado, garantías de cumplimiento, etcétera, pero ha decidido abjurar del Pacte

La segunda de las razones viene a decir que no hay que hacer nada hasta que el Constitucional se pronuncie sobre la obligatoriedad del 25% de castellano en la escuela. Es una sentencia que llevan tiempo diciendo que es inminente y que tiene todos los números de ser adversa. De nuevo, aquí se aplica la lógica del muchacho irascible. Pero me pregunto —e intento reprimir la irritación: ¿cuál es la lógica que dice que, como el pronunciamiento del Constitucional sobre el catalán seguramente será contrario a los intereses de Catalunya, lo que hay que hacer es dar la espalda a un acuerdo político de partidos, sindicatos y entidades catalanas a favor del catalán? Más aún porque el acuerdo se puede modificar o reforzar si fuera necesario. Ya digo, alguien me lo tendría, nos lo tendría, que explicar muy poco a poco y muy claramente, porque este tipo de razonamientos no hay por donde cogerlos.

Junts per Catalunya habría podido reclamar más y mejores medidas, más dinero, un calendario detallado, garantías de cumplimiento, etcétera, pero ha creído que sirve mejor a Catalunya y al catalán abjurando del Pacte. Tendrían que habérselo pensado un poco más. Ni aunque fuera por coherencia, ya que el Pacte lo puso en marcha el gobierno de Pere Aragonès en 2021, es decir, que proviene de cuando Junts formaba parte del gobierno de la Generalitat. También habría podido hacerles dudar que la CUP, justamente la CUP, esté en contra. ¿Coincidir con la CUP, a los de Junts, no les inquietó ni un poquito? ¿O que, contrariamente, entidades como Òmnium y Plataforma per la Llengua—que no creo que sean sospechosas de querer destruir el catalán—, le den su apoyo, no les hizo preguntarse nada? De momento, a falta de explicaciones más convincentes, el 'no' de Junts parece, como decía, politiquería de todo a cien o, aún peor, producto del despecho de un crío mimado. Ahí es nada.