Este artículo —especialmente este título— podría haberse escrito durante muchas etapas de nuestro pasado reciente. Podrían haberlo leído cuando, estremecido por la confesión de Jordi Pujol, Artur Mas decidió practicar una de sus (fallidas) astucias rebautizando Convergència con una de las peores creaciones verbales de la historia política, el PDeCat, que ahora deambula en algún agujero negro del espacio sideral. También cuando, temeroso de que Oriol Junqueras le robara parte del pastel del procesismo después del 9-N, Mas se inventó ese artefacto llamado Junts pel Sí, chiringuito para regalarnos una hoja de ruta en dieciocho meses que hoy descansa en el Museo Nacional del Humor. Finalmente, también podría referirse a Junts per Catalunya, el personalista y agónico intento de salvar el autonomismo de la vieja CiU tintándolo del glamur que le quedaba a Carles Puigdemont después del 1-O de 2017.

Los catalanes lo aprovechamos todo y vale la pena recuperar esta idea (a saber, que Convergència puede mutar de nombre, pero nunca cambia de esencia) con ocasión de la última pantomima del Molt Honorable 130 y su aquelarre de fieles en el exilio. Dicen que Puigdemont ha roto su pacto con el PSOE, cansado de los incumplimientos y los delays de Pedro Sánchez en asuntos como la amnistía, el tema del catalán en Europa y las competencias de inmigración. La realidad —como pasa siempre con los convergentes— es notoriamente distinta; recordarán como, hace poco más de una semana, una delegación de alcaldes de Junts se reunió con su capataz en Waterloo para explicarle lo cagaditos que están por el auge de Aliança Catalana en sus municipios (los alcaldes, ¡ay!, son ese curioso tipo de políticos que todavía tienen conexiones auditivas con las filípicas de los vecinos cuando compran merluza en el mercado).

Por este motivo, y no por ninguna diferencia real con Sánchez, Puigdemont ha simulado que riñe con el PSOE, haciendo uso de la antiquísima táctica pujolista de fingir cabreo (el Molt Honorable 126 se refería a ello como “decir un mecagoncony”) para lograr lo que los jóvenes de hoy en día llaman casito. De hecho, si prestamos atención a las demandas juntaires antes referidas, cualquier persona mínimamente documentada sabe que la aplicación de la amnistía no depende exclusivamente del líder supremo del PSOE, sino de los jueces españoles. A su vez, la oficialidad del catalán no es prerrogativa única del Gobierno, sino que debe ser ratificada por la mayoría de los socios del Viejo Continente. Finalmente, cuestiones como la cesión de la política migratoria a la Generalitat (propuesta urdida para atenuar el efecto Orriols) son cantos de sirena, pues el Estado nunca regalará a Catalunya un pleno control del ámbito fronterizo.

Puigdemont ha simulado que riñe con el PSOE, haciendo uso de la antiquísima táctica pujolista de fingir cabreo

Todo esto, insisto, ya se sabía cuando Puigdemont pasó de afirmar en campaña que Sánchez era un tipo al que nunca compararía un automóvil de segunda mano… a investir al rey del PSOE como presidente de España (felicitemos desde aquí a los mediadores suizos de los españoles, que lograron formar un gobierno socialista a cambio de unos pactos que no tenían ninguna obligación de cumplir). Pues bien, ahora Junts —es decir, la Convergència de siempre— hace aquello tan característico de obrar como si todo esto no hubiera sucedido. La cosa se trama con dos objetivos; primero, como decía antes, rebrota el poco aroma de unilateralidad que queda en las filas de Junts para combatir el lenguaje audaz de la reina de Aliança y, en segundo término, poder explicar que Junts no es un socio faldero del PSOE, en contraposición a Esquerra. El argumentario es propio de una mente cínica con inteligencia de párvulos; pero, queridos, esto es lo que hay.

Como era de esperar, esta ruptura de Junts con el PSOE no supondrá que los convergentes prescindan de los cargos que les ha comportado ser la muleta de la administración española, como el puesto en el Consejo de Administración de RTVE, porque una cosa son las convicciones y el mecagoncony contra la pérfida España… y otra muy distinta es la pasta. Como decía antes, y como habrá que decir siempre, Junts es la Convergència de siempre, quizás con la estética capilar un poco más cupaire y un ticket restaurante de precio medio para echar la barriga en la capital del Reino.