La estrategia jurídica de Oriol Junqueras y Raül Romeva combinó el criterio político y el jurídico. Tan importante era el primero como el segundo. Nunca confiaron, ni poco ni mucho, en el Tribunal Supremo, y ambos repitieron hasta la saciedad que no tuvieron una instrucción justa y que tampoco tendrían un juicio justo. Seguro que había buena intención de fondo en aquellos abogados que plantearon una estrategia defensiva friendly con el Tribunal de Marchena, estrategia que fue ampliamente aplaudida. Ahora se constatan sus limitaciones y recorrido. Mucho ruido para nada.

Lo único determinante de este infame juicio en el Supremo era trabajar desde el principio pensando en el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, en la justicia europea. Por lo tanto, para poner de manifiesto que aquel no era un juicio justo. Hecho que quedó meridianamente claro cuando Marchena se cargó el principio de contradicción, al impedir que las mentiras que iban repitiendo como loros los policías y guardias civiles que declaraban fueran desmentidas ipso facto con las numerosas imágenes y vídeos, a disposición del tribunal, en el mismo momento. Porque eso habría cortocircuitado el miserable argumentario que repetían como una letanía, mintiendo a conciencia. Tan escandaloso fue que, a pesar de todo, hubo policías que fueron pillados, in fraganti, mintiendo despiadadamente. Pero Marchena lo dejó pasar, a conciencia, tenía muy claro qué tipo de obra estaban representando.

Legitimar a Marchena fue un error, desde el principio. La Unión Europea nos ha decepcionado mil y una veces. Pues menos mal que existe la Unión Europea, y suerte que hay unos tribunales a los cuales apelar ante una justicia española que actúa como brazo ejecutor de un Estado sediento de odio y con sed de venganza.

La discreción se ha aliado con la eficacia. Y finalmente el Tribunal de la UE ha empezado a dinamitar un juicio en el Tribunal Supremo que ha carecido de garantías desde el minuto uno y de una acusación —fundamentada en los informes-consignas políticas de unos mandos policiales que han actuado como policía política— que ha ejercido inquisitorialmente y que todavía hoy equipara el 1 de Octubre a un golpe de Estado. La única violencia fue la que desplegaron a conciencia y con ensañamiento, "metiendo la porra como si no hubiera un mañana", las fuerzas de seguridad españolas que ahora resulta que nadie sabía quién las comandaba.

Junqueras tenía inmunidad, sí. El juicio se tendría que haber suspendido y Marchena no lo suspendió a conciencia. Queda claro. Pero Marchena ni siquiera esperó a la resolución de una cuestión prejudicial que él mismo había planteado. La resolución europea al recurso planteado por la defensa de Junqueras golpea como nunca a un juicio político que fue una opereta para disfrazar la consumación de una venganza que ha tenido como hombre fuerte al vértice del Estado, el rey Felipe. Por eso todavía es más delirante que haya fuerzas políticas que siguen participando de las recepciones reales, cargando de legitimidad a alguien que es heredero directo de la dictadura franquista, alguien a quien no ha escogido nadie y se sitúa en las antípodas de todos los anhelos republicanos, también de la igualdad, la libertad y la fraternidad como consigna profunda del republicanismo. Y alguien que en su día no quiso ni recibir a la presidenta Carme Forcadell. No lo olvidemos.

De rebote, la discreción y la eficacia de la estrategia jurídica de Junqueras y Romeva no sólo deja en cuestión el juicio al conjunto de los presos del 1 de Octubre y refuerza sus aspiraciones cuando esta sentencia de 100 años llegue a Europa y sea resuelta, aunque el TC lo seguirá dilatando. También abre una autopista en favor de Toni Comín y Carles Puigdemont, que claramente se cargan de razones —como nunca— para exigir ser reconocidos como parlamentarios europeos de pleno derecho. El trabajo bien hecho no tiene fronteras. Hoy no se ha ganado ninguna guerra, pero sí una batalla que puede ser muy determinante en el resultado final, en favor de todos y todas.