Cambio de opinadores en TV3 y se levanta una gran polvareda cuando los relevos tendrían que ser, en una sociedad democrática, una práctica normalizada. De hecho, todos sabemos que los trabajos no duran para siempre, y las colaboraciones como tertuliano tampoco. (De hecho, con excepciones notables, las jornadas de trabajo se alargan, pero los contratos laborales cada vez son más breves, también los llamados contratos fijos). Los opinadores no tendrían que ser ninguna excepción, y quizás nos tendríamos que preocupar y hablar más de los que duran, y duran, y duran, como aquellos conejillos del tamboril que van con pilas. Si pensamos en otras cadenas, ¿no les parecen una pizca ramplones los inevitables señor India y señor Marhuenda? ¿No están un poco hartos? ¿Cuántas mentiras les han oído decir con impunidad y excelente remuneración para su bolsillo? Y no es un fenómeno tan estrafalario... Volviendo a nuestra casa, ¿no deberíamos preguntarnos cómo puede un opinador tener cuota de pantalla entre seis y ocho veces a la semana en varios medios? ¿Es porque la cámara los ama? ¿Porque siempre pega con el decorado? ¿O porque bajo formas suaves y un poco tecnocráticas queda bien con tiros y troyanos?

Es bueno cambiar de caras, e incluso preferible, por la verdad y el juego limpio, despedir a tertulianos que se toman por enemigos (sin serlo ni de lejos) que querer encasillarlos en posiciones no demasiado elegantes. Recuerdo por ejemplo como Albano Dante Fachin era presentado a menudo en el programa Tot es mou como un hiperventilado. No sé, quizás es un exceso de susceptibilidad por mi parte, pero a mí me parecía una falta de respeto por sus opiniones. Tantas cosas se pueden decir antes de Albano que no se encuentran a menudo en la pantalla del televisor: sincero, valiente, tozudo, irreductible... Por eso, en el submundo de Twitter le di la enhorabuena cuando tuiteó la noticia que de TV3 lo había llamado para decirle que ya no contaban con él. Creo que le puede ir bien descansar un tiempo y recordar que puede exigir, en el próximo acuerdo de colaboración con algún medio y como condición fundamental, una cláusula de respeto. No lo es tener a los opinadores tres horas en plató para que hablen cinco minutos, interrumpir el discurso por cualquier tontería, o incluso, cuando se interviene desde casa, que cualquier moscardón se aproveche de tu tiempo y condiciones para recitar la Wikipedia. Y creo que buena parte de lo que he dicho vale también para Pilar Carracelas. Si fuéramos malpensadas, podríamos considerar la agravante, en el caso de la periodista, de sumar a un intento, a veces bien explícito, de menosprecio por sus opiniones, una nada disimulada misoginia.

En los medios entendidos y financiados como servicio público se tendría que observar que "primum, non nocere", nadie tendría que hacer carrera en el bien común jugando a aprendiz de Torquemada

Jugar a aprendiz de Torquemada ahorra, si no te pillan o te toleran, dar gato por liebre: eso sería, en el mundo del periodismo, hacer pasar anécdotas por categorías, mientras se engrasa la pira donde se quiere hacer quemar a presidentas del Parlament y amigos muy próximos. Los trampantojos alteran las perspectivas y a veces las verdades solamente se ajustan a los rompecabezas cuando es irreparable y ya se ha hecho demasiado destrozo.

Mal si se dice, mal si no se dice nada... mal si se condena lo que los árbitros de la opinión quieren que se condene, pero de una manera más propia, y mal si no se hace. Y las piras castradoras alimentadas para consumir a los aprendices de indomables dejan ir chispas que pueden provocar fuegos difíciles de apagar. No es recomendable dejar el control de los incendios a los pirómanos, ni querer sustituir la opinión política, el feminismo y la denuncia por los tonos aparentemente amables y los contenidos vacíos de la banalidad. De hecho, sustituir colaboradores por otros más sabios, brillantes y también insobornables, puede ser un reto necesario y tan comprensible como cargado de dificultades... Pero sustituir política, denuncia y verdad por divertimiento y frivolidad es, de hecho, la peor de las políticas.

Y ya basta de bullying más o menos encubierto y de mediocridades escondidas por el juego del monopolio. También en los medios entendidos y financiados como servicio público se tendría que observar que "primum, non nocere" —lo primero de todo debería ser no hacer daño—, y que nadie tendría que hacer carrera en el bien común jugando a aprendiz de Torquemada. Solamente así, como hacía el periodista de la CBS, Edward R. Murrow, podemos cerrar el texto deseando buenas noches y buena suerte.