Últimamente, cada vez que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez aparecen juntos hay que procurar que no lo vean los menores porque asistiremos a algo poco edificante. La sórdida pelea de gallos que están protagonizando produce una mezcla amarga de sentimientos negativos. Bochorno porque lo ve el mundo entero. Indignación porque juegan temerariamente con un país en dificultades. Preocupación por el futuro, sobre todo si son ellos quienes han de conducirlo. Y tristeza por la desgracia histórica de afrontar la hora más difícil de la España postfranquista con los dirigentes más miopes e irresponsables.

¿Por qué no nos ahorraron lo del viernes? Uno y otro debían saber lo que ocurriría. Sánchez acababa de equiparar por segunda vez al PP con Bildu y había anunciado claramente sus intenciones: me voy a ver con Rajoy para escupirle de nuevo a la cara que él y su partido están apestados y que no tengo nada que hablar con ellos. Y Rajoy tenía muy pensado lo que haría: “lo recibiré como se merece”, declaró unos días antes. Lo de negar la mano no fue ningún despiste, estaba meditado y ensayado ante el espejo.

La gente normal se reúne para hablar. Pero estos dos señores han inventado algo nuevo: reunirse para que se vea que no pueden ni quieren hablar. La pregunta que me atormenta como analista es: ¿Por qué estos dirigentes y sus asesores han decidido que les conviene políticamente exhibir la hostilidad, predicar la incomunicación y practicar el sectarismo? ¿Qué beneficios esperan obtener de ello? Si tenemos razón quienes pensamos que ese comportamiento perjudica a ambos, mal asunto; pero si ellos están en lo cierto y actuar así les es rentable, mucho peor, porque entonces sí que habría que preocuparse por la salud de esta sociedad.

La gente normal se reúne para hablar. Pero estos dos señores [Rajoy y Sánchez] han inventado algo nuevo: reunirse para que se vea que no pueden ni quieren hablar

Aceptemos que no es posible que el PP y el PSOE cooperen de alguna forma para dar un gobierno a España. Dejando eso a un lado, ¿de verdad no tienen nada de qué hablar? ¿Realmente el único mensaje que pueden intercambiarse –además de los insultos– es “a todo que no”?

Digo yo que, investiduras aparte, sería una buena cosa que las dos personas que aspiran a presidir el próximo gobierno pudieran abordar un orden del día razonable. Por ejemplo: Primer punto, la crisis financiera que se avecina y su impacto sobre la economía española. Segundo punto, Catalunya. Tercer punto, todo lo que amenaza a Europa, desde el abrumador problema de los refugiados o la amenaza terrorista al chantaje británico, pasando por el auge de las fuerzas extremistas y xenófobas. Y cuarto punto, ¿por qué no?, explorar los posibles espacios de colaboración parlamentaria para sacar adelante las reformas que España necesita. Eso da para algo más de 20 minutos, ¿no?

Aquí se han impuesto lo que Daniel Innerarity llama “los ritos del desacuerdo”:

Para entender qué es lo que está realmente en juego, debe tenerse en cuenta que los litigantes no están hablando entre ellos sino que se dirigen a un público por cuya aprobación compiten. La comunicación entre los actores es fingida (…) Los discursos no se realizan para discutir con el adversario o tratar de convencerle, sino que adquieren un carácter plebiscitario, de legitimación ante el público.

Eso explicaría la tendencia de los políticos a sobreactuar, la enfatización de lo polémico hasta extremos a veces grotescos o poco verosímiles. Con ello tratan de obtener no sólo la atención de la opinión pública, sino también el liderazgo en la propia hinchada, que premia la intransigencia, la victimización y la firmeza.

De acuerdo en la radiografía, pero sigue en pie la cuestión crucial: por qué los políticos españoles de hoy (y en esto los nacionalistas catalanes son tan fieramente hispánicos como el que más) creen que escenificar la discordia los legitima más ante sus respectivas clientelas que practicar la conversación y la concertación. Yo quiero seguir pensando que se equivocan.

Es impresionante la arrogancia de unos dirigentes que tienen muy poco de lo que presumir. Rajoy y Sánchez fueron los grandes perdedores de las elecciones del 20 de diciembre

Por otra parte, es impresionante la arrogancia de unos dirigentes que tienen muy poco de lo que presumir. Quizá hay que recordar a Rajoy y a Sánchez que ellos dos fueron los grandes perdedores de las elecciones del 20 de diciembre. Que Rajoy ha perdido la confianza de cerca de 4 millones de votantes y que bajo su mando el PP tiene hoy más dirigentes ante los tribunales de justicia que en el Congreso y en el Senado juntos. Que Sánchez ha conducido al Partido Socialista al nivel más bajo de apoyo popular desde que volvió la democracia y que está al borde de ceder la primacía de la izquierda a un partido populista. Y que con el resultado que ellos obtuvieron, cualquier otro dirigente europeo no estaría ahora aspirando a la presidencia del Gobierno porque habría presentado su dimisión en la misma noche electoral.

Esta arrogancia de perdedores, difícil de soportar, me recuerda a la de Artur Mas, que tras haber metido a su país en un callejón sin salida y haber destruido al partido político más importante de Catalunya aún sigue piando y han tenido que venir unos radicales antisistema a despegarlo del sillón con aceite hirviendo. O a Cristina Kirchner, que en un arranque supremo de soberbia sectaria boicoteó cobardemente la toma de posesión de su sucesor.

Los ciudadanos Sánchez y Rajoy pueden ignorar las reglas básicas de la urbanidad, pero al presidente del Gobierno y a quien pretende ocupar ese cargo no se les debería permitir. Por respeto a lo que representan. Porque en la vida pública las formas tienen valor de fondo. Y porque la palabra líder (del inglés lead) significa “el que guía o señala el camino”.

En junio probablemente seamos los electores quienes debamos realizar una necesaria operación de higiene política

Esta sucia pelea de políticos mediocres está enviando a la sociedad el peor de los mensajes. Si la relación entre los líderes consiste en insultarse, negarse a conversar sobre nada y negarse el saludo, eso es una invitación a que cualquiera haga lo mismo con su vecino que vota al otro partido.

Con todo, lo que debe preocuparnos ahora es la dimensión política inmediata de estos episodios. Hoy ya sabemos que la incompatibilidad personal entre Rajoy y Sánchez se ha convertido en un obstáculo que lesiona objetivamente al interés de España. Sabemos con certeza que mientras uno y otro permanezcan donde están no habrá forma de que los dos principales partidos mantengan un diálogo constructivo ni colaboren en nada. Y presentimos que si mañana ambos partidos se presentaran ante el país con dos personas distintas al frente, millones de ciudadanos –incluidos la mayoría de sus votantes– respirarían aliviados y todo se vería más despejado. Así que si ellos no lo hacen voluntariamente, en junio probablemente seamos los electores quienes debamos realizar esta necesaria operación de higiene política.