El globo está a punto de estallar. Un globo que se ha ido llenando de trampas, que van pesando y que más pronto que tarde (podría ser la próxima semana), termine por reventar. 

Como bien habrá entendido, me refiero a la situación ya insostenible que se está produciendo por parte del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional, de los políticos y, en definitiva, de todo un sistema que ha ido funcionando a base de parches, de irregularidades, fundamentado también en grandes dosis de egoísmo, mala leche y una absoluta falta de respeto a la ciudadanía. 

La calidad de "nuestros" políticos es una de las piezas principales de este sindiós. Perfiles de gentes que, más allá de la política, muy probablemente tendrían muchas dificultades para poder ganarse la vida cobrando salarios equiparables. Perfiles de muchos que han venido a la política para alimentar sus egos, sus complejos, para "ser alguien", y por supuesto, para llenarse las alforjas. Por mucho que repitan aquello de representar a los que les han votado, incluso a la ciudadanía y al bien común. Nada. De eso ya es complicado creer una sola palabra. Porque en un sistema de partidos donde es la tónica general que quien más poder alcance a tener sea precisamente el más trepa, el menos preparado, o el que es capaz de cambiar su discurso dependiendo de cómo caliente el sol, tenemos poco bueno que esperar. 

Esta tropa de "nuevos líderes" son los que han hecho de la arena política un erial donde la pelea continua, el insulto, la búsqueda de la foto y del titular han degradado lo que debería ser una labor de respeto profundo, de cuidado en las palabras, de búsqueda de discursos que enriquezcan y planteen alternativas. La bajeza, la falta absoluta de creatividad y de ideas que nos hagan pensar que merece la pena apoyar un proyecto, está terminando con eso que debería ser la idea de sentirnos representados por alguno de ellos. 

Está claro que, para todo hay gustos. Habrá quien prefiera a unos, a otros, aunque en términos generales, la sensación de desafección política es cada vez más acusada entre la población. Y eso, evidentemente, es un problema. Porque en una democracia representativa, cuando cada vez los supuestos representados sienten que nadie habla por ellos, rompe el principal cordón umbilical, rompe el contrato social y en definitiva, debilita el sistema en su conjunto. 

Podemos pensar que este sistema representativo, con la deriva de la clase política durante los últimos años, está tocado de muerte. 

No hace falta dedicar muchas líneas para abordar el problema que tenemos cuando los servicios públicos nos resultan insuficientes. Cuando cuestiones tan fundamentales como la Salud o la Educación son relegadas y maltratadas para beneficio del sector privado. Listas de espera interminables, atención cada vez más limitada, profesionales hastiados y exhaustos que no pueden desarrollar su potencial ni trabajar con ganas porque la Administración les ha dejado absolutamente vendidos. 

La burocracia que nos ahoga, y que lejos de haber fomentado una Administración ágil, cercana y humana, se está convirtiendo cada vez más en una suerte de ogro que nunca responde, que rara vez ayuda y que normalmente, es preferible evitar. 

Una economía que se cubre de nubes oscuras. Una situación en la que nos vemos obligados a seguir pagando impuestos, a pagar más por bienes para cubrir nuestras necesidades básicas, pero a sentir que por mucho que paguemos, no compensa el enorme esfuerzo que hacemos. 

Pero ¿qué ocurre cuando son los propios jueces los que pasan por encima de las leyes? ¿Qué sucede cuando, como ocurre en el CGPJ o en el TC sus señorías son conscientes de que están participando en hechos que contravienen la Constitución? ¿Quién puede tomar medidas? 

Podría seguir con esta lista de agravios, con esta infinita enumeración de los terribles abismos que se van haciendo cada vez más oscuros y profundos en nuestro contexto. Y seguramente a usted, mientras me lee, se le ocurran muchas fallas más. Y no le faltará razón. 

Me pregunto, sinceramente (y hace años que lo hago), cómo es posible vivir rodeados de tantísimas cuestiones que, lejos de corregirse y virar hacia un beneficio común para la mayoría social, siempre giran para complicarnos más la existencia, para darnos un disgusto tras otro. Para sentir, en definitiva, que poco o nada pintamos a la hora de ver garantizados nuestros derechos, pero no tenemos escapatoria a la hora de cumplir con lo que se determina que son obligaciones que hemos de cumplir sin margen de error. 

Mientras tanto habrá quien todavía nos quiera convencer de que las decisiones que se toman, en realidad, dependen de nosotros, "porque es el pueblo el soberano". Habrá quien todavía pretenda que creamos que con nuestros impuestos se sostienen las necesidades de la población. 

Habrá, aún, quien siga creyendo que meter una papeleta en una urna cada cuatro años sirve para poder corregir alguna de las fatalidades que se van perpetuando. 

Incluso, habrá quien piense que cuando hay un problema, todavía nos queda recurrir a la justicia. Para terminar con políticos inútiles, con funcionarios del "vuelva usted mañana", con quienes están destruyendo la Sanidad o la Educación públicas. Alguno quedará todavía que mire a la Justicia y considere que ahí es donde, en un Estado de Derecho, podemos dar las batallas, y ganarlas. 

Ciertamente, el maleficio gitano no está sobrado de razón. Porque no hay mayor drama que tener juicios y ganarlos, con lo que ello supone. Aunque obviamente, no queda tampoco lejos el dolor de tener juicios y perderlos de manera absolutamente injusta. Pero cuando esto sucede, siempre se puede buscar la explicación en la literalidad de la ley y en la posibilidad de su interpretación. Para esto también tenemos ejemplos recientes, como la reforma legislativa que ha permitido reducir condenas a agresores sexuales "gracias" a los legisladores que no han tenido en cuenta lo que otros ya les habían advertido. Y que finalmente, sucedió: la ley del "sí es sí" ha permitido que los jueces puedan reducir condenas ya impuestas, por mucho que los superpolíticos de turno se empeñen en criticar a los jueces que aplican "mal" su ley. 

Se supone que los jueces están para velar por el cumplimiento de las leyes, para establecer criterios de interpretación y para dictar sentencias condenatorias cuando las normas hayan sido vulneradas. 

Pero ¿qué ocurre cuando son los propios jueces los que pasan por encima de las leyes? ¿Qué sucede cuando, como ocurre en el CGPJ o en el TC sus señorías son conscientes de que están participando en hechos que contravienen la Constitución? ¿Quién puede tomar medidas? 

Pararse a pensar en todo esto, como si fuera un círculo vicioso que nos lleva de unos a otros, termina por ser desesperante. Porque sí, efectivamente, son aquellos políticos quienes nombran a estos jueces y magistrados, o quienes bloquean la posibilidad de que sean renovados. Y son estos jueces los que, lejos de plantarse y dejar de participar en hechos que pervierten la legislación, se mantienen agarrados a sus sillones. Porque sí. Porque ellos lo valen. Porque debe ser que están por encima de la ley. Como el emérito. Como la Administración, la burocracia, y como todas las piedras que nos encontramos por el camino el común de los mortales. 

Son, cada vez más las irregularidades que inundan nuestro sistema. El desajuste es tan atroz, tan desequilibrado, que es imposible no sentirse imbécil. Usted cumple, paga, obedece. Ellos, incumplen, mienten, y cobran. 

¿Qué mecanismo tenemos para librarnos de todos ellos? ¿Leyes que ellos hacen y que juzgan los que están gobernados por quienes se las saltan? 

El nivel al que han llegado todos los que representan los pilares fundamentales del Estado Social y Democrático de Derecho no puede ser más bajo. Y si pudiera ser peor, creo que no nos merecemos verlo. La ciudadanía está demostrando que, o bien su abulia y desesperación ha terminado por desactivarnos; o sencillamente pueda ser que seguimos instalados en lo que siempre fue. Ni más ni menos que ni usted ni yo pintamos absolutamente nada en realidad cuando de ser escuchados, representados y protegidos se trata. 

Cuando los jueces no cumplen con la propia legislación (los miembros del CGPJ respecto a la Constitución), ¿qué podemos esperar de todos los demás?

Por supuesto, usted y yo seguiremos pagando impuestos, cumpliendo con las normas que aquellos políticos hagan y acatando las sentencias que los jueces impongan. Porque usted y yo, debe ser que somos soberanos, pero de nuestras propias miserias.