Que ni el gobierno español tenía previsto convocar elecciones el 21-D lo demuestra el hecho de que el decreto de normas complementarias que las regula se publicó una semana después del anuncio, cuando normalmente es al día siguiente. Por eso, no es extraño que dos semanas después de esta convocatoria improvisada todavía no se hayan resituado todas las piezas. El marco es sustancialmente nuevo, y no sólo por el hecho de que los candidatos con más opciones de ganar estén en prisión y en el exilio.

A mí, de momento, estas elecciones me siguen recordando mucho las celebradas en el País Vasco el año 2001. Aquellas las convocó anticipadamente el lehendakari Ibarretxe cuando la ruptura de la tregua de ETA hizo colapsar el pacto de Lizarra. Los constitucionalistas (concepto que se inventaron en aquel contexto, por cierto) desplegaron una campaña muy agresiva, un acoso y derribo en toda regla, contra el nacionalismo vasco. Y fracasaron de manera rotunda. Ibarretxe ganó, con un mandato muy sólido para poner en marcha la consulta soberanista.

Fue Mayor Oreja, el candidato del PP en aquellas elecciones, quien encendió primero las luces de alarma ante la convocatoria del 21-D. "Cuidado que puede acabar pareciendo el referéndum que no queremos", dijo, y "cuidado que yo perdí", se le entendió. Ahora no son pocos los que dudan de que la mejor estrategia para el bloque del 155 sea ir a las urnas con el eslogan "A por ellos". En el País Vasco, también se pensaban que acabarían echando a los nacionalistas del gobierno y el resultado fue exactamente el contrario.

El bloque del 155 tiene un dilema claro. Podría repetir el error, pero esta vez están avisados y las dudas son evidentes. Saben que el 27-S la estrategia de la máxima movilización y confrontación ya no los dio los resultados esperados. ¿Puede votar más gente esta vez? No es evidente, porque parece que el 80% es el máximo de participación técnicamente posible. Y si vota menos gente tampoco no hay ninguna garantía que favorezca el unionismo. No, después del 1 de octubre y el terremoto de los presos políticos.

Sea como sea, tenemos unas elecciones plebiscitarias convocadas. Diciendo que tienen que servir para "restablecer la orden constitucional", Rajoy ha fijado la pregunta del plebiscito. Ha remachado el clavo instruyendo la Fiscalía General para enviar a la prisión los miembros del gobierno catalán que ha depuesto a la fuerza. Si los partidos, con la fórmula que sea, ponen los encarcelados a las listas, no habrá confusión posible sobre lo que se está dirimiendo en las urnas.

Los partidarios de la República han quedado tocados por todos los acontecimientos. Sus expectativas electorales son las mismas de siempre. Si hay una campaña del estilo "a por ellos", lo más probable es que las bases se movilicen casi instintivamente. Si no, será suficiente con visualizar las opciones en juego. Mucha gente puede estar herida o atemorizada, pero no parece que haya aumentado el entusiasmo para seguir dentro de esta España.

La experiencia comparada no indica que un revés político del movimiento independentista tenga que comportar necesariamente ningún retroceso electoral. De hecho, tanto en Quebec como en Escocia la derrota en el referéndum fue seguida de victorias electorales de los partidarios de la independencia. Seguramente mucha gente que votó 'no' tampoco no quería una derrota total.

Mucha gente que no es partidaria de la independencia tiene más miedo al bloque del 155. Esto me parece una obviedad y es imposible que no tenga consecuencias electorales. Por lo tanto, los problemas electorales para los partidarios de la República son menos de los que parecen. Habrá o no lista unitaria, pero la base electoral es sólida. Tiene márgenes potencialmente abstencionistas, pero que se activen o no depende justamente de la estrategia de movilización de los otros partidos.

Los partidos estatales no han ganado nunca unas elecciones catalanas. No veo ningún motivo para pensar que esta vez será diferente.

Es cierto que hay una cierta indefinición sobre las propuestas que llevarán al programa los partidos que han declarado sin éxito la independencia, pero todo apunta que en su gran masa de votantes se ha instalado ya la mentalidad de resistencia. Las elecciones son para escoger programas de futuro, pero en el comportamiento de los votantes tienen siempre un punto de referéndum sobre quien gobierna. Y ahora quien gobierna Catalunya es el PP con el apoyo de C's y la abstención del PSC. Este elemento de plebiscito sobre la aplicación del 155 ya determina muchas cosas. Con candidatos encarcelados en el otro lado, no hay confusión posible.

Los partidos estatales no han ganado nunca unas elecciones catalanas. No veo ningún motivo para pensar que esta vez será diferente. Serán unas elecciones muy atípicas, pero las emociones, las identidades, los sentimientos y las voluntades de los catalanes no parecen haber girado a favor de una aceptación del statu quo. Ni los errores estratégicos de los partidos independentistas ni el desconcierto de sus bases sobre el proyecto de futuro que ofrecen parece que tenga que alterar el mapa electoral. Y las fórmulas electorales son mucho menos decisivas de lo que parece.

Que los árboles no nos impidan ver el bosque. La República declarada y no implementada tiene un futuro incierto. Pero el statu quo es más ilegítimo que nunca, porque el precio pagado para impedir la efectividad de la independencia es inasumible. De alguna forma, sus partidarios sólo tienen que demostrar que siguen siendo mayoría numérica. En este sentido, presentarse a la defensiva no es necesariamente la peor estrategia.

La convocatoria de elecciones ha aplazado la crisis constitucional española. La única esperanza para el statu quo es una victoria el 21-D. Si las elecciones ratifican el gobierno derrocado y encarcelado, lo más normal es que se desencadene una crisis europea. Que hayan podido anular las instituciones catalanas con una golpe de poder anticonstitucional una vez no quiere decir que lo puedan hacer tantas veces como quieran. Este podría ser el error del bloque constitucionalista.

Que el Estado tenga la fuerza no quiere decir que tenga el poder, aunque lo parezca. No puede gobernar Catalunya sin una victoria electoral. Y los partidarios de la República son más fuertes de lo que parece. Esta vez, para ganar tienen suficiente con no perder. El plebiscito sobre el orden constitucional lo ha convocado Rajoy y es él quien tiene la necesidad de arriesgar para ganarlo. ¿Puede perder contra los adversarios que ha enviado a prisión y que no pase nada?

Josep Costa es letrado y profesor asociado de Teoría Política en la UPF (@josepcosta).