Desconozco qué piensa hacer el president Quim Torra después del revolcón que le ha propiciado el Parlament de Catalunya en una jornada en tres actos: por la mañana se le retiró el acta de diputado, una vez el secretario general de la Cámara dió el pistoletazo de salida, lo puso por escrito y le fue notificado a la Junta Electoral; por la tarde, diputados y consellers de ERC en el Govern evitaron aplaudir su intervención -muy crítica con Roger Torrent- en una plástica imagen de final de etapa; y, por la noche, con todo perdido y en medio una gran soledad política, abandonaba el Parlament.

Es obvio que pasaron muchas más cosas en una jornada de desavenencias públicas que ya no han podido mantenerse por más tiempo entre bambalinas o en reuniones más o menos discretas. Llega, por tanto, el momento de gestionar el final de legislatura porque los desencuentros y las estrategias son irreconciliables. Es triste pero no tiene vuelta de hoja: el independentismo ha hecho saltar por los aires la legislatura que, contra pronóstico, pusieron en sus manos los electores el 21 de diciembre de 2017.

Lo más razonable sería salvar los presupuestos e ir a elecciones inmediatamente después, antes del verano. Con lo que cuestan los acuerdos en un Parlament tan fraccionado no sería inteligente desaprovechar la ocasión y hacerlo a la inversa. Sería tanto como dejar los presupuestos para 2021 y hay demasiadas urgencias que no pueden esperar y seguir tirando con los de 2017. Pero tengo la impresión que en estos momentos hay demasiados cálculos electorales y ya todos están pensando en la cita con las urnas.

Este apunte quedaría cojo sin un comentario de la inaceptable actuación de los diputados de Ciudadanos y del matonismo de sus dirigentes. Quede como quede el próximo Parlament habrá una buena noticia: la práctica desaparición del partido naranja.