Hoy todo el mundo conoce el factor clave de las epidemias modernas en el mundo. Aunque acabo de publicar las primeras series anuales completas de mortalidad y natalidad de España entre 1880 y 2018, en la revista Investigaciones de Historia Económica (año 2020), no soy demógrafo ni, menos todavía, epidemiólogo. Pero eso no me impide saber que el principal propagador de las epidemias en el mundo es el avión.

Desde el año 2008, cuando se publicaron los resultados de los estudios de Vittoria Colizza, Marc Barthélémy y otros científicos norteamericanos y franceses, de la Universidad de Indiana y del CNRS, los investigadores y otros expertos lo sabemos. Nadie que trate estos temas puede ignorarlo.

Barcelona y Madrid —o Madrid y Barcelona, da igual— se han convertido en las ciudades máximas víctimas en el mundo de la pandemia del coronavirus. La mortalidad es altísima y, en términos proporcionales en la población respectiva, supera la de cualquier otra de las grandes conurbaciones del mundo. En la Europa mediterránea, la única otra aglomeración que se acerca a los cinco millones de habitantes —la dimensión poblacional tanto de Barcelona como de Madrid— es la conurbación de Milán. Pues bien, este Milán, tan próximo para los catalanes, es la otra gran aglomeración más castigada por el coronavirus, detrás de Madrid y Barcelona. ¡No es casualidad!

Si es cierto que el transporte aéreo de pasajeros es el gran transmisor de los virus, no lo es menos que muchas otras ciudades con grandes aeropuertos han hecho frente con más éxito que las nuestras a la actual pandemia. La explicación del desastre en las dos grandes aglomeraciones de la península Ibérica radica, como siempre, en la distinta calidad de los gobernantes y en el nivel de competencia técnica de los responsables. La gestión de un asunto tan vital en los aeropuertos españoles merece, literalmente, una calificación de cero. Las consecuencias han sido dramáticas.

La incompetencia de los funcionarios de la administración central y la absurda centralización de la red aeroportuaria en el estado español ha hermanado Barcelona y Madrid en el sufrimiento y el dolor

La centralización de la red aeroportuaria, mediante el ente público Aena, se orienta a cubrir los déficits de un gran número de pequeños aeropuertos, innecesarios y ruinosos, a partir de los superávits de los que funcionan bien y son rentables, básicamente El Prat. A diferencia de los otros grandes aeropuertos del mundo, el de Barcelona no puede gestionar las instalaciones propias ni establecer las líneas estratégicas. Los poderes centrales se lo prohíben. Todo se tiene que decidir en Madrid. ¡Y sin dar nunca cuenta de nada!

Pues sí, en Madrid se decidió. Los especialistas del Ministerio de Sanidad optaron por "escuchar la evidencia científica" y no imponer medidas de control de la fiebre en los aeropuertos. El ministro Salvador Illa no dudó en explicar en rueda de prensa que sus consejeros —los "mayores expertos del país"— aseguraban que la gente "puede transmitir el coronavirus aunque no tenga fiebre", de lo cual deducía que medir la fiebre “no es necesariamente útil”.  

El resto del mundo, sin embargo, sacó la conclusión contraria que Illa: que no es necesariamente inútil. La propia Italia decidió, a toda prisa, cambiar de política. El día 5 de febrero el Ministero della Salute extendió los controles de la temperatura corporal a todos los pasajeros de vuelos europeos e internacionales en los aeropuertos italianos. Pero aquí, no. Le corresponde al Gobierno de España decidirlo —decían— y ha decidido que no. ¡Y no se hable más!

Tan grave es el tema que el ministro Salvador Illa y el gobierno de Pedro Sánchez no se atrevieron a tirar atrás —como habrían hecho si se tratara de Catalunya, sin duda— el decreto del gobierno de Canarias de 19 de marzo en el que se ordenaba realizar controles de fiebre preventivos en todos los aeropuertos del archipiélago con conexiones con la Península. La Dirección General de Seguridad y Emergencias del Gobierno de Canarias encargó a la benemérita Cruz Roja la realización de los controles. ¡Nunca podremos agradecer lo suficiente a esta venerable institución el trabajo hecho durante estos días terribles!

La bajada de pantalones del gobierno central ante la decisión, muy razonable, del gobierno canario pone en evidencia su propia inconsistencia. ¿Si la medida resultaba positiva y necesaria para las Canarias, por qué no se hizo en los aeropuertos de Barcelona y Madrid? Probablemente, nos habríamos ahorrado muchas muertes. Trágicamente, la incompetencia de los funcionarios de la administración central —los "expertos"— y la absurda centralización de la red aeroportuaria en el estado español ha hermanado Barcelona y Madrid en el sufrimiento y el dolor. Alguien tendría que asumir la responsabilidad de este inmenso despropósito. Mientras tanto, los gobernantes, en la Moncloa, miraban hacia otro lado. ¿Es que habían decidido que era mejor esperar un milagro?

 

Jordi Maluquer de Motes, historiador