La detención y encarcelamiento de los imputados en Madrid y la detención de Puigdemont en Alemania solo son la expresión cruel de la confusión que está destruyendo la política catalana. La confusión es creer que los derechos universales de que disfrutamos como seres humanos están desatados de nuestro status como ciudadanos de un país reconocido. La verdad es que los derechos que se nos garantizan nos los garantiza un estado, nadie más.

En cuanto detuvieron a Puigdemont recordé una rueda de prensa que hizo Merkel el verano del 2015, en pleno auge de la crisis de refugiados. "Los derechos ciudadanos universales —dijo— hasta ahora han estado estrechamente conectados con Europa y su historia"; si no sabemos responder a la crisis de los refugiados, continuó, "esta conexión con los derechos ciudadanos universales será destruida."

Fue el filósofo israelí Omri Boehm quien me hizo notar la contradicción en la frase "derechos ciudadanos universales", porque si los derechos son universales, no dependen de ninguna ciudadanía concreta, y si son ciudadanos, solo se aplican a los que tengan pasaporte de un estado. La frase de Merkel quería decir que, por razones históricas, Alemania tenía que extender los derechos derivados de su ciudadanía a un significado casi universal, y ocuparse así de los refugiados que llegaban del conflicto sirio.

La ciudadanía es el deber de un estado de proteger todo lo que hay bajo la etiqueta ciudadano. Esta es la razón por la que el partido más nacionalista de España se llama Ciudadanos. No necesitan decir nada más: ciudadanos

Lo que hacía Merkel era convertir el Estado alemán en un garante y árbitro de los derechos y privilegios que la Unión Europea tenía que poder permitirse. Aunque parezca una paradoja, acoger refugiados le daba poder a Merkel ante Putin y Obama, igual que lo daba reducir los servicios sociales que Grecia tiene que proveer. Por eso Alemania es el país más poderoso de Europa, porque puede abandonar Grecia a su suerte mientras acoge centenares de millones de refugiados, sin pagar de entrada un precio muy alto. El Estado es el instrumento que late de fondo, y es también la fuerza que gana preeminencia con estas maniobras, humanitarias o crueles.

El conflicto universal entre democracia y autoritarismo hoy se juega en el interior de nuestras instituciones. Por eso el conflicto entre estados y ciudades vuelve, y por eso las naciones reprimidas durante la modernidad vuelven a reclamar sus derechos en una Europa que solo tiene la libertad para ofrecer al mundo y mantenerse hegemónica. Por eso, tanto la frase de Merkel como las detenciones de los políticos catalanes, incluida la de Puigdemont en la frontera entre Dinamarca y Alemania, demuestran que el problema universal de la democracia se concreta en el problema nacional de la ciudadanía. La ciudadanía es el deber de un estado de proteger todo lo que hay bajo la etiqueta ciudadano. Esta es la razón por la que el partido más nacionalista de España se llama Ciudadanos. No necesitan decir nada más: ciudadanos. Toda la fuerza histórica de España, todos los precios pagados y para pagar, y todas las exclusiones de la diferencia están dentro de la palabra. Hay un estado que te defiende y para hacerlo te nombra ciudadano.

El peor de los escenarios es tener a la gente dispersada por las calles, enfrentándose a la policía por nada, sin saber a dónde va, pensando que los derechos universales nos caerán del cielo europeo

Por este motivo, cuando nuestra política trata de separar la cuestión democrática del choque nacional, apelando a frentes amplios democráticos para salvar los derechos civiles, lo único que consigue es dejar a todo el mundo indefenso. El objetivo es ahorrarse el quebradero de cabeza de la represión nacional de fondo porque siempre es más fácil aparecer como el defensor de derechos universales que como el defensor de una libertad particular. Es un error tan flagrante que parece hecho expresamente. Si renuncias al conflicto real, renuncias a la fuente de poder que podría garantizar los derechos universales para los catalanes. Sobre todo, es la renuncia a una libertad y una igualdad que forman parte de tu deber, como demócrata, un deber que se concreta en ti pero que es universal. Esta es la razón del éxito del 1-O, el revínculo de los derechos ciudadanos con los universales, para decirlo en palabras de Merkel.

El peor de los escenarios es tener a la gente dispersada por las calles, enfrentándose a la policía por nada, sin saber a dónde va, pensando que los derechos universales nos caerán del cielo europeo, protegiendo acríticamente nuestra política, mientras nuestros políticos preparan un frente democrático en el vacío, que solo puede existir, hoy en día, si todo el mundo renuncia a ser quien es y acepta vivir en soledad un lento proceso de conversión al españolismo radical, en cuerpo y alma, o un lento proceso de sumisión de la voluntad a las necesidades materiales de la metrópolis. Y como eso no pasará, actuar como si fuera una posibilidad es acercarse poco a poco al escenario violento que teóricamente querías evitar.