Votamos sin permiso, votamos cuando nos dio la gana, votamos cuando no quieren que votemos y, encima, cuando nos dejan votar tampoco votamos bien, no votamos por quién nos recomiendan, amistosamente, que votemos. Por nuestro bien deberíamos votar como si fuéramos españoles, como si fuéramos como ellos, los que tienen la sartén por el mango, al menos de momento. Repiten las elecciones porque con los independentistas no quieren saber nada, porque con los votos de la mayoría de los catalanes no quieren contar, porque nos quieren marginar, anular, porque no queremos atender. Además, si no votamos correctamente, si votamos por Carles Puigdemont, o por Oriol Junqueras, o por la CUP o por cualquier otro partido disidente, ya intentarán hacer algún juego de manos para invalidar nuestros votos, como ha ocurrido con los votos para el Parlamento europeo, como ocurrió con los votos para restituir en la presidencia de la Generalitat a Carles el Audaz o Carles el Insumiso; ya provocarán que algún juez, que algún guardia civil, que alguna fuerza colonial entre en escena. Nos amenazan cada día con eso.

La democracia también es una escuela de paciencia, de insistencia, de determinación, la democracia es también la capacidad de no perderse el respeto a uno mismo, la capacidad de no agachar la cabeza. La democracia es no dejarte engañar. Oímos ayer que el lehendakari Patxi López justificaba la potestad que se acaba de arrogar el Gobierno para cerrar páginas web “según lo que hagan las páginas web”, sin la orden de ningún juez. Como cuando se censuraban libros, por orden gubernativa, no hace tantos años, en un lugar llamado España, la última dictadura fascista de Europa Occidental, el país lo más parecido a la Albania de los comunistas que llevaban el reloj parado. Patxi López acaba de decir que el Gobierno de Madrid ejercerá, cuando quiera, censura en internet, “para defender la democracia”, porque ellos y sólo ellos son la democracia, por lo que se ve. Y ellos, sólo ellos, son quienes determinan lo que es y lo que no es democracia. Porque, desde la perspectiva del poder, defender España es igual que defender la democracia y, al revés, defender la democracia es defender España. Se llaman demócratas a ellos mismos pero son simplemente españolistas. Se llaman constitucionalistas pero sólo son defensores radicales de la unidad de España a cualquier precio. Lo llaman democracia, pero sólo es un sistema abusivo del que algunos viven muy bien. En nombre de la democracia, de la protección de la democracia, están violando todas las normas de la convivencia, están ahogando poco a poco las libertades, se están situando cada vez más lejos de Europa de los derechos humanos. Hoy todavía tenemos la posibilidad de votar libremente y nos recomiendan, nos exigen casi, por todos los medios posibles, que votemos en contra de Catalunya, que votemos bien, que votemos a favor de las porras y de la represión. O que nos quedemos tranquilamente en casa y dejemos que la represión continúe actuando. Y nos insultan, a cada momento, para que no nos durmamos, para que no nos despistemos. Por mi parte, hoy votaré en contra de España.