Una cosa y su contraria no pueden ser. Ayer mismo, van y le dan, al maestro Puyal, una flor, un reconocimiento a quién se ha cansado de decir y repetir que “nada debe alejarnos de la verdad”. Y, por otra parte, también ayer, por la teletrés, televisión pública de Catalunya, un jurista y dice que “la verdad es relativa”. Se produce un cortocircuito, un apagón general del sentido común. La sesión de ayer del juicio fue ilustrada por la conocida sentencia de san Juan “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan, 8:32) que recordó un testigo y, por ello, ha acabado pasando el que tenía que pasar. Por un lado me hacen doctor honoris causa a un referente crítico, exigente, con el periodismo alimentario que se hace en Catalunya, me premian a Puyal, al antagonista calificado del periodismo mercenario y luego sale el excelentísimo Marc Molins a predicar que la verdad es un concepto negociable. No es ningún conflicto filosófico. Ustedes ahora no están para filosofadas ni permitirán que se eluda el meollo. Ustedes saben, como sabe todo el mundo que lo ha querido saber, que el primero de octubre de 2017 la sola violencia que hubo fue la provocada, organizada, ejecutada por la Guardia Civil y la Policía Nacional de España. La violencia se produjo en un único sentido, unívoco.

No se trata de un conflicto entre verdades, no estamos ante una especulación de salón, no es tampoco un juego intelectual para hacerle pasar el rato al personal. Por mucho que, efectivamente, la mentira forme parte del lenguaje cotidiano, por muchas dudas e inseguridades que todos podamos tener en este mundo traidor, lo cierto es que mataron J.F. Kennedy en Dallas y que no hay relativismo que valga en esta cuestión de las cargas policiales. No hay duda posible. En la televisión pública catalana, ésta que dicen que nos adoctrina en el independentismo, pudimos ver, una vez más, la deriva moral de un jurista desorientado, perdido en el relativismo de su actividad profesional mercenaria. Los ciudadanos de Catalunya, mayores y pequeños, pobres y ricos, todos juntos, víctimas indefensas de la crueldad policial, encima, tuvimos que oír como se nos aseguraba que la verdad de aquellos hechos es discutible, matizable. Que, según ese abogado sabio, hay percepciones diferentes dependiendo de las personas. Fue un gran momento televisivo. Haciendo recurso, incluso, a la mística y a la cursilería para tratar de dorarnos la píldora. Como cuando se apeló al elemento vivencial, nada menos que a la dimensión espiritual de la percepción. Como si estuviéramos hablando de la aparición de la Virgen de Fátima.

Como si no supiéramos todos, el juez Marchena el primero, que los testigos de la acusación están mintiendo premeditadamente para salvar a España, siguiendo el dictado del Estado represor. Como si no fuera cierto que la Guardia Civil y la Policía Nacional actuaron indiscriminadamente contra la población que quería votar. Que la violencia fue extrema y gratuita, sin ninguna consideración por la vida y la seguridad de los administrados. Que España está persiguiendo, entonces y ahora, las libertades políticas de Catalunya como nación, que está buscando eliminarnos del mapa para siempre. Que está reprimiendo y castigando duramente a algunos catalanes que no obedecen, y masacra sólo a algunos preseleccionados para que, así, escarmienten todos los demás por miedo. Quieren destruirnos como cultura, como sociedad y como referente internacional de democracia y libertad. Mientras sólo los españolistas acusan a los independentistas de nazis, lo cierto es que los guardia civiles que nos apalearon llevan el haz de lictor de los fascistas y los jueces que nos condenan y condenarán, van condecorados con la raimunda de los fascistas y franquistas. No sólo nos agrede España, también lo hacen los falsos equidistantes, los colaboracionistas, sus vergonzosos palmeros.