Hoy es un día muy literario porque la lluvia es muy literaria y porque todo lo que tiene que unir el hombre que no lo separe el Diablo, así, escrito en mayúscula, o que no lo separen las buenas intenciones, que ya sabemos que lo mejor es siempre enemigo de lo bueno. Hoy que se reúne en Manresa la buena gente de la Crida Nacional per la República es como ir vestidos del domingo de las buenas intenciones, a una boda bendita por la lluvia, participar de una voluntad humana condicionada por la inclemencia atmosférica. También es un recordatorio, un aprendizaje, porque no basta con la voluntad, con la voluntad desnuda y nada más no levantan la casita y el huerto que nos tenía prometido el presidente Francesc Macià, que fue la manera sencilla que se le ocurrió para explicar su proyecto político de una Catalunya libre, socialmente justa, económicamente próspera y espiritualmente gloriosa. Ir hoy bajo la lluvia molesta en Manresa, en el corazón del milenio Principado, es como un belén viviente montado antes de Santa Lucía en memoria de nuestros abuelos independentistas que no podrán estar con nosotros, como un encuentro de motoristas que petardean a Sturgis, América, porque están disconformes y descontentos, o como un fabuloso aquelarre de maléficas brujas arracimadas bajo el trueno, el rayo y la tormenta, porque ya lo sabréis que los tenemos a todos en contra, a todos los partidos políticos, los independentistas y los españolistas, tenemos a casi todos los medios de comunicación al acecho para burlarse de nosotros, para decir a los cuatro vientos que hacemos el ridículo remojados como pollos bajo la lluvia de Manresa, y que si no hiciéramos el ridículo entonces es que daríamos miedo, porque entonces hablarían de la gran cantidad de muertos que seguro que traerá la independencia, de las catástrofes económicas que nos esperan a todos si no abandonamos la peligrosa nigromancia del separatismo, y vendrá el cataclismo universal si los que se reúnen hoy bajo la lluvia de Manresa consiguen salirse con la suya. ¿Que no oís como aúlla el viento con su gruñido terrible y amenazador? Qué miedo, niños, qué miedo que produce el independentismo cuando no va guiado por los que no reciben órdenes de ningún partido. Pánico da.

Es muy simple. Ya que los partidos no quieren unirse y no quieren dejar de pelearse, los electores hemos decidido unirnos y prescindir de los partidos hasta la independencia nacional. Nosotros, el pueblo de Catalunya que sí habla catalán, nosotros el pueblo de Catalunya que sí quiere la independencia, nosotros, de todas las razas, de todos los colores, de todas las condiciones económicas; los que representamos la continuidad histórica de Catalunya y no la colonización española ni la sustitución lingüística y cultural; nosotros los catalanes que creemos en el proyecto de una Catalunya libre, abierta a todos, y no en una España represora; nosotros, la parte mayoritaria y más dinámica de la sociedad somos la causa de la libertad, de la democracia y de la auténtica ley, la que cohesiona a la sociedad y que no se malinterpreta para la persecución política. Todo el mundo sabe que sin nosotros no se sustentarán los partidos políticos, sin nosotros no podrán continuar con la farsa de la autonomía, sin nosotros se acaba España. Y en cambio, nuestra fortaleza es que nosotros, partidarios del divorcio amistoso y colaborativo, no necesitamos a España. De lo único que vamos faltos es de unidad. De una unidad que no significa abandonar la pluralidad ni la diversidad ni la crítica libre, de la que tanto escasean todos los partidos pretendidamente democráticos, los que, en realidad, funcionan sin democracia interna. Unidad significa hoy participar en el proyecto político de Carles el Grande, de Carles el Irreductible, de Carles el Popular, porque, para que la verdad sea dicha, mientras la CUP o el PP, los dos, se llaman a sí mismos populares, lo cierto es que la mayoría del pueblo apoya a Puigdemont. Unidad significa soportarnos, tolerarnos, entendernos de una puñetera vez si es que realmente queremos la independencia. Unidad significa incluso perdonarnos los errores del pasado, como ocurre con los encuentros familiares pensados para llegar a la paz. Yo, por mi parte estoy dispuesto a perdonar al presidente Puigdemont que tubiera tanta confianza, en su momento, con Santi Saltimbanqui Vila, con el consejero traidor. Pensaba que no sería capaz, que nunca me podría olvidar de eso. ¿Pero qué queréis? Hoy llueve en Manresa como en un cuento de Dickens, y en toda Catalunya llueve, hoy se inicia el enésimo esfuerzo para ponernos de acuerdo. ¿Seremos capaces de no matarnos entre nosotros? Cuánta paciencia, sí, tenéis toda la razón, cuánta paciencia. Pero también, cuánta, cuantísima ilusión.