El presidente vicario, Quim Torra, se fue ayer a Madrid, a dialogar, tú, a insistir por enésima vez, impertérrito, tú, provisto con dos buenos libros de regalo y de una ratafía de la madre patria catalana, que si es madre y es catalana ya se ve que antes o después deberá pegar algunos sorbitos y hacer de tripas corazón. Para aguantar. El presidente Pedro Sánchez, en cambio, hizo lo que suelen hacer los presidentes del Gobierno de España, limitarse a regalar al nuestro un libro que tienen allí sobre el palacio de Moncloa, tú, el destinado a los turistas, y le sacó aquel gran cepillo del que hablaba Tarradellas. El cepillo ya debe estar incluso un poco calvo, que lo han pasado por los Muy Honorables hombros de todos, de Francesc Macià a Carles Puigdemont, que en Madrid son muy simpáticos con los presidentes catalanes y les gusta sacarles el polvo del camino. Son muy ceremoniales. Si ayer enseñaron a Torra los jardines de Moncloa y la fuente, donde al parecer pelaba la pava Antonio Machado, a Francesc Macià, en cambio, en 1933, le hicieron pasear por los jardines del Retiro para que viera la estatua que le habían dedicado a Benito Pérez Galdós. “Don Francisco aspira, con visible deleite, el aire aromado de jardines y reitera la admiración que le causa el parque” decía, con solvencia contrastada, un periódico madrileño de la época.

No busquemos, sin embargo, gentilezas similares en la prensa del Madrid de hoy porque no las encontraremos. La prensa de Madrid continúa trabajando para el PP porque cree que Sánchez no durará mucho. Macià era un independentista que renunció a la unilateralidad para sostener la república española y Torra es un independentista que quiere irse de España, tan pronto como sea posible. En esto se nota que Torra no fue a la nueva boda de Santi Vila, a diferencia de Artur Mas, Xavier Trias, Miquel Roca, Josep Cuní o Francesc-Marc Álvaro. Si España se aviene hoy a un diálogo que no significa nada es porque sabe que tiene perdida la guerra de la imagen y de la comunicación, porque se da cuenta que el famoso precio del descrédito de España del que hablaba Alfredo Pérez Rubalcaba no lo puede continuar pagando. Después del primero de octubre, el independentismo está exactamente donde estaba, no ha perdido nada, cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento, y con una mayoría social que sigue aumentando gracias a los errores de la política españolista y del activismo violento de la ultraderecha. El independentismo lo tiene hoy mucho mejor que el día de la proclamación de la República catalana. Mientras el Albert Rivera que formó una coalición con la ultraderecha de Libertas decía ayer que Quim Torra no es demócrata, los dos presidentes dialogantes dieron un paseo a media mañana buscando el fantasma de Antonio Machado. El espíritu del Machado que reivindicó Joan Manuel Serrat, el Machado que supuestamente le cae bien a todo el mundo, el hombre bueno que podría ser un excelente punto de partida para la España dialogante. Que podría pero que no lo es. Mientras los restos de Francisco Franco siguen en el Valle de los Caídos, los de Antonio Machado continúan en Catalunya, fuera de las fronteras de una España intolerante que no lo reclama. Ni para quedar bien.