El principal enemigo de la democracia catalana son los partidos que, tal como los tenemos, es que no los tenemos. Son ellos los que nos tienen cogidos por la napia. Todos nuestros partidos sin excepciones. Hay quien se atreve imaginar una sociedad mejor pero nunca se imagina unos partidos mejores, ya es casualidad. Otros partidos. Cuando dices eso que sabe todo el mundo, algunos, los que viven de esas gestorías de intereses que son nuestros partidos, pronto te acusan de enemigo feroz de la democracia, de loco, te mandan callar. Como si no supiéramos que en otros países, en Estados Unidos, Reino Unido, por citar sólo dos, los partidos son algo mucho más instrumental, mucho más cívico, elástico y, tal vez, no tan sucio. Parece que allí los partidos dependen más de los políticos y no los políticos de los partidos. ¿Cómo pueden ser los protagonistas de la vida democrática de Catalunya unas organizaciones que no son democráticas por sí mismas ni pueden serlo nunca? ¿Cómo es que los políticos no pueden ya ni tener opiniones fuera del partido, marquesa Cayetana? Decidme la tasa de parados entre los afiliados a un partido político que gobierne y, después, comparémosla con la tasa de desempleo del país. Decidme también cómo vive la parentela de los políticos que mandan. Con esta información lo veremos todo mucho más claro. Vean en qué se han quedado, al final, las medidas de democracia interna de los llamados nuevos partidos españoles, Podemos y Ciudadanos. Vean en qué han quedado las primarias y otros primitivos rituales de paso, convertidos en una simple formalidad. En una comedia vacía.

En este contexto es interesantísimo que el presidente Quim Torra continúe resistiendo como siempre, solo, como un hombre solo. Ni descolgó —al menos él— la famosa pancarta que exigía la libertad de los presos políticos —en contraste con la unánime indiferencia de toda la clase política— ni tampoco se ha afiliado al nuevo partido de Carles Puigdemont. Se ha negado a perder la condición de independiente precisamente ahora, cuando se intensifica al máximo la lucha cainita entre partidos independentistas. Efectivamente el presidente Torra formó parte, en el pasado, de la formación Reagrupament Independentista, pero fue cuando no se dedicaba a la política, y por motivos estrictamente personales. Ha sido y es un presidente vicario pero, paradójicamente, por este motivo, no está a las órdenes de ninguna organización ni de ninguna persona. De modo que podemos decir que Quim Torra tiene, al menos, un inconveniente, que es a la vez una ventaja como presidente legítimo de Catalunya. El inconveniente es que, como presidente accidental, suplente, a menudo se ha quedado sólo en las palabras, en los grandes anuncios, desprovistos de continuidad. Se ha quedado sólo en la impotencia, como le recriminan, con razón, sus adversarios políticos. El Muy Honorable Quim Torra corre el riesgo de pasar a la historia como un presidente puramente retórico pero es una acusación que olvida el formidable poder de la retórica. De una herencia política frustrada. Que no tiene en cuenta el factor disruptivo, el factor subversivo, marginal, de una retórica condenada a la inacción. La política es, en buena parte retórica, y el independentismo sabe mucho de la gran extensión, subterránea, del descontento popular a través de la retórica. De la semilla de la retórica. A diferencia de otras formaciones políticas, Junts per Catalunya no parece tener, por ahora, un gran número de militantes ni parece que los vaya a tener en el futuro inmediato. Quizás es porque una parte del electorado de Catalunya ha empezado a desconfiar de los partidos políticos obligatorios, tradicionales, de los partidos de las promesas no realizadas. De los partidos del engaño. Con el ejemplo político de Quim Torra esto no es difícil. Con un presidente ingobernable, impredecible, temerario, que no ha querido perder su independencia personal, se ha establecido un temible precedente. El precedente que nos ha de llevar a la unidad popular sin renunciar a la independencia de criterio. Nadie sabe qué hará a partir de ahora Quim Torra. Es éste un capital formidable. Nadie sabe si abandonará disciplinada y calladamente la presidencia. O si, por el contrario, nos tiene preparado un gran final de fiesta. Del mismo modo que las fuerzas represivas hoy no saben qué haremos los independentistas. Somos ciudadanos que, en cualquier momento, podemos retomar la revuelta de las sonrisas, perdiendo algunos dientes. Pero sin renunciar a nada más.