¿Se puede ser policía o guardia civil, desplazado expresamente a Catalunya para impedir por la fuerza el referéndum convocado por la Generalitat; se puede ser una fuerza expedicionaria procedente de España, un fuerza represiva, ovacionada y jaleada por la consigna A por ellos y, en cambio, poder decir la verdad ante un tribunal? Pues sí es posible. No es fácil pero sí es posible. La sesión de ayer nos mostró cómo determinados agentes del orden ofrecieron su testimonio, siempre de acuerdo con una versión preestablecida de los hechos, siempre de acuerdo con un relato de violencia, y en definitiva, se acabó reconociendo que todo aquello no había sido visto ni vivido, que todo aquello sólo es una convicción, una creencia y no una vivencia. ¿Vio o no vio el testigo si se lanzaban objetos contra los agentes del orden que provocaron el desorden? Lo mejor de la respuesta es el instante de duda, cuando alarga la vocal eeeeh, la tentación de continuar dibujando nubes, haciendo volar piedras que nunca fueron. No, no, el testigo no vio lo que no existió.

Hay personas que hacen cosas y otras que ven cosas. Ya nos dejó dicho el poeta Miquel Bauçà que cuanto más tiempo se mira la llanura más posibilidades hay de que se aparezca la Virgen. Hay gente que asegura que vio en directo la entrada del teniente coronel Tejero en el hemiciclo del Congreso el 23 de febrero de 1981 y es bien sabido que es una experiencia imposible, que las imágenes no se retransmitieron directamente. El escritor Javier Cercas explica el fenómeno en su celebrado libro Anatomía de un instante: “Ningún español que tuviera uso de razón el 23 de febrero de 1981 ha olvidado su peripecia de aquella tarde, y muchas personas dotadas de buena memoria recuerdan con pormenor —qué hora era, dónde estaban, con quién estaban— haber visto en directo y por televisión la entrada en el Congreso del teniente coronel Tejero y sus guardias civiles, hasta el punto de que estarían dispuestas a jurar por lo más sagrado que se trata de un recuerdo real. No lo es: aunque la radio retransmitió en directo el golpe, las imágenes de televisión sólo se emitieron tras la liberación del Congreso secuestrado, poco después de las doce y media de la mañana del día 24, y apenas fueron contempladas en directo por un puñado de periodistas y técnicos de Televisión Española, cuyas cámaras grababan la sesión parlamentaria interrumpida y hacían circular aquellas imágenes por la red interior de la casa a la espera de ser editadas y emitidas en los avances informativos de la tarde y en el telediario de la noche. Eso fue lo que ocurrió, pero todos nos resistimos a que nos extirpen los recuerdos, que son el asidero de la identidad, y algunos anteponen lo que recuerdan a lo que ocurrió, así que siguen recordando que vieron el golpe de estado en directo”.

Que el recuerdo es el asidero de la identidad, que es su mango y pomo, ayer mismo también lo subrayó el abogado de la acusación popular de Vox, cuando preguntó a los agentes, en dos ocasiones, si los ciudadanos llevaban o no llevaban lazos amarillos. Mal podían llevar lazos amarillos cuando el primero de octubre todavía no había prisioneros políticos y, en consecuencia, no se había iniciado la campaña para reivindicar su liberación. La represión contra los lazos amarillos, por supuesto, se remonta a los tiempos de príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, pero los lazos amarillos de ahora son posteriores al primero de octubre. Violencia, en la sesión de ayer, no se pudo acreditar en absoluta, si es que cantar continúa sin ser considerado violencia, si es que insultar, o mirar mal aún no está considerado uso de la fuerza. Uso de la fuerza por parte de la población civil fue, por ejemplo, cuando se impidió por las estrechas calles de Barcelona que los soldados del glorioso ejército español pudieran moverse a voluntad. Desde las ventanas y balcones de las casas, los vecinos arrojaban todo tipo de objetos contra los militares y también agua hirviendo. En la calle Nou de la Rambla, por ejemplo, se produjo una carnicería entre soldados y barceloneses, al igual que en la calle de la Platería. El caballo del general Zurbano, jefe del destacamento, murió aplastado por una cómoda muy voluminosa lanzada desde un piso muy alto. Fue durante la bullanga del 14 de noviembre de 1842 y, naturalmente, no pude vivirlo. Pero lo recuerdo muy bien. Como si hubiera estado allí.