Me preguntaban ayer cómo escapar de la política y eso sería como escapar de la música. Ni la música ni la política son territorios dadivosos en los que menudeen los genios inhumanos aunque nuestra experiencia pueda ser la de un inferior ante una divinidad inhumana, arbitraria y caprichosa. A menudo cuando oyes hablar de política parece música, un privilegiado lenguaje universal sobre lo inefable y lo sagrado que alcanza a todo lo trascendente. No entiendes nada o tal vez resulta que lo entiendes todo. La música y la política protagonizan nuestra sociedad moderna, no solo en los ámbitos sociales más concurridos y, desgraciadamente, impersonales sino en las biografías íntimas de todos nosotros. Un político o un músico te pueden transformar la vida y hoy algunos jóvenes sueñan con dedicarse al éxito social de la política tanto como al triunfo musical que promueve la televisión. Del mismo modo que antes se quería ser torero. La política es la gestión de la oportunidad e incluso del oportunismo mientras que la creación musical trabaja también con la contingencia, con la oportunidad, también trabaja con virtualidades y escenarios de futuro. Probablemente, por todo ello, y más allá de los maximalismos y por tener los pies en el suelo no exista mejor lectura para los interesados en música y política que el gran libro de Ígor Stravinski (1882-1971) Poética musical. No es una bagatela. Estamos hablando del mayor creador musical del siglo XX y uno de los más perspicaces ensayistas que han pasado por este mundo traidor, un sabio que quiso escribir sobre la creación artística en general y sobre las trampas e insospechados peligros que puede originar. Una lectura, por tanto, ideal para los drogados de la política, que no les hará ningún daño aprender un poco más. El gran ruso sacude nuestra conciencia, ya desde el inicio de este grandioso libro, con una frase que no encontrarán nunca citada por los vendedores de humo: hay que tomarse la molestia de escuchar y de aprender antes de juzgar.

El gran ruso sacude nuestra conciencia en este libro con una frase que no encontrarán nunca citada por los vendedores de humo: hay que tomarse la molestia de escuchar y de aprender antes de juzgar

El libro nace de sus seis únicas conferencias pronunciadas en la cátedra de poética de la Universidad de Harvard durante el año escolar 1939-1940, apenas iniciada la Segunda Guerra Mundial. Encontramos una aproximación a la creación artística que es una excelente manera para cualquier persona que se interese por cualquiera de las artes, por las formas, también por el arte de la cosa pública. Es un libro escrito con un tono rotundo y polemista, que va a lo útil. Utiliza un lenguaje resolutivo que tiene gran belleza, lleno de excelentes ideas, claras, concretas y operativas, que proporciona nociones sólidas sobre la responsabilidad de la creación, sobre la seriedad y la densidad a la que se tiene que comprometer cualquier voluntad artística que desee realizarse. O cualquier proyecto político. Desde la perspectiva de Stravinski la voluntad lo es todo, el aprendizaje es imprescindible y son claves, esenciales, al mismo tiempo, el respeto por la audacia y la creatividad, por la innovación, así como el respeto por la tradición. De modo que por muy bonitos que nos puedan parecer la brisa que corre por entre los árboles o el murmullo del arroyo o el canto del pájaro, estas experiencias nunca podrán ser música. Stravinski, el gran innovador de la música contemporánea, niega que su obra sea, de ninguna manera, revolucionaria y se enfrenta al esnobismo destructor e ignorante de las artes contemporáneas: “Tan degradante como esto es la vanidad de los esnobs que se jactan de una vergonzosa familiaridad con el mundo de lo incomprensible y que se declaran felices de encontrarse en buena compañía. No es la música lo que ellos buscan, sino el efecto agresivo, la sensación que embota los sentidos”. Naturalmente, por todo ello, el marxismo y el psicoanálisis reciben en este libro sabio tantas palos como los valores conservadores. Heráclito y Parménides, en cambio, son un complemento necesario para el wagneriano y su “arrogancia de nuevo rico”, “esas gnosis que sirven de religión a quienes la han perdido... un ejército de magos, faquires y sonámbulos acapara la publicidad de los periódicos”. Parece que esté hablando también de la clase política. Perdidos como estamos en el abismo de la libertad creadora, en el principio de “a ver si acierto a ojo de buen cubero”, Stravinski reclama cordura. Mucha cordura. Y cita a Verdi, que no es mala cosa: “Torniamo all'antico e sarà un progresso!”.