Desde que Artur Mas clavó su pupila azul sólo las princesas y los presidentes tienen siempre la pupila azul en la pupila emancipada y autogestionada del angélico David Fernández que no habíamos visto una muestra de afecto así como la que nos ofrece esta fotografía. Contra todo pronóstico periodístico, Gabriela Serra dedicó esta sonrisa brillante que ustedes habrán comprobado en la imagen, qué digo brillante, radiante como un sol azteca, al diputado demócrata Lluís Coromines durante el procedimiento burocrático de registrar en la oficina del Parlament la célebre ley del Referéndum. En el mostrador de mercería de la administración parlamentaria, en esa Puntual que siempre va con retraso por las cosas de la política, se ve a los otros dos, indiferentes al fenómeno amoroso y enternecedor, a la diputada de Vic Marta Rovira y al diputado anticapitalista Benet Salellas. No sabemos qué se dicen y no nos incumbe porque sus ilustres diputaciones civiles nada tienen que ver con el trato humano, más que humano, que se ve, por fin, que se dispensan. Que muestran. Es la sonrisa vertical que, como si fuera una flor, como si fuera una extemporánea vagina, esconden pudorosos las señoras y señores políticos normalmente excepto en esta ocasión. Que dure muchos años este desnudismo.

Es una sonrisa vertical entre los de arriba y los de abajo, los del Govern y los de la oposición independentista, los superiores y los inferiores, entre los que son más de izquierdas y los que son más centristas, entre los que son más de aquí y los que son más de por allí. Si piensas que tu compatriota es tu enemigo mortal y moral no puedes ser independentista de ninguna de las maneras, por mucha gesticulación que hagas. Si piensas que eres un aristócrata intelectual y que todo el mundo es idiota, memo o manipulado excepto tú mismo, entonces no puedes ser independentista. Porque, en realidad, no puedes aguantar a la mitad de tu país y, si quisieras ser sincero contigo mismo admitirías que Cataluña, la Cataluña real, no te gusta, sólo te gusta tu particular idea de lo que debería ser Cataluña. Por eso los comunistas ortodoxos —a diferencia de las personas con ideas más o menos marxistas— jamás pueden ser independentistas, porque el país, la comunidad de los connacionales les trae sin cuidado, no creen en ella, y el odio social, la revancha es su único programa político. Por este motivo el himno del comunismo se llama La Internacional, porque para el comunista sólo hay una sola patria y una sola convicción religiosa y emotiva, una sola identidad colectiva: el proletariado.

Diría que, para muchos seres humanos, es mejor organizarnos en comunidades culturales, nacionales, históricas, que por clases sociales. Diría que a muchos nos gusta este gobierno de unidad nacional entre los diputados de Junts pel Sí y de la CUP que, de hecho, gobierna en Cataluña. Responde a un sentimiento mayoritario en favor de la unidad política de todas las fuerzas independentistas, en favor de un cierto compromiso histórico que diría Enrico Berlinguer. Las fuerzas políticas que anteponen los intereses nacionales y colectivos a cualquier otra consideración son las que construyen la concordia nacional, elemento indispensable si se quiere conseguir la cohesión que exige la independencia. A mí me gusta mucho, enormemente, esa sonrisa de Gabriela Serra y me identifico tanto que estoy por decirle que yo también soy una mujer vieja, fea y gorda, copiando sus palabras de un día. Como lo es la humanidad, por otra parte.