Llevamos meses y meses sin Govern y no parece que sea ningún cataclismo, si dejamos el 155 a un lado, que ya es bastante cataclismo. En España hace poco estuvieron más de un año sin poder formar Gobierno y fue una excelente oportunidad para constatar que uno de los grandes países de la Unión Europea podía desenvolverse perfectamente sin los que mandan, sin estas personas que dicen que mandan. En Bélgica, un país tan importante para nosotros, los hechos también son nítidos y aleccionadores. Recientemente estuvieron 541 días sin Gobierno y la economía belga evolucionó mejor que la media de la Unión Europea. Nunca ningún país había estado tanto tiempo sin Gobierno, pero una vez se probó esto empíricamente, y por casualidad, lo cierto es que no se estaba tan mal, las cosas eran las de siempre, las de cada día, aunque eso sí, el clima belga continuaba tan espantoso como acostumbra.

Antiguamente los episodios de bloqueo político se habían hecho célebres durante la elección de los papas y de ahí nació el santo costumbre del cónclave, es decir, el hábito escarmentado de encerrar a cal y canto a los electores hasta que no fueran capaces de elegir a un obispo de Roma, inspirados siempre por la alada presencia del Espíritu Santo. Era una cristiana manera de ayudarles. Tras la muerte de Clemente IV en 1268 la Iglesia estuvo a treinta y cuatro meses sin Gobierno y los ciudadanos de Viterbo, donde se celebraba el cónclave, estaban realmente desesperados, sobre todo porque la financiación de la reunión corría a cargo del presupuesto municipal. El tiempo iba pasando sin remedio y, en un determinado momento, llegaron a la conclusión de que no bastaba con la reclusión de los cardenales electores en el palacio papal de la ciudad. Entonces fueron empobreciendo, paulatinamente, los abundantes comidas de los príncipes de la Iglesia hasta reducirlas a sólo pan y agua. Después, incluso fueron haciendo más pequeñas las raciones de los electores y pensaron un sinnúmero de estrategias para reducir las comodidades materiales de los responsables de encontrar una solución política a través de la elección de un nuevo Papa. Hay historiadores que aseguran que, con esa finalidad, los eficaces ciudadanos de Viterbo llegaron a desmontar el techo de madera del palacio. Estimulados por las condiciones meteorológicas y teniendo que dormir al raso, lo cierto es que pronto encontraron a un candidato de compromiso, Teobaldo Visconti, que reinó cuatro años, lo que hoy sería una legislatura, con el nombre de Gregorio X.

Lo cierto es que hoy nuestros políticos responsables de la formación de un nuevo Govern están agotando la paciencia de los ciudadanos. Las tácticas dilatorias y el bloqueo institucional en el que se halla atrapada la Generalitat, prueba, más allá de las grandes palabras y de las declaraciones solemnes que, tal vez, no hay mucha razones sólidas para formar un Govern autonómico que no nos avergüence a todos. Junts per Catalunya, Esquerra Republicana y la CUP, supuestamente, después de infinidad de reuniones, de encuentros, de acuerdos y de decisiones colegiadas, perfectamente anotadas en papeles y libretas moleskine, nos tenían que llevar a la independencia pero, hoy, parece que no pueden llevar al país ni a una simple formación de Govern. Que no pueden tomar juntos ni un café. Tantos cargos por repartirse y tantos equilibrios, tantos sueldos con cargo al presupuesto público, ¿exactamente para hacer qué? No parece que los argumentos utilizados sean muy convincentes si los comparamos con la rotundidad obstruccionista de las actitudes. Porque ya les conocemos. ¿Habría podido impedir ayer un conseller de la Presidencia la entrada de la Guardia Civil en el Palau de la Generalitat como lo hizo Jordi Turull pocos meses antes? Si la Generalitat económicamente intervenida por Madrid y desprovista de poder político es la consecuencia de la represión del Estado, si el Gobierno del PP impide que Carles Puigdemont sea el presidente de la Generalitat ¿los diputados y diputadas independentistas, la mayoría absoluta de la Cámara deben aceptar dócilmente esta situación? Si Catalunya no tiene Gobierno es bastante lógico, si lo miramos desde otro punto de vista. Porque ni el independentismo tiene suficiente fuerza ni el españolismo tampoco. Dicho de otro modo ¿hasta cuando tragarán y tragarán y tragarán nuestros políticos soberanistas los sapos de Madrid sin darse cuenta de que la revolución de las Sonrisas, la revuelta de los Catalanes, no está ni mucho menos acabada y que la mayoría de la población quiere enfrentarse a la arbitrariedad? ¿O es que sin despacho oficial, chófer, secretaria y impresora en color no se puede llevar al país a la independencia?