Con las fiestas de Fin de Año se exagera imprudentemente la frecuentación humana, se abusa de ella. El personal se amontona sin cordura, del mano a mano se pasa al ahogo, por lo que pueden originarse conversaciones en las que un individuo cualquiera puede verse arrastrado, con la fuerza de una riada. Un animal te habla. Son intercambios verbales que pueden entablar encendidos debates, polémicas con seres humanos que podríamos calificar de fanáticos, unos fanáticos verbosos que, habría sido mejor así, deberíamos ya haber visto a la legua. Muchos de estos fanáticos son personas religiosas. Repasando una entrevista que le hicieron en Barcelona a Amos Oz, el sabio que nos acaba de dejar, veo que recuerda cómo los partidarios de la religión, que dicen que es paz y amor, se convierten en fanáticos. Los hay de todos los colores, judíos, cristianos y  musulmanes, de todo tipo de religiones, incluso budistas, porque la mala sazón está en todas partes. Tienen el atrevimiento de exigirte lo que puedes decir y lo que no puedes decir; ellos pueden hablar mal de lo que quieran pero tú no, tú cállate, tú debes respetar sus creencias. Lo llaman respeto pero, de hecho, no lo es, lo que quieren simplemente es que cierres la boca, que te metas la lengua donde te quepa y que te arrodilles delante de una grotesca colección de supersticiones y de pensamientos mágicos. No aceptan la libertad de expresión de los demás, los ofende que pienses como piensas. Sabemos que las respetables son las personas, no las ideas ni las convicciones íntimas; gracias a ello la humanidad ha hecho su camino, cuando esto ha sido posible. Unas convicciones íntimas que ellos pasean por la vida como si fuera una verdad absoluta y que, inexplicablemente, el resto del mundo no comprende. Pero no son convicciones religiosas sin más, de hecho son tan absurdas que se contradicen con la bondad y con la libertad, indispensables para cualquier ser humano con una mínima formación ética. Todo el mundo tiene tanto derecho a exhibir símbolos religiosos como a blasfemar, todo el mundo tiene derecho a creer y a cambiar de opinión y a criticar. Todos tienen derecho a ofender y a ser ofendidos, todo el mundo tiene derecho a equivocarse y a tener razón. En contraste con todo esto tenemos las hogueras purificadoras contra los herejes o el asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo.

Pero del mismo modo que existen fanáticos ideológicos los hay antiideológicos. Existen enemigos de la religión que crean una religión negativa. Existen partidarios de la libertad que te querrían obligar a ser libre. Existen pacifistas que estarían dispuestos, decía Oz, “a descerrajarme un tiro en la cabeza porque tengo una idea ligeramente diferente sobre la manera con la que hacer la paz entre judíos y palestinos”. La manera de identificar a los fanáticos podría ser esta. Son personas que parecen muy altruistas, muy poco preocupadas por sí mismas, que están más interesadas en ti que en ninguna otra cosa. Esto en un primer momento te halaga, te gusta y hace que te confíes. Error. Este interés no es amor ni bondad aunque lo parezca. Tienen muy poca autoestima y por lo tanto siempre están ocupados en cambiar a los demás, a ti, a mí, todo el mundo debe cambiar gracias ellos. Son los amigos que te quieren salvar de ti mismo. Son los que exhiben muchas leyes y prevenciones para los demás y ningún reglamento para sí. Son los misioneros enfermizos que confunden las emotivas relaciones familiares o de amistad con el derecho a imponer un punto de vista a los demás, un pequeño punto de vista o toda una filosofía. Con la excusa del amor. Se cometen tantos y tantos crímenes bajo la bandera del amor...