Tantos años enseñando en Nueva York y al profesor Xavier Sala i Martín todavía se le nota que procede de un país de indocumentados, de España, como si dijéramos, donde los títulos parecen más que importantes, imprescindibles. Un país en el que el presidente del gobierno y el todavía jefe de la oposición tienen títulos académicos fraudulentos o sospechosos, donde la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, presumía de ser abogada. Burra, pero abogada nuestra titulada. Por eso, primero, XS i M blasmó a Volodímir Oleksándrovich Zelenski ya que parece ser que este señor es curricularmente cómico, actor, gentuza, vaya, y por eso después se vio moralmente obligado de hacer un tuit de pública disculpa, escrita con el mejor estilo, el del remordimiento español. El presidente Zelenski ha demostrado ser una bendición y un héroe ucraniano, que por un lado recuerda a Zbigniew Zamachowski, el actor que encarna al antihéroe Karol Karol en Tres colores: Blanco, la cinta inmortal de Krzysztof Kieślowski. Y que, por otro, hace de Macron mejor que el propio Macron, porque lo que XS i M ha olvidado es que en el mundo de la impostura política no hay nada mejor que un doble, que un Doppelgänger, que un profesional del teatro. Precisamente porque de lo que se trata es de no hacer teatro, precisamente porque lo que hace falta es parecer convincente y no un completo farsante, nunca estaremos en mejores manos que en las de un actor digno de ese nombre. Porque el actor, a diferencia del político, sabe que está en falso, sabe que interpreta un papel y por eso desarrolla una cierta prudencia, un cierto espíritu autocrítico, un determinado pudor, un cierto sentido del ridículo. El actor que hace de presidente de Ucrania sabe cómo despertar una imagen positiva. Donald Trump o Vladimir Vladimirovich Putin, no, en absoluto. Nunca.

No es una buena idea que las elecciones políticas vayan convirtiéndose en una especie de oposiciones en las que gana, yendo todo muy bien, el más listo, el que tiene más títulos y capacidades. Porque nadie sabe hoy, y nunca ha sabido, quién es el mejor gobernante antes de empezar. No hay más que ver de qué clase de material humano está hecha la inquietante casta de funcionarios ⸺perfectamente titulados⸺ de las instituciones europeas. Debemos ser valientes y constatar que hoy estamos ante una manifestación diabólica o aún peor, irracional y absurda, ciega, que sirve al peor enemigo de la libertad ciudadana, la pérfida burocracia. Franz Kafka tenía razón y estamos en manos de una inercia ciega y destructiva, la de los estados burocráticos que nunca sirven a los ciudadanos que los financiamos sino que se sirven sólo a sí mismos.

Recordemos el conocido e hiriente caso del infante de Parma, magníficamente reportado en un libro por Elisabeth Badinter, hija de Marcel Bleustein Blanchet, una de las quinientas grandes fortunas de la Francia actual. Un caso práctico de lo que fue la educación en el Siglo de las Luces, la época de la intelectualidad arrogante y pagada de sí misma. Una educación que nunca fue consciente de sus límites. Fernando de Parma fue educado con la mejor formación para convertirse en el mejor gobernante de su época, sabio, honrado y competente. Por eso recibió la enseñanza más moderna posible, la más ilustrada, de la mano de los mejores profesores y de acuerdo con los principios que inspirarían después la Revolución Francesa. El infante, ciertamente, tenía la mejor disposición, era inteligente y despierto, trabajador y gozaba del mejor carácter. Pero todo esto nunca es suficiente. Fernando se convertirá en un gobernante culto pero supersticioso, íntimamente desgraciado, inseguro, infantil, atrapado por el oscurantismo y por la Iglesia más reaccionaria e inmovilista.

El cómic Zelenski es el héroe de nuestros días porque ha entendido mejor que nadie la auténtica dinámica de la historia. Porque ha entendido que la vida humana es siempre un ejercicio de moderada ironía. De la ironía que recuerda que las convicciones personales son imprescindibles. Las acciones de los hombres, a menudo, producen resultados completamente distintos a los que se preveían. El azar y lo imprevisible son los que nos gobiernan, en una parte muy importante, determinante, por eso no podemos hacer excesivas previsiones. El antropólogo Clifford Geertz descubrió una sociedad antigua que se sentía fascinada, como la nuestra, por la posibilidad de fijar previamente el futuro de la comunidad. Por eso la isla de Bali creó antes de la colonización un sorprendente estado político que consistía, nada menos, que en una representación teatral. Un retrato viviente de símbolos, mitos, rituales y ceremonias, llamado negara o estado balinés. Nada que ver con las tiranías ni con los estados burocráticos. Ni siquiera fue un gobierno tal y como lo entendemos hoy. Fue una empresa colectiva, un espectáculo organizado, un estado-teatro en el que se dramatizaban las obsesiones dominantes de aquella sociedad. Y que se ve que eran dos: la desigualdad social y el orgullo de formar parte de un determinado nivel social. La ciencia política debería invertir más en estudios culturales y, quizás, entendería mejor, la gran necesidad social que tenemos todos de personajes nobles y decididos como Zelenski.