El otro día Santi Vila —se hace llamar Santi como otros se hacen llamar Pili, Luismi o churri— se atrevió, ni más ni menos, a escribir sobre el De profundis de Oscar Wilde. Y no para hablar del grave momento que vive nuestro país, ni de la represión terrible, ni de la persecución política, ni de la injusticia contra los independentistas, no. Ni siquiera para tratar de justificar su, digamos para ser suaves, indigna actitud hacia su antiguo amigo y presidente, Carlos el Grande, o hacia sus antiguos compañeros de Govern hoy en prisión y en el exilio, o hacia a todas las personas a las que nos avergonzó. No señor, tampoco. Santi apela a Wilde y a su gran libro póstumo, a la gran catedral literaria del dolor, de la culpa, de la revelación en la desgracia, escrita en una terrorífica prisión que minaría su salud hasta la muerte, para criticar, atención, el cambio del nombre de la calle Almirante Cervera por el de Pepe Rubianes. En su, digamos para ser suaves, frívolo artículo se atreve, él, precisamente él, a hablar de un “clima intelectual y moral degradado, demagogo y populista, con políticos tuiteros y tertulianos bocazas que nos remiten permanentemente a la víscera y que nos alejan de la razón, que nos arrastran y nos hunden a todos hacia la esfera más terrible, insultante y deprimente, que es la de la banalidad.”

Quizás don Santi no sólo desconoce qué es el De profundis y cuánto pesa el venerable nombre de Oscar Wilde, el valiente escritor que pudiendo exiliarse prefirió hacer frente a la persecución legal de la homosexualidad y someterse a la crueldad de un encarcelamiento injusto. El escritor que nunca cedió ante sus perseguidores. Quizás, cuando Santi denigra la víscera, ignora que el corazón es una de ellas y la principal, la casa del amor y que, como asegura Dante, “mueve el cielo y las estrellas”. Quizás no sólo es un indigente cultural e incluso desconoce el pudor y la autocrítica, tal vez porque tiene una particular memoria selectiva. Por eso me permito llevarle a mención un maravilloso día, con un solazo. Concretamente el 23 de septiembre del año pasado, una semana antes del referéndum del primero de octubre y que, en un encuentro del PDeCat en Figueras, aseguró que los electores podían confiar plenamente en él. “Aquí le tenéis y aquí le tendréis" decía Santi Saltimbanqui hablando de sí mismo en tercera persona. “Si la próxima semana tenemos que ir (unos días) a la carcel, iremos y si nos tenemos que jugar el patrimonio, nos lo jugaremos. Y si tenemos que acabar en la cárcel acabaremos en la cárcel (eso fue un bis). Porque nos va en ello la dignidad personal y colectiva. La dignidad personal de todos y todas. Y la dignidad de esta nación. Una nación que nunca los españoles nos dirán que existe. No nos lo dirán nunca. Porque esto es preexistente”. El resto de la historia todos ustedes la conocen bien, porque mientras todo el Gobierno de la Generalitat está perseguido por el Estado español, don Santi Desertant-hi no. Sigue en el PDeCat bien protegido por los suyos, hace compras en el mercado del Ninot, maquina para sustituir a Puigdemont y escribe —es un decir— artículos campanudos en un diario. Habla de valores, de la buena educación, de mantener las formas y el decoro, da lecciones de ética, de estética y de acuática gracias, por supuesto, a las célebres puertas giratorias. Pero ni toda el agua del lago de Banyoles ya puede lavarle la cara.