Tanto hablar de Jordi Pujol, tanto hablar de cómo le terminará juzgando la historia, que se les ha olvidado que la historia es más estricta y puñetera que una inspectora de Hacienda con tiempo y curiosidad. Os habéis olvidado de reconocer que Artur Mas quedará como el gran presidente histórico y el otro, como el gran infame, sencillamente porque el primero hizo de rey y el otro hizo de virrey, el uno de soberano y el otro de gobernador regionalista y regional. A la historia solo le gustan los ganadores. Jordi Pujol se burlaba de Artur Mas y le llamaba Andreu Mas, tratando de restarle dignidad y monarquía con el cambio de nombre, vengándose del hombre guapo que es lo que hacen todos los hombres feos que envidian las miradas de las señoras, de humillarle para que, donde iremos a parar, esto es sota, caballo y rey y él, Pujol y Duran i Lleida, los dos grandes listos, se creían que lo sabían todo sobre la naturaleza del mundo y el otro, Mas, que no era nadie ni sabía nada, mira por dónde fue quien logró entender algo de la política y, lo que es más importante, supo entender algo de lo que es y de lo que quiere Cataluña. Mientras Jordi Pujol, el perfecto conservador, el perfecto egoísta, estropeó su brillante biografía haciéndose un capitalito, para los hijos, para la mujer, para lo que ustedes quieran, que los cementerios están llenos de buenas intenciones, el otro, el segundón, el que no era nadie, precisamente porque no era nadie ni iba de mártir, ha quedado arruinado por la diabólica política. Precisamente porque Artur Mas no era originariamente ni siquiera catalanista ha acabado siendo independentista après la lettre, ha acabado siendo el político que consigue enmendar y mejorar la herencia controvertida de Francesc Cambó y es quien lleva definitivamente el centro derecha catalanista hasta la casa grande del soberanismo. Contra todo pronóstico.

Naturalmente, no todo lo que hay en la biografía política de Artur Mas es admirable, pero sí podemos decir que ha sido el individuo catalán más odiado después de Lluís Companys. Solo por eso deberíamos preguntarnos por qué y ver que entre los partidarios de la libertad y de la disidencia, entre los discrepantes, es donde ha suscitado las más encendidas simpatías. Por una parte, todas las formaciones políticas españolistas sin excepción le han atacado porque se atrevió a rechazar el autonomismo pujolista que ya les iba bien. Por la otra, desde la gran burguesía catalana hasta la CUP, pasando por todos los beneficiarios del inmovilismo político, absolutamente todo el mundo le ha escarnecido, le ha combatido con saña. Si al menos hubiera sido un revolucionario convencional, un marxista, un subcomandante Marcos, un hombre mal afeitado y partidario de ir en bicicleta al Parlament, un hombre nuevo previsto en los dogmáticos manuales de materialismo histórico, al menos entonces habría sido diferente. Pero no, el futuro no está nunca escrito y los hombres que abren un tiempo nuevo ningún libro profético os los puede asegurar, ni siquiera el Antiguo Testamento. El tiempo nuevo, la vida nueva, aparece donde menos te lo esperas; esta quizás es la gracia que tiene vivir y tratar de entender lo que estás viviendo.

Artur Mas no solo se ha arruinado por su país. También ha destruido su partido. Sabía perfectamente que llevar el PDeCat hacia el independentismo, hacer un pulso al Estado y organizar la consulta y el referéndum tendría las más graves consecuencias. Mas entendió, en algún momento, que los principales partidos del régimen autonomista, CiU y el PSC serían borrados del mapa con el soberanismo y, a diferencia de los socialistas, creyó sensatamente que era mejor hacer una voladura controlada de su partido que no dejarlo todo al azar. El día que decidió irse —provisionalmente— de la presidencia de la Generalitat no escogió a un sustituto que formara parte del aparato del partido. No señaló ni a Rull ni a Turull. Escogió precisamente al convergente menos convergente de todos los posibles, un hombre que tampoco tenía ninguna simpatía por la herencia política de Jordi Pujol, un independentista audaz que pudiera conducir el anhelo de libertad de la nación catalana. Y sí, de acuerdo, un día llegó al Parlament de Cataluña en helicóptero, pero ¿no lo encuentra digno de un país tan divertido como el nuestro?