Como una brasa ardiente que cae en las manos de las autoridades europeas, así ha sido recibida en Bruselas la presencia del presidente Carles Puigdemont y de cinco de sus consejeros, Dolors Bassa, Meritxell Borràs, Toni Comín, Joaquim Forn y Meritxell Serret. Si la Unión Europea pretendía mirar hipócritamente hacia otro lado, si quería desentenderse del autoritaria suspensión de la autonomía catalana por la fuerza de las armas de la policía española y de la paramilitar Guardia Civil, tal vez ahora se verá obligada a tomar partido. A comprometerse, de algún modo, con la naciente democracia catalana independiente o con la democracia colonial española, un régimen integrado por PP, PSOE y Ciudadanos que sólo tolera al independentismo político mientras no consiga ganar elecciones. Pedro Sanz, vicepresidente del Senado de España, declaró ayer mismo que si en las próximas elecciones autonómicas volvía a ganar la opción de la independencia de Cataluña, el Gobierno de Madrid volvería a aplicar el artículo 155 y volvería a suspender el autonomía. De manera impasible y sistemática hasta que, suponemos, el españolismo lograra hacerse con el gobierno de la Generalitat. El penúltimo paso antes del completo aniquilamiento del catalanismo.

El presidente Puigdemont, conocido también como Sant Karles, Carles el Atrevido, Carlos el Temerario, el Príncipe Valiente, el Harry Potter adulto, Astérix sin Obélix, el más combativo de los presidentes de la Generalitat contemporánea, ha partido rumbo al exilio ardiente, al exilio flamenco, sin presentar batalla, sin tan siquiera arriar la bandera española del Palacio de la plaza de Sant Jaume, sin tomar ninguna medida política ni simbólica que llenara de contenido a la República catalana apenas nacida. Lo ha hecho siguiendo el benemérito ejemplo de Rafael Casanova, el conseller en cap o alcalde de la ciudad de Barcelona, que un año antes de la derrota del 11 de septiembre de 1714 había intentado, sin fortuna, llegar a una paz negociada, convencido de que no cabía resistencia posible al enemigo. Como Rafael Casanova, que luchó por las libertades y constituciones de Cataluña, que fue herido en la batalla, pero que tuvo el mal gusto de no morirse allí mismo, inútilmente, por una causa que no necesitaba más mártires, asimismo ha querido obrar el presidente Puigdemont. Y tiene razón. Carles el Sensato, Carles el Esforzado, Carles el Intrépido es más útil para la causa de los catalanes en el exilio belga que en la cárcel. Carles Puigdemont no quiso llamar a la resistencia popular, no ha querido atrincherarse en el Palau de la Generalitat como lo hiciera el presidente Lluís Companys en 1934, convencido de que en cualquier momento podría producirse una tragedia, convencido de que la independencia de Cataluña sólo estará bien nacida si se produce sin un solo muerto, sin ni la sombra de un conflicto armado. Si según la fantasiosa, Fiscalía General del Estado, el referéndum del 1 de octubre fue un episodio violento, imputable al independentismo, ¿qué no dirían y que no harían si todo un batallón de Mossos de l’Esquadra o, aunque fuera un solo agente, abrieran fuego para proteger su presidencial persona, como estuvo a punto de pasar en Sant Julià de Ramis? ¿Qué habría pasado si la resistencia pacífica catalana, cansada de recibir tantos palos, improvisadamente, decide responder a los ataques? Por este mismo motivo el mayor Josep Lluís Trapero se ha dejado destituir sin ofrecer oposición, con una sonrisa condescendiente en los labios, ya que cualquier mínima resistencia suponía un grave riesgo para vida de las personas. Sabemos que las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles han venido a Cataluña como agentes provocadores, como incitadores de la violencia popular. Y también sabemos que la única posibilidad que tiene el independentismo de ganar su batalla política es a través del más estricto y sagrado pacifismo. Afortunadamente la única sangre que acepta nuestra opinión pública es la de las butifarras.

Para algunas personas que han visto muchas películas Carles Puigdemont es un cobarde, es un traidor, y es, en definitiva, la peor persona del mundo porque ha decidido no suicidarse. No, todavía tiene que molestar más y más, todavía tiene que hacer lo imposible contra la arbitraria arrogancia del Estado Español. Como un héroe os digo que volverá a Cataluña cuando el independentismo triunfante, unido en una sola y única formación electoral, vuelva a ganar las elecciones y la comunidad internacional exija a España que respete la voluntad mayoritaria de los catalanes. ¿Piensan que es una quimera? Si alguien tiene alguna idea mejor para conseguir democráticamente y pacíficamente la independencia que la diga ahora o que disciplinadamente le apoye, con la lengua en el culo.