El presidente Torra habla un barcelonés tan popular que todo el mundo le entendió cuando dijo que los CDR aprietan y hacen bien en apretar. Sobre todo porque qué importancia tiene un castellanismo más o menos cuando nos estamos jugando otra vez la pervivencia política de la nación, así como la cultura y la lengua que nos dibujan. Hay que apretar o, si se quiere, apremiar, cuando los votantes independentistas se llevan las manos a la cabeza oyendo lo que oyen de sus representantes en el Parlament de Catalunya y, sobre todo, cuando hay quien organiza en esta ilustre institución un maratón de estafadores, unas olimpiadas de la mentira, cuando se ofrece un espectáculo que realiza el sueño más anhelado de José María Aznar: antes se romperá Catalunya que España. Pasen y vean, señoras y señores, niños y niñas, cuando hablaban de unidad de acción de los partidos independentistas, cuando hablaban de conjurarse todos juntos para llevar al país a la emancipación nacional, en realidad, nos tenían reservada esta sorpresa. Qué detalle, diputadas y diputados. Mientras la causa de la independencia de Catalunya gana cada día más partidarios por doquier, cuando por primera vez en la historia el nombre de un presidente de la Generalitat tiene alguna posibilidad de ser galardonado con el premio Nobel de la Paz, cuando parecía que la restitución del autogobierno debía servir para alcanzar la independencia nacional, héte aquí que os volvéis a pelear entre vosotros, a hacer cualquier cosa menos lo que os llevó al Parlamento, héte aquí que olvidasteis vuestro compromiso electoral. Si pensabais que podíais conseguir la independencia de Catalunya sin pasar por la cárcel es que, ciertamente, subestimáis al enemigo y, al mismo tiempo, os consideráis muy sagaces. Para que salgan los presos de la cárcel han de entrar, primero, algunos miles. Me parece que fue Quim Torra quien lo había dicho.

Por primera vez en la historia el nombre de un presidente de la Generalitat tiene alguna posibilidad de ser galardonado con el premio Nobel de la Paz

No, no tenemos los dirigentes que nos merecemos. El pueblo de Catalunya, lo que se suele llamar la gente, salió el primero de octubre a defender el derecho a votar cuando votaba, reclamó el derecho democrático a elegir su futuro. De los 1.066 heridos no hubo ninguno que fuera diputado, no hubo ninguno que pusiera en peligro ni la vida, ni el cutis ni tampoco la ropa bien planchada. El pueblo de Catalunya es quien os ha llevado hasta aquí, y parece, para la mayoría de nuestros diputados independentistas, que les haga mucha ilusión convertirse en miembros del primer Parlament de la Catalunya libre, elaborar las mejores leyes del mundo para un país estupendo sin tener que pasar, pequeño detalle, por la independencia efectiva de la nación. Parece que aún nuestros políticos no han entendido que el movimiento independentista es nuestro, del pueblo tozudamente alzado, de la nación entera dispuesta a hacer todas las coladas que sean necesarios para llegar a una política limpia y nueva, a un nuevo régimen auténticamente democrático que no nos avergüence como el régimen de 1978. ¿Cómo es que, durante los últimos cortes de carreteras, durante las recientes ocupaciones de espacios públicos, ningún diputado, ni siquiera de la CUP, se acercó para apoyar a los insurrectos? ¿Cómo es que hay quien pueda pensar que apretando a Quim Torra o ocupando la plaza de Santiago contribuirá a lograr la independencia? El movimiento soberanista no quiere sangre, ni víctimas, ni héroes, pero también es verdad que sabe perfectamente que la dominación española no desaparecerá amistosamente después de haber tomado un café. La manera catalana de hacer una independencia, tan pacífica y admirable, tan insólita, necesita urgentemente nuevos políticos que se den un poquito más de prisa. Recordemos que si Neus Munté hubiera aceptado sustituir a Artur Mas como presidenta de la Generalitat, probablemente el alcalde de Girona, Carles Puigdemont, nunca se habría convertido en el líder del movimiento independentista y no habríamos vivido la aceleración histórica de los últimos dos años. Ahora ya no se puede volver atrás. Si algún dirigente secesionista pretende que los manifestantes de la Diada empiecen a quedarse en casa, quién acabará quedándose serà él.