Existe una pasión, un delirio, una debilidad que es más fuerte de lo que ellos son, y es la pasión por silenciar, por hacerte callar. Es una pulsión que atraviesa la historia, que nunca muere, más bien al contrario, si hemos de creer lo que nos cuentan algunos cronistas de la libertad política, hoy amenazada. Que te calles, niño; cállate, papá; cállate, amor; cállate, cabrón. Tú cállate, memo, que tú no sabes, tú qué sabrás a donde vas, tú, métete la lengua en el culo, chitón, que aquí los buenos, los superiores, somos los de este grupito y los demás, pobres desgraciados, no tenéis derecho a nada. Te hacen callar y no quieren dejar ni que protestes, ni que hagas saber tus razones porque aquí no somos iguales y trágate las palabras que habías dicho, como un frasco de veneno. Como cuando el santo rey Jaime I el Conquistador le amputa la lengua a su confesor, el dominico y obispo de Girona, Berenguer de Castellbisbal. Se ve que por hablar demasiado, el motivo no queda muy claro, el prelado se encontró de golpe con la boca mucho más ancha que antes. El silencio se impone en materia de secretos de la misma manera que es impropio de una prensa libre y emancipada del poder político, de la insufrible propaganda. La prensa que está al servicio de los lectores no debe callarse nunca, ni por equivocación, la prensa es charlatana o no es prensa, porque si se calla está al servicio del poder político, porque si se calla está robando la información al público, que la necesita imperativamente para ejercer correctamente su soberanía política. La prensa tiene derecho a equivocarse, pero no a callarse. Si no te enteras, si te descuidas, si no conoces, por ejemplo, quién es Ada Colau y en qué se gasta el dinero, puedes tener la mala idea de votarla, como si fueras un Manuel Valls cualquiera, que sí la votó para que la capital no quedara en manos de los independentistas. O tener la mala idea de votar al PSC en Badalona, sin importarte quién es el candidato. Hay localidades del extrarradio de Barcelona que votan con fatal entusiasmo al partido socialista español de manera ininterrumpida desde el 3 de abril de 1979. Cuando hace 41 años que el mismo partido gana las elecciones ¿se puede decir que es una democracia? Es curioso. Parece, más bien, el juego de la ruleta manipulada, así el casino siempre gana. ¿Existe la prensa libre en un territorio sin alternativas políticas reales?

La tradición española es silenciosa y viene llena de todo tipo de miedos y prevenciones, de prejuicios, ya mucho antes de la construcción de El Escorial, un palacio dentro de un enorme monasterio donde la monarquía exhibía satisfecha un poder absoluto y un mutismo ensordecedor. Es la gran diferencia, en el siglo XVII, con Versalles. En la corte del rey de Francia parecen auténticas cotorras, todo el mundo parlotea y viste con una etiqueta de colores vivos y optimistas, todo el mundo le da a la lengua sin parar, todo el mundo tiene mucho por decir y por contradecir, es el territorio ideal de los filósofos y de los escritores del Grand Siècle. En la corte del rey de España, en contraste, el color negro es obligatorio y obligatorio también lo es un silencio sepulcral, oscurantista. Sólo se rompe para leer en alta voz la verdad absoluta, el dogma total, la Biblia. Por su parte, los catalanes y, especialmente, los de la capital, reclaman una antigua tradición que permite la discrepancia, la disidencia, el derecho a hablar sin limitaciones. Incluso para escarnecer al poder. Una vieja sentencia asegura que nuestros abuelos “havien aüda la lenga en francha alou de parlar de lurs reys e senyors e havien acostumat maldir d’aquells". Cuando nuestro Alfonso el Benigno intenta hacer frente a una rebelión popular, su esposa, Leonor de Castilla, se siente estupefacta ante el talante dialogante del monarca catalán y quiere imponer el método de su país. No ha cambiado mucho: “Señor, esto no lo consentiría el rey don Alfonso de Castilla, nuestro hermano, que él no los degollara a todos.” Un método que su marido rechaza con gran serenidad y ganas de explicarse, como asegura la Crónica de Pedro el Ceremonioso: “Reina, reina, el nostre poble és franc (lliure) e no és així subjugat com és lo poble de Castella; car ells tenen a Nós com a senyor, e Nós a ells com a bons vassalls e companyons.”

Efectivamente, parece que el tiempo no haya pasado durante estos días en que el gobierno de Pedro Farsánchez sigue insistiendo, una y otra vez, en su campaña de desinformación. Cuando continúa queriendo engañarnos y al mismo tiempo, limitar, censurar las opiniones discrepantes y críticas. Con el argumento de preservar la verdad, como si el presidente Farsánchez la hubiera conocido algún día, como si no fuera un mentiroso compulsivo, que tan pronto se inventa informes de la Universidad Johns Hopkins como comités científicos que en realidad no deciden nada. Las palabras del actual gobierno son idénticas a las que usó Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y ministro del Interior durante la guerra, el 22 de abril de 1938, cuando había que reconstruir España a partir de una nueva normalidad. Son unas palabras que le escribió su asesor Antonio Giménez Arnau, inspiradas tanto en las leyes fascistas sobre prensa como en los métodos nazis del doctor Goebbels: “Levantar frente al convencional y anacrónico concepto del periodismo otro más actual y exacto, basado exclusivamente en la verdad y la responsabilidad”. El Estado español de Franco se presentaba como una solución tan imaginativa, tan innovadora, como hoy lo son las últimas proclamas idealistas de Jaume Asens, centradas en el descubrimiento de la sopa de ajo. Mirad qué bonito: “Redimido el periodismo de la servidumbre capitalista, de las clientelas reaccionarias o marxistas, es hoy cuando auténtica y solemnemente puede declararse la libertad de la Prensa”.