Como Irene Montero es ministra de Igualdad y yo no, a ella le han hecho todos los test que ha querido, a ella y a su marido, pero a mí no, a mí no me han hecho ninguno. De hecho, si me muero, si me quedo tieso, pero tieso de verdad, pues mira tú, nada más que decir. Querrá decir que habré estirado la pata, ya os dirán que he expirado porque siempre hay alguien tiene ganas de contar estas cosas jugosas. Me habré quedado tieso y sin test. Y, en cambio, si voy coleando querrá decir que todavía estoy vivo pero igualmente sin test, al final las cosas son mucho más sencillas de lo que parecen. Es decir, que estoy exactamente igual que todos vosotros. Como no podría ser de otra manera, tal como ocurre en todo el Estado español, en un Estado que cuenta con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. En el país récord mundial de muertes de todo el planeta, en la España y olé, a la que no se puede criticar porque los gobiernos españoles de izquierdas son buenos por definición. Ahora tú no querrás quedar como un facha, ¿verdad? Que vivimos en una democracia consolidada, moderna y la más descentralizada del mundo, que no sirve ni para que el presidente Torra me regale ni una triste mascarilla porque el tío no puede. Sobre todo a mí no, a mí no me puede regalar ni un caramelo de menta que sería corrupción, que le he defendido públicamente cuando muchos le atacaban sin razón y la mayoría callaba como un muerto de coronavirus en la portada de El Mundo, el diario que marca tendencia. Hoy es más fácil cargarle el cadáver a Torra que conseguir una mascarilla limpia de malas intenciones. Y que te hagan un test es como ser astronauta. Por eso al ministro Pedro Duque también le han hecho el test. Porque es de un nivel superior, astronómico. Como en Alemania, que son seres superiores, por eso les hacen test a todos, porque en Alemania todo el mundo es astronauta desde una perspectiva netamente española.

El test sirve para saber dónde estamos, con qué gente podemos contar, y a quién mejor ni acercarse. Para saber quién es contagioso y de quién no te puedes fiar no hay nada mejor que un buen test. Pero un test que se sepa, que nos lo enseñen y que nos lo expliquen bien. Ya que han empezado, yo propongo ahora que continúen haciendo test, pagados por todos los contribuyentes, que sí, pero más test, test de todo y para todos los políticos. A ver si pagando nos enteramos de la verdad de una vez por todas. Después de ver lo que está pasando, después de ver cómo actúan, acompañados de militares retrasados y de expertos que no tienen ni idea de lo que dicen, tal vez el PSOE y el PSC, Unidas Podemos y En Comú, deberían ser los primeros partidos interesados en deshacer rumores. Deberían abordar con valentía y determinación la compleja cuestión de la salud mental de Pedro Virusánchez. Sería tranquilizador para el primer partido del Gobierno y para el conjunto de la opinión pública ejercer una inequívoca política de transparencia. Digna de interés público.

La sociedad francesa exigió siempre estar bien informada del verdadero alcance de las enfermedades que minaron la salud de François Mitterrand. El hecho de que el presidente de la República engañara a sus votantes para conseguir ser reelegido para un segundo septenio no quita que Francia tenía todo el derecho a conocer el estado de salud del mandatario, a menudo incapacitado para ejercer el formidable poder ejecutivo del que había sido investido. Un poder con botón nuclear. Ahora ante la pandemia el botón nuclear parece una película de fantasía. No se trata de descalificar políticamente a nadie sino de afrontar los problemas de liderazgo cara a cara. Porque la salud mental es tan importante como la de un cuerpo sin coronavirus. La salud mental no puede seguir siendo un tabú en nuestra sociedad. Y es tan imprescindible conocer cómo funciona el cerebro de nuestros primeros dirigentes como es saber el estado de forma física de los jugadores del FC Barcelona. La batalla de Muret se perdió porque el rey Don Pedro se presentó borracho y sin haber dormido. Y Hitler no supo reaccionar a tiempo al desembarco de Normandía porque estaba durmiendo, bajo los efectos de las drogas que le había proporcionado su médico, el doctor Morell. 

No podemos aceptar que los borrachos conduzcan por las carreteras, ni permitir que los pedófilos trabajen con niños. Y por la misma regla de tres, y teniendo en cuenta que es más importante sacar adelante un país que llevar un coche de línea, no estaría de más que, aleatoriamente, y por sorpresa, se hicieran controles antidopaje entre la clase política española y catalana y que los historiales médicos de los políticos fueran materia de control como lo es la declaración de la renta y la lista de propiedades de nuestros próceres. O analizar las aguas grises de los aseos de las Cortes y del Parlament. Un país muy desarrollado del primer mundo, Nueva Zelanda, tiene actualmente cinco prioridades como sociedad innovadora. No se proponen aumentar el PIB sino mejorar la salud mental de todos los ciudadanos, reducir la pobreza infantil, eliminar las desigualdades de las personas indígenas maoríes y de las islas del Pacífico, prosperar en una era digital y, por supuesto, reducir las emisiones y trabajar por una economía sostenible. La salud mental de todos debería ser una prioridad en una sociedad tan angustiada como la nuestra. Y nuestros políticos deberían predicar con el ejemplo. ¿O es que tienen algo que escondernos de su compleja psicología?