¿Queréis una estrategia, a la catalana, para dejar España? A la catalana quiere decir sin muertos, sin sangre, sin romper ni una papelera, sin perder más dinero del que ya perdemos con este Estado depredador que se niega a dialogar con nosotros, que nos ignora y nos desprecia. Pues tenemos un arma secreta, temible, una posibilidad real de parar España sin hacer ninguna huelga general indefinida, sin cortar autopistas ni bloquear puertos ni aeropuertos. La tenemos al alcance y no le hemos dado el formidable valor que tiene. No hemos visto que es un arma cargada de futuro. Si en España rechazan cualquier tipo de diálogo, si hacen como si no existiéramos porque piensan que nosotros los necesitamos y ellos no nos necesitan a nosotros para nada, hagámosles probar su propia medicina. Hagámonos valer. Decía Voltaire que Catalunyaa “después de todo, puede prescindir del universo entero pero sus vecinos no pueden prescindir de ella” —La Catalogne, enfin, peut se passer de l'univers entier, et ses voisins ne peuvent se passer d’elle—. Comprobemos hoy si todavía estas palabras de nuestro gran admirador siguen siendo válidas. Hagamos un gran ejercicio colectivo de no colaboración con el enemigo, a la manera de Gandhi, hagamos un ejercicio colectivo de afirmación nacional para demostrarnos a nosotros mismos que somos dignos de la independencia, que la libertad nos pertenece y que somos los auténticos propietarios de nuestra casa.

Deberíamos negarnos a entender la lengua española de la misma manera que algunos se niegan a entender el catalán

Supongo que ya han adivinado lo que propongo, no es descabellado. De entrada es tan ridículo y tan sencillo de realizar como cuando Gandhi pidió a la India entera que se pusiera a hacer sal para desencadenar un boicot al monopolio del Estado sobre la sal. Hoy es un acontecimiento histórico conocido como la Marcha de la sal, una forma de desobediencia cívica que hizo tambalear al imperio británico, un imperio cruel que tenía presos políticos y que se burlaba de los indios, a los que consideraba atrapados e impotentes frente a su amplio dominio militar. Las cárceles se llenaron de 60.000 “ladrones de la sal”, incluido el Mahatma, de ciudadanos indios que recogían su propia sal desafiando una autoridad británica completamente desconcertada. Podríamos intentar reivindicar nuestra propia sal, la sal de nuestra tierra, nuestra lengua maltratada. No bastaría con hablar sólo catalán, como se ha hecho y continúan haciendo algunos activistas de nuestro idioma. Se tendría que dar un paso más allá, rotundo y determinado. Deberíamos negarnos a entender la lengua española de la misma manera que algunos se niegan a entender el catalán. Si ellos lo pueden hacer también lo podemos hacer nosotros. Inmediatamente toda la economía se resentiría, sería imposible el intercambio de productos sin hablar catalán. Sería verdad, por primera vez, que no se puede hablar con nosotros, sería verdad que nos cerramos al diálogo. Porque naturalmente se negarán a hablar catalán, son demasiado orgullosos. Las relaciones interpersonales quedarán de repente bloqueadas, de repente veremos quién necesita más del otro, si ellos de nosotros o nosotros de ellos. En una sociedad de la información, de la comunicación constante y sistemática, el desconcierto sería enorme, la economía española implosionaría porque se haría de repente el silencio informativo. Los chicos y las chicas que salen deberían valorar qué tiene más valor para ellos, si mantener su amor, si pasarse al catalán o permanecer en silencio. Las amistades, las relaciones de todo tipo quedarían cuestionadas. Y recordemos algo, según el artículo 3 de la Constitución Española, todo súbdito español está obligado a conocer la lengua castellana o española. Pero en ninguna parte dice que estemos obligados a usarla. En ningún lugar dice que la tengamos que entender. Si fuéramos capaces de hacer un acto de desobediencia tan insólito el efecto sería devastador. Porque si nos obligaran por la fuerza a entender el español es que el surrealismo juega a nuestro favor y España ha perdido definitivamente la partida.