El Probo, el Grande, el Valiente, el Audaz, el Irreductible, el Insobornable, el Indomable, el Bienamado, el Emotivo, el Digno, el Tenaz, el Sagaz, el Libertador, el Restaurador, el Humanitario, la Pesadilla, el Molesto, el Astuto, el Muy Honorable Señor Carles Puigdemont i Casamajó, con su gesto pícaro, juvenil, con su determinación y coraje, encarna como nadie la soberanía de Catalunya; representa, como nunca antes ningún otro dirigente, la decencia y respetabilidad de nuestra nación milenaria. Nuestra pervivencia. Es querido y respetado como ningún otro hombre público, y despierta mucha más credibilidad que ninguno de los periodistas que le critican solo por ser independentista. Puigdemont no solo es un fenómeno político de alcance internacional que ha conseguido sobrevivir y derrotar a sus perseguidores, también es un fenómeno en la historia contemporánea de Catalunya, porque suscita un profundo orgullo entre sus partidarios, porque es el político que ha devuelto a muchos la confianza en la política representativa, en la regeneración democrática. Y, sobre todo, porque es el único president de la Generalitat que ha conseguido abandonar la dinámica del martirio, de la reivindicación estéril y de la frustración, para convertirse en un ganador. Carles el Victorioso.

La maquinaria propagandística del españolismo, desde grandes y poderosos medios de comunicación, ha desatado una avalancha tan desmesurada, tan parcial y tan injusta, tan brutal, tan equivocada, contra el president Carles Puigdemont que, al final, ha conseguido exactamente los efectos contrarios a los que se perseguían. Intentando hundir su prestigio y destruirlo como dirigente político, el españolismo ha convertido a Carles el Audaz en una figura simbólica de Catalunya, ya casi intocable, enormemente respetada por el conjunto del catalanismo independentista. La injusticia y la persecución policial y política que ha caído sobre un hombre indefenso como él, sobre un hombre que quiso dar la voz al pueblo a través de un referéndum, sobre un hombre que rechazó el uso de la violencia y que se negó a hacer intervenir a los Mossos de l’Esquadra durante los Hechos de Octubre, ha sido letal para el campo españolista. Aunque lo acusen de líder mesiánico, todo el mundo sabe que los responsables de haber mitificado a Carles Puigdemont son sus perseguidores. El ensañamiento salvaje con el gran president no ha hecho más que despertar, en todo el planeta, innumerables muestras de simpatía y de solidaridad con la víctima, como hoy se ha podido ver durante la rueda de prensa celebrada en Bruselas por los presidentes Puigdemont y Torra. No parecía que las acusaciones de totalitarismo, de nazismo, de populismo, que ventilan los medios de comunicación españolistas hayan tenido demasiado eco en el encuentro de hoy con los periodistas en la capital de Europa. Entre la actitud de respeto que la prensa internacional ha exhibido hace pocas horas con Puigdemont y Torra y la hostilidad que suscita una figura como Marine Le Pen, hay un océano, un universo. Hay, claramente, un principio de realidad y de justicia informativa.

La figura presidencial tiene en Catalunya una gran importancia, porque es un país sin Estado que tiene en su contra al Estado, porque es un país con la lengua y la cultura desguazadas, un país con graves problemas económicos y sociales, un país que casi no tiene de nada. Pero que tiene un presidente. A la manera francesa, la figura presidencial catalana es casi monárquica, venerable, ya que encarna la nación, su honorabilidad, su dignidad. Los catalanes cuando respetan al president se respetan a sí mismos, por eso lo reverencian y lo consideran. Le ofrecen bebés para que los bese, para que los bendiga, durante las visitas oficiales como si fuera un monarca taumaturgo; esto aún nos queda de la Edad Media. Es por este motivo que al president de Catalunya se le pueden perdonar muchas cosas excepto una grave falta de decencia, de ejemplaridad, como podría explicar por propia experiencia Jordi Pujol. O el rey Juan Carlos I, en otro sentido. Con la errónea represalia, con el castigo, que supuso la aplicación ilegal del artículo 155 de la Constitución española, ahora Catalunya ya no tiene un president, ahora ya tiene dos. Dos que trabajan juntos por la independencia nacional. Y Puigdemont cada día está más por encima del bien y del mal, más intocable y más respetado. Parece un Emmanuel Macron, una figura internacional positiva y bien valorada, que hasta hace un año no teníamos. Ciertamente, el independentismo ha salido ganando desde el primero de octubre, no tenemos ningún muerto sobre nuestra conciencia y las expectativas de éxito son inmejorables.