Hay quien tiene miedo, pavor, y ve al independentismo político cayendo cuesta abajo, empujado por los más radicales y ceñudos, hay quien teme un separatismo exaltado por nubes de halcones carniceros y violentos. Ay, ay, por favor, pónganme un cante jondo, por favor, qué dolor más grande, ay, ay, qué pena más negra, la fatalidad ya está aquí como una maldición gitana. El drama nace cuando una imaginación fértil acaba haciendo detonar al miedo más incontrolado, hasta que se transforma en pánico incontrolado. Ya ha estallado una nueva guerra civil, ay, ay, pum, bum y orines, ay mamita mía, Santiago y cierra España, Santiago, venga, esa puerta, ciérrala ya, o al menos ponle barrotes a Gibraltar, que los enemigos interiores se han aliado con la pérfida Albión. Cierra España, vamos, ciérrala, Santiago.

También hay quien quisiera que el separatismo volviera a ser cosa de palomas gordas y repantigadas que se pasan el día arrullando tiernos piropos, como por ejemplo en La plaza del Diamante, una novela que enseña cosas de provecho, principalmente desconfianza hacia animales que parecen más amables sólo porque son vegetarianos. Las palomas tienen otros inconvenientes, todas las palomas, incluso las mensajeras. El independentismo sólo es violento en la imaginación de los perseguidores de Catalunya, de los que hace siglos que buscan pretextos para hacer con nosotros la misma limpieza étnica que lograron en determinadas zonas del planeta. Por ahora los separatistas más duros sólo han tirado piedras y quemaron basura, poca cosa, nada significativo entre las grandes olas de la historia, entre la espuma de los días. Precisamente por eso los diarios de Madrid hoy vuelven una vez más con el engaño del terrorismo estrellado, con la criminalización enloquecida del presidente Torra. Piensan que es el político más débil en este lado del Mississippi, y por tanto el más vulnerable, el más fácil de eliminar. Santiago, hostias, esa puerta, ¿quieres hacer el jodido favor? Que ya empieza a hacer frío.

Con la desunión del independentismo político, una vez descabezado de manera precaria a través de la cruel represión del Estado, no se ha debilitado el movimiento, en modo alguno. Al contrario. Siempre se había dicho que era, que es, una dinámica política que va de abajo hasta arriba y no a la inversa, que toda esta movida no es cosa de cuatro manipuladores del pueblo sino el estallido de un proceso de liberación nacional, de un proceso largo, muy antiguo, que tiene sus orígenes más identificables a partir de la guerra entre Estados Unidos y España. Lo recuerda la estelada. Y pensaron en un determinado momento que sin Mas ni Pujol acabaría el maleficio, pero, qué buena fortuna para nosotros... fue gracias a España que todos pudimos conocer a Carles Puigdemont. Y después de derrocar al presidente legítimo vino el presidente Torra. Y si al final le descabalgan vendrá otro, otra. Como la Hidra de Lerna, que le cortabas una cabeza y le salían dos. Como se ha acabado la unidad independentista ahora todo el mundo va a lo suyo. Y no hay ninguna jerarquía. Ahora tienes a los que hacen caso de éste y a los que obedecen al otro. Y los que no son de ese sino del de más allá. Es impresionante como el pueblo se organiza a sí mismo y no espera que nadie le mangonee. Tienes a los que siguen la senda de Tsunami Democrático y a los que no. También tienes CDR que hacen lo suyo y a su manera, incontrolados y que será difícil de integrar en ninguna disciplina. El independentismo es pacífico y continuará pacífico, orgulloso de sí mismo, pero no tenemos a ningún Gandhi, no tenemos a ningún líder que reúna las diferentes sensibilidades del país en torno a una única estrategia. “¿Acaso somos unos vándalos radicalizados sin capacidad de razonamiento?”, me preguntaba ayer un cederrista indignado. “Ya lo veréis. No os necesitamos para nada. Llarena, Marchena y tú tendréis una gran sorpresa. Sois todos los mismos.”