No es para tanto. No tensemos la cuerda. No exageramos. No nos dejamos llevar por el dramatismo. Estas son algunas de las frases más utilizadas por el catalán temeroso de la porra y temeroso de todo su cuerpo. El ser humano catalán dice que se siente bastante satisfecho de sí mismo, dice que está orgulloso de su propia impotencia política simplemente porque disimula, al igual que hace alguien que tropieza y, una vez en el suelo, afirma que no se ha caído, lo que pasa es que se ha tirado porque quería experimentar una nueva vivencia. El catalán siempre quiere quedar bien, por lo que, fatalmente, siempre termina quedando mal. Especialmente si hace examen de conciencia. El catalán es un animal que se repeina. La impotencia política catalana sólo tiene un rival, temible, y es la impotencia política española, originada por otras razones, muy diferentes. En especial, por un Estado de opereta, por la inoperancia de unos funcionarios con graves problemas de somnolencia, con una pereza cósmica que se apodera siempre de las llamadas a la urgencia, de la alarma nacional, los planes de respuesta rápida. La independencia de Catalunya es ciertamente inevitable, pero no por mérito de los catalanes sino por la colaboración inestimable de las élites españolas y olé. El juicio contra los presos políticos es la más exacta de las explicaciones posibles, de las visualizaciones del drama, del melodrama, de dos sociedades que ni se entienden ni pueden entenderse.

Pretendía comentar aquí las sesiones de ayer y la de antes de ayer, pero bien mirado, no. No las pienso narrar porque se ve que todo el mundo ha visto el juicio y está la mar de satisfecho. Somos sensacionales. Por un lado, el catalán no hace huelga porque tiene que trabajar pero, si conviene se pasa el día delante de la televisión para ver todo el juicio contra Catalunya. Como si el espectáculo televisivo fuera un juego limpio y el litigio no fuera un ejercicio de cruel represión. Como si en cualquier momento aparecerá Ironside y hará que el bien se imponga sobre el mal. La opinión pública catalana, cursi hasta el cuello, hasta el lacito, quería decir, colige que nuestros presos políticos hablan muy bien que y se defienden estupendamente ante una fiscalía tan poco preparada, porque sabe que no tiene nada que demostrar. De los siete jueces que pueden condenar y condenarán, cuatro ya admitieron la causa y los tres que quedan no parece que quieran ningún tipo de confrontación con sus colegas. Los políticos catalanes injustamente encarcelados hablan y hablan en el juicio, con gran dignidad, con gran competencia, demostrando que son personas cultas, civilizadas, y defienden su inocencia, la evidencia. Los abogados, en cambio, tienen una actitud de sumisión y de servilismo que, incluso en Madrid, sorprende. Una amiga mía de la Audiencia Nacional, madrileña con eñe de España, me llamó ayer para interesarse por nuestra dignidad, para preguntarme dónde la habíamos extraviado. Lo cierto es que es el primer juicio que veo en el que los abogados de la defensa nunca protestan por las preguntas maliciosas, estúpidas o sencillamente impertinentes del ministerio Fiscal. Fidel Cadena, con sus pezoneras heráldicas, dice lo primero que se le pasa por la cabeza, demuestra que dirige un equipo de fiscales parsimoniosos y aproximados y nadie dice ni mu. Demuestran a cada momento que no saben catalán y que, por tanto, no entienden la documentación del caso, y nadie dice ni mu. Quieren manipular los hechos y nadie dice ni mu. Santi Vila se dedica a destruir públicamente la estrategia de defensa de sus antiguos compañeros y el silencio es absoluto, hiriente. Menos mal que pronto se acabará esta parte dulce de la comedia. Pronto aparecerán los políticos españoles con M. Rajoy al frente. Y luego vendrán los cien mil hijos de San Luis, muchos policías que demostrarán, al menos para fundamentar la opinión de los jueces, que sí hubo violencia y que ellos son las maltratadas víctimas. Devastadas, las pobres.